Faith

Faith


Capítulo 14

Página 16 de 23

C

a

p

í

t

u

l

o

1

4

Desperté antes de que saliera el sol. El cuarto estaba oscuro, ni siquiera los gallos habían empezado su canto para levantar al vecindario. No me costó trabajo levantarme. Si quería arreglar las cosas por aquí, tenía que aprovechar cada momento.

Hoy iba a ser mi primer día completo como señora casada, y quería que fuera perfecto. No sólo eso, ya tenía una lista de planes para el cumpleaños de Minnie mañana. Si quería lograrlo, tenía que ponerme en acción.

Sin hacer ruido, salí de la cama. Roy, dormido, dio una vuelta en la capa. Pronto despertaría, pero yo esperaba tener el desayuno listo para entonces. Empecé a buscar entre las cosas del baúl que  Lillian, Alice y Cara me regalaron y encontré un vestido apropiado. No era elegante, pero no necesitaba nada así por ahora.

Una vez vestida, dejé la habitación. La pequeña Minnie seguía dormida en su catre en la esquina. Abrazaba una pequeña muñeca hecha de trapos. Era tan vieja que se le había caído una pierna y se le estaba saliendo el relleno, pero aún en su sueño, Minnie la abrazaba como si fuera el tesoro más preciado.

Con sus ojos cerrados y acurrucada en su sueño, parecía un ángel dormido. ¿Quién iba a pensar que podía gritar de la manera en que lo hacía cuando estaba despierta?

Al principio me preocupé de que pudiera despertarla con mis movimientos en la cocina, pero estaba claro que su sueño era pesado. Dio una vuelta en su cama, haciendo muecas por el ruido, como si fuera parte de un mal sueño.

Mire alrededor de la cocina, inspeccionando los estantes vacíos. Luego recordé mi problema. Nabos. Era lo único que había para comer.

Busqué en mi mente, tratando de pensar en algo más que pudiera hacer con el insípido tubérculo. No se antojaba el puré de nabos para el desayuno. Mi pensamiento se fue hasta los recuerdos de Mamá parada junto a la estufa, friendo tortas de papa en una sartén. El maravilloso aroma de fritura esparciéndose en la cocina.

¡Eso era! Haría tortas de nabo. No estaba segura de que la idea funcionara, pero tenía que intentarlo. De todas formas, eso no parecía suficiente para el desayuno, así que volví a pensar. En pocos momentos me llegó la respuesta. Parecía tan simple.

¡Estábamos en una granja! Debía haber algo que pudiera usar.

Fui afuera. El aire era fresco, un cambio de bienvenida a diferencia del calor de ayer. Sabía que en unas cuantas horas, el sol saldría y hornearía nuevamente la tierra, pero por el momento todo era fresco y tranquilo.

Por primera vez, pude ver detenidamente mi nueva casa. Estaba un tanto orgullosa. Comparada con algunas de las de los vecinos, nuestro terreno estaba cuidado y limpio. Romper el duro suelo era una tarea ardua, pero Roy araba líneas regulares en la tierra para que estuvieran listas para la siembra.

¿Qué pensaba él cuando estaba solo en la granja, trabajando en la parcela? ¿Soñaba con Mabel? ¿Extrañaba su presencia en la casa, llenándola con felicidad? ¿Era por eso que me mandó traer?

No es una granja muy grande, pero hay caballos, puercos, vacas y ovejas. Hacia un lado, había algo que tenía forma de panal. ¿Un horno? Más allá había una pequeña estructura construida exclusivamente para las gallinas.

¡Gallinas! El sólo pensarlo me sorprendió como un relámpago. Por supuesto, ¡desayunaríamos huevos!

No teníamos gallineros en la ciudad. Mamá y Papá compraban los huevos en la tienda. Pero, ¿qué tan difícil podía ser? Sólo tenía que meter la mano en el gallinero y buscar algo pequeño y redondo. Seguramente sería así de simple.

Las gallinas se alborotaron cuando sintieron que me acercaba. Volaron plumas por doquier cuando se empezaron a mover. Mi presencia desconocida debió ser atemorizante para ellas, pero yo no pretendía lastimarlas.

Mis manos temblaban cuando me asomé a buscar los huevos. Manoteé entre la paja y la tierra hasta que encontré algo redondo. ¡Un huevo! Lo tomé, y al mismo tiempo una gallina me picoteó. Saqué la mano de un jalón y al gritar, el huevo cayó al suelo.

Me fui hacia atrás, pero en lugar de encontrar aire, mi cuerpo rebotó con otro cuerpo.

“Debes ser más cuidadosa.”

Salté y giré a hacia la voz. Ahí estaba Roy. Pensé que iba a estar enojado, pero me miró con una pequeña sonrisa en sus labios. Estaba segura de que trataba de contener su risa.

“Ven,” dijo, “déjame ayudarte.”

Antes de que pudiera protestar, Roy tomó mis manos en las suyas. En realidad, esa fue la primera vez que nos tocamos. Sus manos eran grandes y duras, cubiertas de callos de trabajar la tierra, pero me sostuvo suavemente y guió mis manos hacia las gallinas. Asustada, me resistí, pero me sostuvo con firmeza.

“No te asustes,” dijo.

Lentamente, sacamos cinco huevos. Con él guiándome, no parecía tan difícil.

Después de eso, terminamos. Roy siguió sosteniendo mi mano. Pero en cuanto se dio cuenta de que lo estaba haciendo, me las soltó como si fueran piedras calientes.

“Debo atender los animales,” dijo, “espero que el desayuno esté en la mesa cuando termine.”

Y así, se fue, dejándome ahí con los huevos en mi delantal. Estaba muy impactada para moverme. Mis mejillas se sonrojaron. Fue un buen rato, pero esa persona no era para nada el frío Roy al que me estaba acostumbrando a ver. ¿Qué más había escondido bajo ese duro caparazón?

Quería descubrir más, pero no tenía tiempo para investigar. En vez de eso, me apuré de vuelta a la casa. Minnie ya había despertado y jugaba en silencio en una esquina con su muñeca de trapo. Cuando me vio, se detuvo.

“Buenos días, Minnie,” le dije.

Se me quedó viendo, haciendo un puchero con su labio inferior empujado hacia afuera su quijada. Minnie cruzó sus pequeños brazos sobre su pecho.

“Mira, desayunaremos huevos, ¿quieres ayudarme? Tú puedes romper los huevos,” le dije.

Minnie descruzó sus brazos y se estiró para alcanzar los huevos en mi delantal, pero antes de que pudiera tocar los cascarones, se retractó. Volvió a cruzar los brazos, no sin dejar de ver los huevos con ansiedad.

“¿Estas segura de que no me quieres ayudar?” le pregunté. “Será divertido.”

Le alargué un huevo en mi mano y Minnie pareció contemplar lo que iba a hacer. Todo fue muy claro después de un momento. Me sacó la lengua y salió corriendo.

Otro fracaso. Debí estar enojada, pero en lugar de eso, estaba contenta. Y es que sí hubo un momento en que consideró ayudarme, después de todo. Era un pequeño paso, pero al menos iba en la dirección correcta.

Pero no había tiempo qué perder, tenía que preparar el desayuno. Regresé a la estufa, puse paja en el quemador y la encendí. Hubiera sido más fácil si tuviéramos carbón, como en casa, pero al parecer no era muy fácil conseguirlo por acá.

Mientras se calentaba la estufa, preparé la comida. Ahora al menos sabía dónde se guardaban los nabos. Abrí el panel y saqué unos cuántos tubérculos retorcidos. Los limpie y los empecé a cortar los vegetales en rebanadas delgadas.

Cuando terminé, la estufa estaba caliente y lista, así que coloqué encima una sartén. Puse un poco de manteca y la vi mientras burbujeaba antes de ponerle las rebanadas de nabos.

El crocante sonido que salía de la sartén atrajo la atención de Minnie. Se acercó a la estufa y vio lo que hacía. Cada que se daba cuenta de que yo la observaba, se volteaba fingiendo desinterés. Pero en cuanto yo me distraía, regresaba a su observación. ¿Qué acaso nunca había visto a nadie preparar un desayuno?

Rompí los huevos en un tazón y los batí hasta que las claras se mezclaron con las yemas. Los huevos eran frescos, y el amarillo era más intenso de lo acostumbrado. Sólo verlos hizo que se me hiciera agua la boca.

Cuando los nabos estuvieron listos, los separe en cuatro porciones. Una para cada uno de nosotros y un extra para la canasta de comida que Roy se iba a llevar. Luego me puse a cocinar los huevos. Roy entró y se sentó a la mesa justo cuando empezaban a esponjarse.

Lo escuché olfatear el aire. No dijo nada, pero me hizo feliz saber que el desayuno olía delicioso. Sólo esperaba que supiera igual.

Los huevos se deslizaron fácilmente a nuestros platos, y me senté después de servir a cada uno una taza de agua. Inclinamos nuestras cabezas.

“Bendice, Señor, estos alimentos que estamos a punto de recibir de tu generosidad. Por Cristo nuestro Señor,” rezó Roy.

Juntos dijimos, “Amén.”

No pude apartar mi mirada de Roy al probar el primer bocado del desayuno. Quería que sonriera y me agradeciera por tan rica comida que había hecho. Quizás esto me ayude a ser aceptada en su familia.

Pero eso no sucedió. Vi como se llevaba los trozos de nabo y huevo a la boca, pero no había revelación alguna. Después de un tiempo me di por vencida y empecé a comer. Luego supe por qué.

Todo sabía a nabos. Los huevos hubieran sido un deleite, pero en lugar de su sabor habitual, simplemente sabían a nabos preparados de otra forma. En general, el efecto no fue del todo agradable.

Así que desayunamos en silencio, y supe que este simplemente había sido un momento de esos en que había fracasado. Antes de que pudiera decir algo al respecto, Roy terminó de comer, bebió su agua y se levantó.

“Regreso para la cena,” dijo.

Salió llevando su canasta de comida con él. Minnie corrió tras él. Roy se volvió y agitó sus manos frente a él.

“No, Minnie,” le dijo, “tú te quedas.”

“Pero no me quiero quedar aquí con ella,” dijo.

Roy le echó una mirada que al parecer ella ya había visto muchas veces antes. Después de eso, ya no discutió. Minnie sencillamente regresó en silencio a mi lado.

Una vez que Roy se aseguró de que regresó conmigo, Roy se fue al campo sin decir más. Yo cerré la puerta de la casa.

“¡Hoy nos vamos a ir de aventura!”, le dije. “Vamos a vestirte. ¿Dónde tienes tus vestidos bonitos?”

Minnie me vio con duda. “Sólo tengo un vestido,” me dijo, “y no me quiero ir de aventura contigo.”

Se me hundió el corazón. Ella sólo tenía un vestido, y ¿era un vestido de luto? Tenía que arreglar eso. No teníamos muchos recursos, pero seguramente había suficiente para que Minnie tuviera un vestido más para usar.

Estaba decidido. Mañana sería el mejor cumpleaños que ella haya tenido. Y para que eso sucediera, había muchas cosas que yo tenía qué hacer.

Primero, lo primero, Minnie tenía que vestirse. Tomé una toallita y la mojé en un cubo de agua limpia. La exprimí y la dejé en la orilla del cubo. La ropa de Minnie estaba doblada formando un pequeño cuadro, así que la desdoblé y la sacudí hasta que casi todo el polvo había salido de la tela.

“Minnie, anda, ven a lavarte la cara,” la llamé.

En lugar de obedecer, corrió en dirección contraria de donde yo estaba, como si la fuera a envenenar. Y gritó y gritó hasta que ya no pude tolerar el ruido.

“¿Y qué tal que le digo a tu padre cómo te estás portando?”

Eso fue suficiente para que parara. Los gritos y aullidos cesaron instantáneamente, y me vio con ojos grandes.

“Por favor,” dijo, “¡no le digas a Papá! ¡Se enojará conmigo!”

Las lágrimas corrieron por sus mejillas y Minnie se talló los ojos con sus puños regordetes.

“¡No soporto que Papá esté molesto conmigo!”

Me arrodillé y tome a Minnie en mis brazos. Ella estaba demasiado ocupada llorando para apartarse de mí. La abracé hasta que se le secaron las lágrimas y su cuerpecito dejó de temblar.

“No le diré a tu Papá,” le dije, “siempre y cuando seas una buena niña hoy, ¿está bien?”

Minnie se talló nuevamente los ojos, y asintió sorbiendo la nariz.

“Bueno. Ahora, vamos a limpiar tu cara.”

Tomé la toalla húmeda y le tallé toda la cara. Minnie farfulló un poco, pero estuvo quieta. Su cara se arrugaba cuando el agua fría se extendía por su cuello y pecho.

“Casi terminamos,” le dije.

Tomé otra toalla y la sequé antes de ponerle el vestido por encima de su cabeza. Sólo había algo más. Fui a la recámara y busqué en el baúl de ropa que era mi regalo de bodas. Sólo esperaba encontrar lo que buscaba.

Ahí, al fondo de la caja, estaba un pequeño mono y un peine. Le faltaban algunos dientes, pero no parecía haber más peines en la casa. Otra cosa qué agregar a mi lista de compras.

Llevé las cosas afuera y me senté en una silla. Acerqué a Minnie para sentármela en el regazo y empecé a arreglar sus dorados rizos. Al principio gimoteó. Era obvio que Roy había permitido que su cabello creciera rebelde y sin arreglos porque el peine fue incapaz de pasar por los nudos sin dificultad. Por más cuidadosa que fuera, era inevitable darle jalones.

Finalmente, pude poner el moño en su cabello y me alejé para para ver a Minnie.

“¡Vaya que te ves encantadora!” le dije.

Los ojos de Minnie se abrieron, grandes, y me sonrió. Trató de contenerse, pero no pudo evitar que la felicidad le brotara por los labios. Yo me pregunté cuándo había sido la última vez que alguien le dijera algo bonito.

En lo que a mí respecta, no era ni la mitad de bonita que Minnie, pero eso no importaba. Me veía bien para ir al pueblo. Antes de partir, cepillé mi cabello hacia atrás y lo até en un moño con un poco de agua. Eché un poco de agua fría en mi cara, y ya.

En la esquina del salón había una canasta vieja. Ojalá fuera suficiente para cargar todo. La tomé y caminamos a la puerta de la mano.

“Minnie, ¿sabes llegar al pueblo?” le pregunté.

“¡Claro que lo sé!” me contestó.

“¿Me puedes guiar? Tengo que buscar unas cosas en la tienda. Quizás y hasta que compre alguna golosina si te portas bien hoy,” le dije.

Minnie dio un grito agudo de gusto, juntó sus manos y salió corriendo.

Yo iba gritando detrás de ella. “¡Las damas no corren! ¡Caminan!”

La distancia al centro del pueblo no era tan larga. Roy debió ser uno de los primero en obtener su granja, antes que los miles de personas que llegaron buscando un pedazo de tierra. Era muy conveniente poder caminar al pueblo, en lugar de tener que venir en carruaje. También ayudaba a mejorar la sorpresa que tenía en mente.

Mientras caminábamos, hice una lista mental. Necesitábamos tela. Algo bonito para el vestido de Minnie, y lino blanco para una camisa nueva para Roy. Granos de café para el desayuno. Harina, azúcar y levadura para panqueques, galletas y pastel.

Pensando en la lista, sentí mariposas en el pecho. ¿Cómo iba a pagar todo esto? Era más de lo que había comprado yo misma alguna vez, y nunca me había preocupado por los precios cuando Papá pagaba todo. Ahora, yo administraba mi propio hogar.

Cuando llegamos al pueblo, era tan bullicioso como la primera vez que lo vi. Las calles estaban atestadas con caballos y gente apurada. Yo me acerqué a Minnie para que no fuera arrollada.

Había tantas tiendas y edificios que era difícil saber cuál era cuál. Había hombres con letreros promocionando sus negocios. Abogados, secretarias, herreros. Cada espacio vacío se llenaba con gente intercambiando o comprando bienes.

“Minnie, ¿tú sabes dónde está la tienda?” pregunté.

Ella asintió con la cabeza y me jaló en una dirección. Yo la seguí y me llevó a un gran edificio. Había un letrero colgando en el alero, escrito con letra torcida “Tienda Mason.”

Entramos y la cantidad de objetos en la pared era abrumadora. Los frijoles, especias, latas de café formaban una fiesta de colores y paquetes. En el otro mostrador había aún más cosas, cepillos, molino de café, cosas extrañas bajo el cristal. Había una gran pila de mantas en el centro del cuarto, rodeada por telas para hacer ropa y nociones de costura.

Había esperado que el lugar fuera más pequeño, pero al parecer iban a tener todo lo que yo necesitaba. Le tomó un momento al propietario notar mi presencia.

“Ah, supongo que usted es la nueva Señora Heatley,” dijo. “Es usted tan bella como me habían contado.”

Cuando vio mi expresión de espanto, el hombre mayor rio y deslizó su mano por su cabello entrecano.

“Disculpe mi mala educación. Soy Jeffrey Mason. Soy dueño de la tienda, y e escuchado mucho acerca de usted de los chismes locales,” dijo.

“¿Chismes?”

“Pues, la Señora Lillian Staunch, la Señora Cara Eales y la Señora Alice Conway, por supuesto.”

Por supuesto. ¿Quién más había hablado conmigo? Mi menté voló a la amabilidad que tuvieron conmigo. Ojalá que le hayan contado cosas buenas.

“En fin,” dijo el Señor Mason, “¿cómo puedo ayudarla, Señor Heatley?”

“Necesito muchas cosas,” le dije. “Algo de harina, levadura, azúcar, café, tela...”

“Espere un minuto. Soy un hombre Viejo. Vayamos de uno por uno.”

Esperé pacientemente a que el Señor Mason formara paquetes con mis artículos. Los vació cuidadosamente, asegurándose de medir la cantidad correcta en la báscula. Entonces, cuando terminó, me llevó a donde las telas.

“Tengo justo lo que busca,” dijo. “He estado deseando ver a Minnie en algo más apropiado para una niña como ella. Pero, ya sabe, el Señor Heatley no me va a poner atención a mí, desde luego.

No le dije al Señor Mason que Roy tampoco me ponía atención a mí. Sacó una hermosa tela de cuadros pequeñitos. Era verde con marcas anaranjadas atravesadas.

“¿Qué tal le gusta?” preguntó el Señor Mason.

“Es maravillosa,” le dije.

A ojo de buen cubero, cortó suficiente tela para un vestido y le agregó la tela para la camisa de Roy. Ahora era hora de pagar. Observé la pila de cosas frente a nosotros y traté de no entrar en pánico, pero mientras los números en la caja registradora se sumaban y sumaban, mi estómago empezó a protestar.

El Señor Mason se detuvo a mitad de camino. Se inclinó sobre el mostrador.

“Mi vista no es buena, pero me doy cuenta de que algo no anda bien aquí. Se ve usted tan atemorizada como si hubiera visto a la muerte misma,” dijo el Señor Mason. “¿Su esposo sabe que vino a comprar todo esto?”

Tragué saliva. ¿Cómo lo sabía? Sacudí mi cabeza.

“Discúlpeme, Señor Mason,” le dije. “No sé en qué estaba pensando. No lo molestaré más.”

Me di la vuelta para dejar la tienda, pero el Señor Mason me llamó antes de que alcanzara la puerta.

“Espere un momento, yo no dije que tenía que irse,” dijo.

Me detuve en seco.  Le lancé una mirada sobre mi hombre, él estaba gesticulando con su mano para que regresara al mostrador.

“No espere que esto suceda cada vez, pero considérelo un regalo de bodas. Después de todo, a una jovencita como usted le espera mucho trabajo lidiando con los Heatleys,” dijo el Señor Mason.

No podía creer sus palabras. ¿Lo había entendido bien?

Empacó los productos y me los dio en una enorme bolsa. Sentir el peso de ellos en ms brazos lo hizo real. En realidad me estaba regalando las cosas. ¡Gratis!

Mi voz se atoró en mi garganta. Contuve una lágrima le y sonreí.

“¡Muchísimas gracias, Señor Mason!”

Bajé al mirada para encontrar a Minnie. Ella estaba ajena a toda la situación, observando los dulces que el Señor Mason guardaba en un frasco de vidrio tras el cristal del mostrador.

“¡Minnie!” le dije. “Dale las gracias al Señor Mason!”

Me ignoró. Sus ojos eran grandes como platos mientras observaba los confites.

El Señor Mason rio. Se encaminó a frasco y lo abrió mientras Minnie lo veía como si hubiera presenciado un milagro. Sacó un dulce y lo sostuvo a la altura de su cara.

“Mañana es tu cumpleaños, ¿no es así? Bien, aquí está tu regalo,” le dijo. “Ahora, sé buena con tu nueva mamá, ¿entendiste?”

Minnie arrebató el dulce, enredándolo en sus dedos para sostenerlo firmemente. Luego se volvió al Señor Mason.

“Ella no es mi Mamá,” antes de echarse el dulce a la boca.

Yo me apené. ¿Qué iba a hacer con esta niña?

“¡Minnie! Dale las gracias al Señor Mason!”

Se sacó el dulce de la boca con un fuerte ruido.

“Gracias,” dijo.

Al siguiente instante, se volvió a echar el dulce a la boca. Mis orejas ardían de tan rojas.

“¡Lo siento mucho!” dije.

El Señor Mason me sonrió, las arrugas de sus ojos de juntaron hacia arriba. Esperaba que estuviera enojado, pero ni se inmutó.

“Encantado de conocerla, Señora Heatley,” dijo. “Buena suerte con esa familia. Parece que la va a necesitar.”

Tomé la bolsa de compras y le hice una pequeña reverencia de cortesía al Señor Mason. Con mi mano libre, tomé la de Minnie. Ella no protestó. Parecía estar entregada al azucarado placer como para molestarse.

Con el peso que llevaba, era difícil el camino de regreso pareció dos veces más largo. El sol estaba en su esplendor en el cielo y calentaba la tierra con su luz. Si no me apuraba, nada quedaría listo a tiempo.

El clima era seco. Mientras caminaba, el sudor me perlaba la piel y escurría por mi frente. Aún no llegaba y ya me saboreaba un fresco vaso de agua.

Cuando llegamos a casa, Roy no estaba por ningún lado. Deseé verlo desde aquí trabajando, pero quizás fue mejor así. No quería que se preguntara dónde había comprado todas esas cosas. ¿Qué le diría? ¿Que fueron regalos? Como si lo fuera a creer.

Coloqué la bolsa en la mesa y llené las dos tazas que Minie y yo habías usado para beber durante el desayuno. Minnie ignoró la suya. Seguía chupando el pedacito de dulce que le quedaba y que aún no terminaba de disolverse en su boca.

Yo tenía demasiada sed para preocuparme. Tome grandes tragos de agua. Aún y cuando al agua del cubo se le asentaba polvo rojo en el fondo, era la mejor bebida que había probado.

Era hora de comer. Coloqué un poco de los sobrantes del desayuno en la mesa para Minnie. Para mí, un poco de nabo frito fue suficiente. Yo cenaría más tarde. Sólo esperaba que esta vez la comida supiera a otra cosa que no fueran nabos.

Enrollé mis mangas hasta los codos, las até con un pedazo de tela. Era hora de ponerme a trabajar.

Ir a la siguiente página

Report Page