Evelina

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Parte Segunda » Carta XXVIII

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CARTA XXVIII

Evelina continúa

Berry Hill, 29 de julio

He de reconocer que estoy un poco angustiada por cómo contestar a tus reprimendas; pero, créeme, mi querida Maria, tus sugerencias son fruto de la fantasía y no de la realidad. No soy consciente de la debilidad de tus sospechas y aun, para ahuyentar tus dudas, me animaré más que nunca por vencer mi pena y recobrar mi ánimo.

Te preguntas, dado que mi corazón no toma parte en este asunto, por qué me siento tan desgraciada. Y conociendo como conoces la elevada opinión que tenía de lord Orville, ¿puedes asombrarte tú de que tan gran desengaño sobre su carácter haya podido afectarme? En verdad, si hubiera recibido una carta tan extraña de cualquier otro, no me habría disgustado; ¿cuánto más serio es, entonces, sufrir una afrenta cuando se recibe del hombre que, sobre la faz de la tierra, menos había supuesto capaz de cometerla?

Te alegras de que no le haya contestado; te aseguro, mi querida amiga, que aunque la carta hubiera sido la más respetuosa que se haya escrito, el aire clandestino atribuido a su propuesta de enviar a su sirviente por mi respuesta en lugar de dirigirla a su casa, decididamente me habría impedido escribirla. En verdad, tengo una invencible aversión por todo lo misterioso, por todo cuanto se hace en secreto; y ya ves, cuán tonta y condenablemente, en lo que respecta a esta carta, me he desviado del camino de honestidad por el que desde mi más tierna infancia se me enseñó a caminar.

Dice que he iniciado una correspondencia con él; ¿y cree de veras lord Orville que ése era mi propósito?, ¿me cree tan audaz, tan atrevida, tan extrañamente ridícula? No sé si ese hombre iría o no a la casa, pero me alegro de haber abandonado Londres antes de que viniese, y sin dejarle ningún mensaje. ¿Qué hubiera podido decirle? Habría sido una condescendencia del todo inmerecida conceder siquiera la más mínima atención a semejante carta.

Nunca dejaré de preguntarme cómo pudo escribirla. Oh, Maria, ¿qué pudo inducirle, sin motivo, a herir y ultrajar a una persona que hubiera preferido morir antes que ofenderle voluntariamente? ¡Qué mortificante libertad de actuación! ¡Qué crueles implicaciones las que comunica con sus agradecimientos y expresiones de gratitud! ¿No es asombroso que un hombre pueda parecer tan modesto siendo en realidad tan vanidoso?

Cada vez lamento más haberle guardado el secreto a mi amado señor Villars; no sé por qué, pero al principio sentí una repugnancia a publicar este asunto que no pude superar… ¡y ahora me avergüenza reconocer que tengo algo que confesar! Y aún merezco castigo por la falsa delicadeza que provocó mi silencio porque, si lord Orville en persona es feliz de comprometer su reputación, ¿me toca a mí defenderla aun a costa de la mía?

Ahora que los primeros momentos de cólera han pasado, me resultaría más fácil considerar el asunto con todo el resentimiento que merece, si todos los amigos de aquí, que me ven sumamente cambiada, no me importunasen preguntándome sobre las causas de mi tristeza y si no atormentasen al señor Villars con observaciones sobre mi abatimiento y abandono. Tan pronto como se toca el tema, una profunda tristeza se extiende sobre su venerable semblante, y me mira con una ternura tan melancólica, que no sé cómo soportar saberme la causa.

La señora Selwyn, una dama de gran fortuna que vive a unas tres millas de Berry Hill y que me ha honrado siempre con distintivas muestras de afecto, se va dentro de muy poco a Bristol, y le ha propuesto al señor Villars llevarme con ella para que recupere mi salud. Él pareció muy indeciso ya fuera para aceptar o rehusar; pero yo, sin vacilar, me opuse al proyecto con gran vehemencia, objetando que no podría recuperar mi salud mejor que con el aire puro de este lugar. El señor Villars tuvo la bondad de agradecer mi presteza a permanecer a su lado, ¡porque es todo bondad! ¡Oh, si estuviera en mi poder ser, como él en la bondad de su corazón me llama, el consuelo de su vejez y el alivio de sus enfermedades!

No deseo separarme más de él; si aquí estoy triste, en otro lugar sería desgraciada. En su presencia, con un mínimo esfuerzo, toda la alegría de mi carácter parece pronta a retornar. ¡La benevolencia de su semblante me reanima, la armonía de su temperamento me aplaca, la pureza de su carácter me motiva! Se lo debo todo a él y, lejos de suponer un peso esta deuda de gratitud, el primer orgullo, el primer placer de mi vida es el recuerdo de las obligaciones que tengo hacia su bondad inigualable.

Hubo un tiempo, en verdad, en que pensé que existía otra persona que…, cuando el tiempo hubiese encanecido sus rizos, habría brillado entre sus iguales con la misma luminosidad que ahora dignifica al honrado señor Villars; ¡una luminosidad superior al valor que surge de la simple vivacidad de ingenio, espíritu e imaginación! ¡Una luminosidad que, no contenta con limitarse a difundir sonrisas y obtener admiración de los caprichos del espíritu, refleja un lustre verdadero y glorioso sobre toda la humanidad! ¡Oh, qué grande fue mi error! ¡Qué desconsiderado mi juicio! ¡Cuán cruelmente he sido engañada!

No iré a Bristol, aunque la señora Selwyn insista mucho, pues no deseo ver más mundo… Los pocos meses que he pasado en él fueron suficientes para que me dé repugnancia siquiera oír hablar de ello. Espero también no volver a ver a lord Orville. Habituada desde el primer momento que le conocí a considerarlo una criatura superior a sus semejantes, su presencia podría, quizá, hacer desvanecer mi resentimiento y olvidar su mala conducta; porque…, ¡oh, Maria, no sabría cómo mirar a lord Orville y guardarle rencor! Le quise como una hermana… Le habría confiado cada pensamiento de mi corazón si se hubiera dignado a desear mi confianza. ¡Tan segura estaba de su honorabilidad, sintiendo tan femenina su delicadeza y tan amable su carácter! Mil veces he imaginado que su vida parecía dedicada, como sus reflexiones, exclusivamente al bienestar y la felicidad del prójimo; ¡pero no quiero hablar, ni escribir, ni pensar más en él! ¡Adieu, querida amiga!

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