Evelina

Evelina


Parte Segunda » Carta XXVI

Página 66 de 97

CARTA XXVI

De Evelina a la señorita Mirvan

Berry Hill, 14 de julio

Mi dulce Maria va a sorprenderse mucho y quiero creer que a disgustarse cuando, en lugar de recibir a la amiga, recibas la presente carta; esta fría carta inanimada, que quiere expresar con palabras los dolorosos sentimientos de mi corazón. Cuando te escribí el viernes pasado esperaba de un momento a otro a la señora Clinton, con quien tenía intención de dirigirme a Howard Grove: la señora Clinton llegó, pero mi plan tuvo necesariamente que modificarse, pues me traía una carta…, la más dulce que jamás fue escrita, del mejor y más gentil amigo con que jamás huérfana alguna fue bendecida, y que requería mi inmediata presencia en Berry Hill.

He obedecido… y perdóname si te digo que sin renuencia; después de una separación tan larga, ¿no sería la más ingrata de las criaturas si no fuera así? Y aún…, ¡oh, Maria!, aunque deseaba dejar Londres, la realización de este deseo no me ha procurado ninguna felicidad; y aunque sentía suma impaciencia por regresar aquí, palabra alguna, lengua alguna, pueden explicar la tristeza con la que hice el viaje. Creo que no me hubieras reconocido, en verdad, apenas me conozco yo misma. Tal vez, si antes te hubiera visto, si en tu pecho gentil y comprensivo hubiera podido hablarte y confiarte cada secreto de mi alma…; pero ahora voy a seguir con mi diario.

La señora Clinton le entregó a madame Duval una carta del señor Villars en la que le pedía permiso para mi regreso, que, en verdad, fue concedido con gran premura. Entonces, cuando descubrió, por mi voluntad para abandonar la ciudad, que monsieur Du Bois me era totalmente indiferente, se inclinó un poco a mi favor y declaró que, si no quisiera castigar su insensatez por pensar en la niña, no habría consentido que me sepultara de nuevo en el campo.

Todos los Branghton vinieron a despedirme; pero no escribiré una palabra más sobre ellos. ¡Verdaderamente no consigo pensar con calma en esa familia, a cuyo atrevimiento e impertinencia debo todo el desasosiego que sufro en este momento!

Fue tan grande la depresión de mi ánimo durante el viaje, que difícilmente pude persuadir a la buena señora Clinton de que no estaba enferma. Pero, ay Dios, mi estado mental era tal que, en comparación, casi envidié cualquier dolor puramente corporal. Pero, cuando llegamos a Berry Hill…, cuando la chaise[61] se detuvo en este lugar, cómo latió de alegría mi corazón… Y cuando, a través de la ventana vi al más estimado, al más venerable de los hombres que con las manos alzadas agradecía, sin duda, mi llegada sana y salva… ¡Dios todopoderoso! Creí que mi corazón se me salía del pecho. Abrí la puerta de la calesa yo misma, y volé…, pues mis pies parecían no tocar la tierra… y entré en la sala de visitas; él se había levantado para venir a mi encuentro, pero cuando me vio entrar se hundió de nuevo en la silla y, con un profundo suspiro, aunque su cara resplandecía de deleite, dijo:

—¡Gracias, dios mío!

Me arrojé a él y, con un gozo al borde de la agonía, abracé sus rodillas, besé sus manos, lloré sobre ellas…, pero no pude hablar; mientras, él, ahora levantando los ojos en señal de agradecimiento, ahora inclinando respetuosamente la cabeza y estrechándome entre sus brazos, apenas podía articular las bendiciones que derramaba su gentil y buen corazón.

¡Oh, señorita Mirvan! ¿No es para sentirse feliz ser tan amada por el mejor de los hombres? ¿Debería tener otro deseo salvo aquel de merecer su bondad? No pienses que soy ingrata, en verdad no lo soy, pero la tristeza interior de mi alma me incapacita, en este momento, para gozar como debo de las generosidades de la providencia.

—No puedo seguir con mi diario, no puedo poner en orden mis ideas.

¡Qué poco tiene que ver la felicidad con mi situación actual! Me había ilusionado con que, regresando a Berry Hill, recuperaría la tranquilidad; pero las cosas son muy diferentes, porque la tranquilidad y Evelina nunca han tenido menos que ver la una con la otra.

Me sonrojo por lo que acabo de escribir… ¿Puedes, María, perdonar mi seriedad?; me reprimo tanto, y tan dolorosamente, en presencia del señor Villars, que no sé cómo negarme el consuelo de desahogarme en tu compañía.

Adiós, mi querida señorita Mirvan.

Aún una cosa debo añadir. No te dejes engañar por la seriedad de la presente carta; no imputes a una causa equivocada la melancolía que confieso, suponiendo que el corazón de tu amiga se lamenta por una susceptibilidad demasiado grande; ¡no es cierto! Puedes creerme, nunca me he sentido y nunca me sentiré tan segura como en este momento. Así lo firma con toda sinceridad, su afectuosa,

Evelina

Excúsame ante la honorable lady Howard y tu estimada madre.

Ir a la siguiente página

Report Page