Evelina

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Parte Primera » Carta XXIV

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CARTA XXIV

Del señor Villars a Evelina

Berry Hill, 22 de abril

Cuánto me alegro de poder remitir nuevamente mis cartas a Howard Grove! Mi Evelina se habría entristecido si hubiera sido consciente de la ansiedad que he sentido durante su estancia en el gran mundo. Mis temores han sido indescriptiblemente preocupantes y tu diario, que al mismo tiempo suscitaba y aplacaba mis miedos, me ha mantenido muy ocupado desde el momento en que lo has datado desde Londres.

Sir Clement Willoughby debe de ser un hombre astuto e insidioso; estoy extremadamente enojado con su conducta. La pasión que finge por ti no es ni sincera ni honorable: el modo y las ocasiones que ha elegido para declararla rozan el insulto.

Su indigno comportamiento tras la ópera me ha convencido de que, si tu vehemencia no le hubiera asustado, Queen Ann Street habría sido el último lugar hacia el cual habría dirigido el carruaje. ¡Oh, mi niña, qué agradecido estoy de que te encuentres sana y salva!

No creo necesario dilatarme sobre tu imprudencia y falta de agudeza por haberte confiado tan incautamente a un hombre que apenas conoces y cuya hilaridad y superficialidad deberían haberte puesto en guardia.

El noble caballero que conociste en el Pantheon, audaz e impertinente como tú lo has descrito, no me asusta: una persona que se presenta tan abiertamente como un libertino y que conduce sus asaltos con tan poco decoro no puede ser tomado en consideración por una mente como la de mi Evelina, sino con el disgusto propio que sus modales deben provocar.

Pero sir Clement, aunque siempre busca una oportunidad para provocar una verdadera ofensa, se las ingenia para evitar cualquier apariencia de maldad. Es mucho más peligroso porque es más astuto, pero me siento feliz de comprobar que no ha calado en tu corazón y así un poco de atención y prudencia te protegerán de los planes que me temo se ha hecho.

Lord Orville parece pertenecer a una categoría mejor de hombres. Su enérgica conducta hacia el mezquino e impertinente Lovel y su ansia por ti tras la ópera demuestran que es un hombre con sentido común y gran sensibilidad. Indudablemente se percató de que había motivos para temer por tu seguridad mientras estabas expuesta al arbitrio de sir Clement y reaccionó con verdadero honor —lo cual me predispone a pensar siempre bien de él— informando inmediatamente a la familia Mirvan de tu situación. Muchos hombres de su edad, por una falsa y pretendida delicadeza del concepto de amistad, habrían continuado tranquilamente con sus quehaceres y considerado más honorable dejar a una joven criatura privada de sospechas a merced de un libertino antes que arriesgarse a sufrir su ira al adoptar medidas que garantizaran la seguridad de dicha jovencita.

Tu evidente pena al abandonar Londres es totalmente natural; y sin embargo me aflige. Siempre he temido que conocieras los placeres de una vida disipada que la juventud y la vivacidad hacen que sea muy tentadora y casi me arrepiento de haber dado mi consentimiento a este viaje y de no haber mostrado entereza suficiente para oponerme a él.

¡Ay de mí, hija mía! La ingenuidad de tu naturaleza y la sencillez de tu educación te inhabilitan para recorrer los espinosos senderos de ese gran mundo vertiginoso. La presunta opacidad de tu nacimiento y de tu condición social te exponen a millones de desagradables aventuras. No sólo mis expectativas sino también mis esperanzas para tu futuro han girado siempre en torno al campo. Quizá deba decirte que, por mucho que discrepe en muchas cosas con el capitán Mirvan, mi opinión de la ciudad, de sus costumbres, de sus habitantes y de sus diversiones coincide totalmente con la suya. Ciertamente es el refugio del engaño y de la locura, de la hipocresía y de la mala educación; y pocas cosas deseo con mayor fervor que tu despedida para siempre de ella.

Pero recuerda que hablo solo de la vida pública y disipada, pues en las familias y en la vida privada podemos indiscutiblemente encontrar tanta bondad, honestidad y virtud en Londres como en el campo.

Si se contentara con una vida de retiro, espero vivir lo suficiente para ver a mi Evelina convertirse en la joya de estos lugares y en el orgullo y felicidad de su familia: dar y recibir alegría de las personas dignas de su benevolencia, dedicándose a las ocupaciones útiles e inocentes que puedan asegurarle y ser merecedora del más tierno afecto de los amigos y la más honorable satisfacción de su propio corazón.

Éstas son mis esperanzas y tales mis expectativas. No las desilusiones, mi amadísima niña, alégrame con unas pocas líneas que me permitan asegurarme que estas pocas y aisladas semanas transcurridas en la ciudad no han arruinado la obra de diecisiete años vividos en el campo.

Arthur Villars

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