Evelina

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Parte Primera » Carta XXVI

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CARTA XXVI

De Evelina al reverendo señor Villars

Howard Grove, 27 de abril

Oh, mi querido señor, le escribo presa de un enorme disgusto! Madame Duval ha hecho una propuesta que me ha aterrorizado mortalmente y que ha sido tan inesperada como sorprendente.

Esta tarde estuve dedicada durante horas a leer las cartas de Londres y, a la hora del té, me mandó llamar a su habitación y con expresión satisfecha me dijo:

—Ven aquí, niña, tengo muy buenas noticias para ti. Es algo que te sorprenderá, te doy mi palabra, porque no te lo puedes imaginar.

Le pedí por favor que se explicara y así, con términos que no puedo repetir, dijo que pensaba que era una vergüenza que fuera una criatura tan rústica y modesta, cuando debería ser una dama de calidad; y que en diferentes ocasiones había hecho que se ruborizara, aunque tenía que admitir que no era culpa mía porque no se podía esperar algo mejor de una muchacha que había transcurrido su vida de un modo tan recluido. Pero me aseguró que había discurrido un plan que haría de mí una criatura completamente distinta.

Esperé, sin mucha impaciencia, para escuchar a dónde conducía aquella introducción; pero pronto suscitó en mí reacciones más vivaces cuando me informó que era su intención demostrar mi derecho de nacimiento y reclamar, conforme a la ley, ¡la herencia de mi verdadera familia!

Me resulta imposible describir mi gran consternación cuando finalmente me explicó su proyecto. La sorpresa y el terror me abrumaron a partes iguales. No podía pronunciar palabra, simplemente la escuchaba en silencio, un silencio que no fui capaz de romper.

Ella continuó dilatándose con mucho ardor sobre las ventajas que obtendría con su plan; hablaba con grandilocuencia de mi gloria futura; me aseguró que debería tratar con desprecio a casi todas las personas y cosas que había visto hasta ese momento; me anunció un matrimonio con alguno que perteneciera a una familia de categoría y finalmente dijo que tendría que pasar algunos meses en París donde mi educación y mis modales recibirían un retoque definitivo También se extendió sobre la felicidad de la que gozaría, junto a mí, al mortificar el orgullo de ciertas personas y al mostrarles que a ella no se le podía faltar al respeto impunemente.

En medio de este hermoso discurso el requerimiento para el té fue una liberación para mí. Madame Duval tenía la moral alta, pero mi angustia era demasiado grande para que consiguiera esconderla y todos se interesaron por el motivo que la provocaba. Gustosamente habría desviado el tema, pero madame Duval estaba decidida a hacerlo público. Contó que tenía en mente hacer alguien de mí y que pronto debería comenzar a llamarme con un nombre que no fuera Anville, pero que aún no tenía intención de que su niña contrajera matrimonio.

No soportaba seguir escuchándola y estaba a punto de abandonar la habitación, cuando lady Howard se percató y rogó a madame Duval que pospusiera el discurso para otra ocasión, pero ésta estaba tan ansiosa de comunicar su proyecto que no atendió a razones y así dejaron que me fuera sin oponerse. En verdad, cada vez que madame Duval habla de mi situación o sobre mis asuntos, lo hace con una franqueza tan cruel, que no conozco mayor tortura que aquella de escucharla.

Más tarde la señorita Mirvan me puso al corriente de algunos particulares, como que madame Duval les había informado de su plan con gran complacencia y parecía considerarse muy afortunada de haberlo concebido, pero poco después se le escapó decir que había sido inducida por sus parientes, los Branghton, cuyas cartas, recibidas hoy mismo, mencionaban por vez primera la propuesta. Declaró que no quería saber nada de procedimientos oblicuos, pero que acudiría abierta e inmediatamente a la ley para demostrar mi nacimiento, mi verdadero nombre y mi derecho al patrimonio de mis antepasados.

¡Qué impertinencia y qué intromisión por parte de estos Branghton, qué manera de inmiscuirse en mi vida! No se imagina las molestias que este proyecto ha acarreado a la familia. El capitán, sin haberse informado sobre los detalles de la historia, se declaró perentoriamente en desacuerdo simplemente porque era una propuesta de madame Duval, y los dos debatieron la cuestión con gran violencia. La señora Mirvan dice que no quiere ni pensar en ello hasta que no conozca su opinión. Pero lady Howard, para mi sorpresa, apoya abiertamente los planes de madame Duval: en cualquier caso, será ella misma quien escriba sus razones y sensaciones sobre el tema.

Por lo que se refiere a la señorita Mirvan, es igual que yo y tiene mis mismas esperanzas y temores. En cuanto a mí… no sé qué decir y menos qué esperar. A menudo pienso que mi situación es particularmente cruel: tener un solo progenitor y que éste te destierre para siempre. Pero por otra parte, siempre he tenido clara la conveniencia de la separación. ¡Y sin embargo, puede usted imaginarse, mucho mejor de lo que yo puedo expresar, la angustia interior que a veces me oprime el corazón cuando reflexiono sobre la extraña indiferencia que hace que un padre no se interese ni mínimamente por la salud, el bienestar e incluso la vida de una hija!

¡Oh, señor, para mí, esta pérdida es insignificante! Con generosidad, dulzura y grandísima benevolencia me ha salvaguardado de esta sensación; ¡pero en realidad es por él por quien siento lástima…! Estaría privada no sólo de cualquier piedad filial sino incluso de toda humanidad si pensara en ello sin sentirme herida en lo más profundo de mi alma.

Debo repetir nuevamente que no sé qué debo esperar, así que piense usted en mi lugar, queridísimo señor, y permita que mi mente confusa, que no sabe a qué camino dirigir sus esperanzas, sea guiada por su sabiduría y por sus infalibles consejos,

Evelina

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