Evelina

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Parte Segunda » Carta VI

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CARTA VI

Del señor Villars a Evelina

Berry Hill, 21 de mayo

No te dejes deprimir, mi Evelina, por un golpe de suerte del que no eres responsable. Ningún incumplimiento del deber por tu parte ha motivado la falta de amabilidad que has recibido. Ni, por ningún acto de imprudencia, has propiciado la censura y el reproche. Te ruego, por tanto, mi queridísima hija, que soportes el embate con el coraje que la inocencia debe inspirarte, y que dejes la aflicción que sientes solo para él, quien, no teniendo ese sustento, deberá un día soportarla gravemente.

Las alusiones que lanza me son del todo incomprensibles; mi corazón…, me atrevo a decir… lo declaro inocente de todo vicio; pero, sin tacha… nunca me aventuré a pronunciarlo; sin embargo, parece su intención ser a partir de ahora más explícito, y dejaremos para ese momento la resolución de este jeroglífico; y si según parece he sido la causa de tener que lamentar nuestras desgracias, déjame al menos decir que el más parcial de mis amigos no se sentiría tan asombrado como yo mismo, ante tal descubrimiento.

La alusión, asimismo, a futuras gestiones que pueda hacer está igualmente más allá de mi comprensión; pero no pensaré obsesivamente en un tema que casi a mí solo compete, imponiéndome reflexiones que sólo conseguirían herir un corazón tan tiernamente formado filialmente como el de mi Evelina. Hay un aire de misterio en toda la carta, cuya explicación aguardaré en silencio.

El plan de madame Duval es tal como podría ser razonable esperar de una mujer tan poco acostumbrada a las decepciones, y tan completamente incapaz de considerar la delicadeza de tu situación. Tu aversión a su plan me complace, pues coincide exactamente con la mía. ¿Por qué no emprende ella sola el viaje que proyecta? No encontraría entonces oposición ninguna. Y entonces, de nuevo, mi hija y yo volveríamos a gozar pacíficamente de la serena felicidad que sólo ella ha interrumpido. En cuanto a su venida aquí, ciertamente, quisiera poder prescindir de semejante visita; pero, si no está satisfecha con mi negativa por carta, tendré que someterme a la tarea de repetírsela personalmente.

Mi impaciencia por tu regreso ha aumentado desde que he leído tu informe sobre la visita de sir Clement Willoughby a Howard Grove. Estoy casi sorprendido por la perseverancia de sus asiduidades para interesarte en su favor; pero no me gusta que te expongas a esas charlas privadas que tienen una apariencia que me sobrecoge. No puedes, querida, ser demasiado mesurada; la falta de cautela más leve podría ser aprovechada por un hombre de su disposición; no es suficiente con que seas reservada, su conducta demanda tu resentimiento; él, de nuevo, pondrá todo su empeño en confabularse para solicitar tus favores en privado, de forma que poco a poco vayas dejando el desdén y el desagrado a un lado, hasta conseguir un cambio en tu comportamiento; por tanto, si su visita a Howard Grove se repite mientras permanezcas allí, lady Howard deberá perdóname si corto tu estancia repentinamente.

Adieu, hija mía, presenta mis respetos a esa hospitalaria familia, a la que tanta gratitud debemos.

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