Exodus

Exodus


Nota de la autora

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Nota de la autora

Nadie esperaba que las vivencias de una persona que abandona un enclave jasídico interesaran a muchos lectores, y yo menos que nadie. Las numerosas y corteses respuestas negativas que recibí a mi propuesta de libro allá por 2009 consideraban que la historia era demasiado local, estaba dirigida a un público muy restringido y resultaba más adecuada para un artículo de fondo en un periódico o una revista regionales. Algo después, cuando una editorial se arriesgó a publicarme, me advirtieron con mucho tacto que no me hiciera demasiadas ilusiones. Así que el éxito inmediato de Unorthodox. Mi verdadera historia (el subtítulo de la edición inglesa, «El escandaloso rechazo de mis raíces jasídicas», lo añadió un astuto departamento de marketing para aumentar las posibilidades del libro) nos pilló a todos absolutamente desprevenidos. De pronto, la gente comenzó a preguntarse si, al fin y al cabo, no se trataría también de una historia estadounidense, igual que todos esos relatos de mormones y menonitas huidos que plagaban los volúmenes de memorias de la época, o de los rebeldes adolescentes amish de los reality shows. Editores, publicistas y agentes literarios por igual empezaron a plantearse si no habría algo esencialmente americano en el acto de huir de una secta religiosa en busca de la libertad y la felicidad.

Mi editor, por supuesto, quería una continuación tras el éxito de Unorthodox, que terminaba con un trepidante final abierto tras mi salida de la comunidad, no porque quisiera privar al público de la satisfacción de saber qué ocurría a continuación, sino porque escribí el libro poco después de mi marcha y aún no sabía cuál sería la siguiente etapa. Me propuso escribir un segundo volumen de memorias y, entusiasmado, me aconsejó que viajara por todo el país y describiera cómo iba adoptando la americanidad. «Sexo, drogas y rocanrol», fueron sus palabras, como si esa metamorfosis consistiera en sumirme en el hedonismo que mi familia y mi comunidad habían considerado un pecado mortal. Lo que más anhelaba yo era que me permitieran seguir expresándome, labrarme una carrera como escritora, así que, aunque me embargaba la ansiedad, decidí hacer lo posible por cumplir tal encargo.

No obstante, pronto comprendí que no era capaz de sentirme estadounidense. Me habían criado en un mundo que se asemejaba a un shtetl europeo del siglo XVIII, donde se hablaba un idioma diferente, se respiraba una cultura diferente e imperaba una ley religiosa en lugar de civil. El hecho de huir de allí quizá fuera una arraigada tradición del país, pero en tal caso solo porque también lo era alimentar y proteger mundos de los que era necesario huir. Para mí, sin duda, Estados Unidos jamás sería una patria que llegara a comprender y en la que confiar y, por lo tanto, jamás podría ser mi hogar.

De manera que entregué a la editorial un manuscrito que era en parte la exploración de un territorio inhóspito y en parte el tan esperado descubrimiento de mis propias raíces ancestrales en el extranjero. Me sentía dividida entre dos personalidades: la que todos esperaban de mí y la que me atraía como un imán. Deseaba escribir acerca de esta última, pero me dijeron que la historia resultaría demasiado eurocéntrica. «A los estadounidenses les gusta leer sobre sí mismos —insistía mi editor—, y tú eres el sueño americano: ¡escribe sobre eso!» Sin embargo, a pesar de las numerosas trabas, al final me hice europea y me trasladé a un continente con un legado narrativo sin par. Sentía que, puesto que no contaba con una historia «adecuada» ni yo era ese personaje «estadounidense», ya no merecía la pena escribir sobre mi viaje. Adopté un nuevo idioma mucho más similar a mi lengua materna y conecté con una cultura nueva, aunque antigua, con mayor facilidad de lo que habría imaginado. Empecé a escribir para europeos sobre mis experiencias europeas.

Ahora, después de todos estos años, el éxito mundial de Unorthodox, la serie de Netflix y las inspiradoras traducciones de mi obra a numerosos idiomas demuestran la universalidad de este viaje. Dejando de lado los detalles geográficos de mi éxodo posreligioso, los lectores ya no son locales o regionales, como muchos temían. Cada vez más, nuestro reservorio de historias está convirtiéndose en un recurso compartido que trasciende las fronteras de la cultura, la identidad y el idioma. Gracias a esta transformación puedo ofrecer al público lector la historia ya completa y revisada desde una atalaya posterior. Aunque mi trayectoria vital ha sufrido varios giros sorprendentes desde que salí de la comunidad jasídica, de algún modo siento que también demostrará ser universal.

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