Evelina

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Parte Segunda » Carta XXX

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CARTA XXX

Evelina continúa

Bristol Hotwells[62], 28 de agosto

Vas a sorprenderte de nuevo, mi querida Maria, cuando veas dónde está fechada mi carta, pero estuve muy enferma y el señor Villars se alarmó tanto que, no sólo insistió en que acompañase aquí a la señora Selwyn, sino que deseó apasionadamente que apurara el viaje que tenía planeado.

Viajamos muy despacio y no me fatigué tanto como esperaba. Estamos situados en un lugar muy pintoresco; el panorama es bello, el aire puro, y el clima muy favorable para los enfermos. Ya me encuentro mejor y no dudo que pronto estaré tan bien como deseo en lo que respecta a la salud.

No puedo expresar la renuencia con que me separé de mi venerado señor Villars; no fue como la separación de abril pasado que precedió a mi viaje a Howard Grove, cuando todo eran esperanzas y expectativas y, mientras lloraba, también me regocijaba, pues aun sintiendo tristeza por dejarle, también deseaba irme. El dolor que he sentido ahora estaba desprovisto de sentimientos felices; las expectativas se habían desvanecido y no tenía esperanza alguna. Dejaba todo aquello que me es más querido en la tierra, y para una tarea cuyo éxito me es completamente indiferente: el restablecimiento de mi salud. Si hubiese sido para ver de nuevo a mi dulce María o a su estimada madre, no me habría lamentado.

La señora Selwyn es muy amable y atenta conmigo. Es en extremo inteligente; su intelecto puede, de veras, definirse como masculino, pero, desafortunadamente, sus modales merecen el mismo calificativo porque, en el estudio necesario para adquirir sus conocimientos del sexo contrario, ha perdido toda la dulzura del suyo. En cuanto a mí, sin embargo, como no tengo ni el coraje ni he sentido la inclinación de discutir con ella, no he recibido ofensa personal ninguna por su falta de delicadeza; una virtud que parece constituir una parte tan esencial de la naturaleza femenina que hace que me sienta muy azorada y menos cómoda con una mujer que carece de ella, que con un hombre.

El señor Villars no le tiene demasiada simpatía, pues se ha disgustado a menudo por su despiadada propensión a la sátira; pero su ansiedad por que comprobara el efecto de las aguas de Bristol venció la aversión a confiarme a su cuidado. La señora Clinton también se encuentra aquí, por lo que estaré mejor atendida de cuanto su afecto pudiera desear.

Continuaré escribiéndote, mi querida señorita Mirvan, con tanta constancia como si no tuviera que escribir a nadie más; aunque, durante mi ausencia de Berry Hill, mis cartas, quizá, deban ser más breves a causa de la minuciosidad del diario que debo escribir a mi amado señor Villars. Pero tú, que conoces sus expectativas y los vínculos que me inducen a satisfacerlas, estoy segura de que excusarás cualquier omisión contigo antes que una negligencia con él.

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