Evelina

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Parte Tercera » Carta XII

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CARTA XII

Del señor Villars a Evelina

Berry Hill, 3 de octubre

Tus últimas noticias, queridísima niña, son ciertamente asombrosas; que una hija heredera y reconocida por sir John Belmont esté en Bristol y que todavía mi Evelina lleve el nombre de Anville es para mí del todo inexplicable; aunque ya la misteriosa carta dirigida a lady Howard me preparó para esperar algo extraordinario del regreso de sir John Belmont a Inglaterra.

Quienquiera que esta señorita pueda ser, lo cierto es que ocupa el lugar que sin ninguna duda te pertenece por derecho. Un matrimonio posterior, del que nunca tuve noticias, se sabría; y aun suponiendo que se hubiera celebrado, la señorita Evelyn, fue, ciertamente, la primera esposa, y por consiguiente, su hija, al menos, debe llamarse Belmont.

En este asunto existen circunstancias del todo incomprensibles; de lo contrario, algún atroz y extraño y fraude ha sido cometido; cuál de los casos es el que nos ocupa es lo que nos incumbe ahora averiguar.

Mi renuncia a dar este paso cede su lugar a la convicción de su conveniencia pues, si la reputación de tu querida madre ha sido ofendida, debe ser limpiada ahora de toda mancha, o llevarla a recibir la última y definitiva herida.

La aparición pública de una hija de sir John Belmont reanimará el recuerdo de la historia de la señorita Evelyn en todos aquellos que la conocieron…, y si se preguntara quién es la madre…, y se nombrara a cualquier otra lady Belmont, el nacimiento de mi Evelina recibiría un estigma contra el cual, ¡la honorabilidad, la verdad y la inocencia se apelarán en vano! ¡Un estigma que tacharía eternamente la buena reputación de tu virtuosa madre y lanzaría sobre tu inocente persona la detestación de un título que ni toda su pureza podrá salvar de una deshonra y una vergüenza ahora sagradas!

No, querida hija mía, no; ¡no me quedaré en silencio mientras las cenizas de tu madre son tratadas con ignominia! Su inmaculada reputación será justificada ante el mundo entero; su matrimonio se verá reconocido, y su hija llevará el nombre al que tiene legítimo derecho.

Es cierto que la señora Mirvan llevaría este asunto con más delicadeza que la señora Selwyn; pero, tal vez, ganar tiempo pueda ser ahora lo más importante desde el momento que prolongar este misterio sea tolerar que continúe y, cuanto más tiempo pase, más difícil será su aclaración. Por eso, cuando menos tardes en partir para la ciudad, menos penosa será la tarea.

No dejes que la timidez deprima tu ánimo, mi querida niña; en verdad temeré por ti en tan singular y conmovedor encuentro, pero no hay duda de las probabilidades de éxito. Incluyo una carta de tu infeliz madre escrita y conservada expresamente para esta ocasión. El señor Clifton, que la atendió en su última enfermedad, también te acompañará a la ciudad. Pero sin ningún otro certificado de nacimiento, el que llevas en tu semblante, que no puede ser alterado por artificio, no admitirá duda alguna.

¡Y ahora, mi Evelina, confiada por fin a los cuidados de tu verdadero padre, recibe las más fervientes plegarias, los deseos y las bendiciones de quien con tanto amor te adoptó!

Que puedas…, hija de mi corazón, ¡que puedas permanecer fiel a tu carácter, aun después de tu ascenso en la posición social!; ¡recibe con humildad y dulzura el honor al cual estás a punto de ser elevada! ¡Que tus modos, tu lenguaje y tu comportamiento puedan mostrar la modesta ecuanimidad y la serena gratitud que no se limita a merecer sino que dignifica la prosperidad! ¡Que puedas, hasta los últimos momentos de una vida inmaculada, mantener la genuina simplicidad, sencillez de corazón e ingenua sinceridad! ¡Y que puedas ser ajena a la ostentación, y superior a la insolencia y, con verdadera grandeza de alma, resplandecer distinguiéndote sólo por la caridad!

Arthur Villars

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