Evelina

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Parte Primera » Carta X

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CARTA X

De Evelina al reverendo señor Villars

Queen Ann Street, Londres, sábado 2 de abril

Hemos llegado en este momento. Estamos a punto de ir al teatro Drury Lane. El famoso señor Garrick interpreta a Ranger[10]. Estoy absolutamente extasiada, al igual que la señorita Mirvan. ¡Qué fortuna que sea precisamente él! No hemos dejado en paz a la señora Mirvan hasta que consintió en ir. La objeción principal eran nuestros vestidos, porque no hemos tenido tiempo de londinizarnos; pero la hemos atormentado hasta que ha claudicado y así ocuparemos unas localidades poco visibles, de modo que nadie pueda vernos. Por lo que a mí respecta, resultaría igual de invisible en el sitio más vistoso que en el más oculto del teatro.

Ahora no puedo seguir escribiendo. Apenas tengo tiempo de respirar… Sólo esto: las casas y calles no son tan espléndidas como me esperaba. Pero aún no he visto nada, así que no debo juzgar.

Bueno, por el momento Adieu, queridísimo señor; no he podido reprimirme de escribir algunas palabras apenas llegamos, aunque supongo que mi carta de agradecimiento por su consentimiento está aún en camino.

Sábado noche

¡Oh, querido señor, vengo extasiada! Con razón el señor Garrick es tan célebre, tan universalmente idolatrado… ¡No me imaginaba que fuera un intérprete tan excelso! ¡Qué facilidad! ¡Qué ímpetu! ¡Qué gracia de movimientos! ¡Qué fuego e inteligencia en su mirada! Parece mentira que interprete un libreto estudiado porque parecía pronunciar cada palabra bajo el impulso del momento.

Sus gestos: ¡tan agraciados como espontáneos! Su voz: tan clara, tan melodiosa y sin embargo tan maravillosamente llena de inflexiones… ¡Qué vitalidad! ¡Cada mirada suya habla!

Habría dado mi mundo entero para que la comedia hubiera comenzado nuevamente desde el principio… ¡Oh, cuánto he envidiado a Clarinda[11]! A duras penas conseguí reprimir mi impulso de saltar al escenario y unirme a ellos.

Temo que me tome usted por loca, así que no diré más; y sin embargo estoy convencida de que el señor Garrick le haría enloquecer si lo viera. Pienso pedirle a la señora Mirvan que nos lleve al teatro todas las noches que permanezcamos en la ciudad. Es extremadamente amable conmigo, y Maria, su encantadora hijita, es la muchacha más dulce del mundo.

Le escribiré todas las noches sobre lo acaecido durante el día, de igual modo que lo haría si pudiera contárselo en persona.

Domingo

Esta mañana hemos ido a Portland Chapel y luego hemos paseado por The Mall en St. James’s Park, hecho que no ha satisfecho en absoluto mis expectativas: es una avenida larga y recta, de sucia grava, muy incómoda para caminar. Y a cada lado, en lugar de un panorama abierto, no se ven más que casas de ladrillo. Cuando la señora Mirvan me señaló el Palace[12] me sorprendí extraordinariamente.

Sin embargo, el paseo fue muy agradable; todo el mundo tenía un semblante alegre y satisfecho y las señoras iban tan engalanadas que la señorita Mirvan y yo no podíamos dejar de admirarlas. La señora Mirvan se encontró con varias amistades. No exagero si le digo que jamás había visto tal multitud de gente. Miré esperando encontrarme con algún conocido, pero en vano, lo cual me extrañó mucho pues parecía que el mundo entero estuviera allí congregado.

La señora Mirvan dice que el próximo domingo no iremos a pasear al parque aunque estemos aún en la ciudad, porque en Kensington Gardens hay una concurrencia más distinguida, pero si usted hubiera visto con qué elegancia vestían todos, no lo hubiera juzgado posible.

Lunes

Esta noche asistiremos a un baile organizado por la señora Stanley, una dama con mucho estilo que la señora Mirvan conoce.

Hemos pasado toda la mañana haciendo compras, como dice la señora Mirvan; compramos sedas, tocados, muselinas y un montón de cosas más. Ir de tiendas es muy entretenido, sobre todo aquellas de tejidos: parece que hay seis o siete hombres empleados en cada comercio y cada uno de ellos se esfuerza, con reverencias y sonrisas afectadas, por destacar. Nos remitían de uno a otro acompañándonos de sala en sala con tanta ceremoniosidad que al principio me daba hasta miedo seguirles.

Pensé que no sería capaz de elegir un corte de seda porque nos mostraron tantas que no sabía por cual decidirme y las recomendaban todas tan fervientemente que llegué a pensar que estaban convencidos de que necesitaba que ellos me persuadieran para comprar todo aquello que me ofrecían. Y efectivamente ponían tanto empeño que casi me avergoncé de no poder comprarlo todo.

En las mercerías, las señoras que encontramos eran tan elegantes que parecía que estaban de visita más que haciendo compras. Pero lo que más me divirtió fue observar que nos atendían más hombres que mujeres. ¡Y qué hombres: tan melindrosos, tan amanerados! Parecían conocer todos los particulares sobre el vestuario femenino incluso mejor que nosotras mismas y nos sugerían sombreros y cintas con tal aire de suficiencia que me apetecía preguntarles cuánto tiempo hacía que habían dejado de usarlos.

La celeridad con la que trabajan en estos grandes comercios es asombrosa ya que me han prometido dos retales de seda para esta tarde.

Acabo de arreglarme el cabello. No puede usted imaginar qué extraña sensación tengo en la cabeza: llena de polvos y horquillas y con un gran postizo en lo alto. Creo que a duras penas me reconocería, porque mi rostro parece totalmente diferente al que tenía antes de peinarme. No sé cuándo podré utilizar un peine yo sola, porque mi cabellera está tan enmarañada —ensortijada, dicen ellos— que temo que me resultará casi imposible.

Estoy un poco asustada por el baile de esta noche pues, como bien sabe, sólo he bailado en la escuela, pero la señorita Mirvan dice que no hay nada que temer. Y sin embargo, me encantaría que hubiera pasado ya.

Adieu, querido señor. Le ruego me perdone por las fruslerías que escribo, quizá esta ciudad me ilustre y entonces mis cartas serán menos indignas de su atención. Mientras tanto, quedo afectuosa y devotamente suya, aunque tosca discípula,

Evelina

La pobre señorita Mirvan no puede ponerse uno de los tocados que se hizo porque su peinado es demasiado voluminoso.

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