Evelina

Evelina


Parte Primera » Carta VI

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De lady Howard al reverendo señor Villars

Howard Grove

Querido y reverendo señor:

El modo solemne en que me ha confiado a su hija ha paliado, de algún modo, el placer que recibo con tal demostración, pues me hace temer un gran sufrimiento por su parte al complacerme: en cuyo caso, sinceramente, lamentaría el fervor con el que le pedí este favor; pero recuerde, mi buen amigo, que serían necesarios sólo un par de días si la reclamara, y tenga seguro que no la retendré ni un minuto más de lo que usted considere oportuno.

Me pide una opinión sobre ella.

¡Es un pequeño ángel! No me sorprende que haya intentado monopolizarla; ni debería asombrarse de que le resulte imposible hacerlo.

Su cara y su persona se corresponden con los más refinados conceptos de la belleza absoluta, y aunque esto sea para mí o para usted el argumento menos importante, es sin embargo tan extraordinaria que no es posible que pase inadvertida. Si yo ignorara de quién ha recibido su educación, al observar un rostro tan perfecto habría temido por su inteligencia, dado que siempre se ha dicho, y con razón, que la insensatez busca aliarse con la belleza.

Posee la misma gentileza de ánimo, la misma gracia natural en sus movimientos que tanto admiraba en su madre. Su carácter parece realmente ingenuo y sencillo y, aunque la naturaleza la haya bendecido con una inteligencia excelente y una gran vivacidad, tiene un cierto aire de inexperiencia e inocencia que la hacen extremadamente interesante.

No tiene razón, querido señor, en lamentar el aislamiento en el que ha vivido; porque esa educación que se adquiere practicando el

bello mundo ella la compensa con un innato deseo de complacer, unido a una conducta infinitamente cautivadora.

Observo con gran satisfacción un afecto cada vez mayor entre esta gentil muchacha y mi nieta, cuyo corazón está exento de egoísmo o vanidad como el de su amiga lo está de cualquier artificio. Su amistad puede ser recíprocamente útil porque mucho se puede esperar de una emulación donde no hay cabida para la envidia. Me encantaría que se quisieran como hermanas y que ejercieran las veces, la una con la otra, de ese tierno y feliz lazo de parentesco al cual ninguna de las dos tiene derecho por nacimiento.

Tenga por seguro, mi buen amigo, que su hija encontrará aquí las mismas atenciones que usted le procura. Le enviamos conjuntamente nuestros más sinceros deseos para su salud y su felicidad y le presentamos nuestro más sentido agradecimiento por el favor que nos ha sido concedido. Siempre, querido amigo, su más devota,

M. Howard

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