Evelina

Evelina


Parte Primera » Carta VII

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De lady Howard al reverendo señor Villars

Howard Grove, 26 de marzo

No se alarme, mi ilustre amigo, si le escribo de nuevo con tanta prontitud: raramente acostumbro a esperar ceremoniosamente una respuesta o a escribir con regularidad y es ésta una ocasión urgente para implorar su paciencia.

La señora Mirvan acaba de recibir una carta de su marido ausente desde hace ya largo tiempo, en la que le revela la agradable noticia de que espera encontrarse con ella en Londres a principios de la próxima semana. Mi hija y el capitán han permanecido separados durante casi siete años y es por tanto inútil expresar la alegría, la sorpresa y, en consecuencia, el alboroto que este regreso inesperado ha causado en Howard Grove. Está fuera de toda duda que la señora Mirvan se trasladará inmediatamente a la ciudad para reunirse con él; su hija evidentemente la acompañará y no puedo expresar cuánto me aflige que su madre no pueda hacerlo.

Y ahora, mi buen amigo, casi me sonrojo al continuar…, pero, dígame, ¿puedo pedirle…, daría usted el permiso para que su criatura pueda acompañarlas? No debe considerarnos extravagantes, piense en los múltiples incentivos que en este momento conspiran para hacer de Londres el lugar más feliz en el que encontrarse. El regocijo causado por el viaje y el alborozo de las personas, comparado con la tediosa vida que llevaría aquí con una anciana y solitaria mujer como única compañía, siendo conocedora de la alegría y felicidad de la que goza el resto de la familia, son circunstancias que bien merecen su consideración. La señora Mirvan me dice que le asegure que una semana es todo aquello que le pide porque está convencida de que el capitán, que detesta Londres, estará ansioso por visitar de nuevo Howard Grove y Maria desea tan ardientemente la compañía de su amiga que —si permanece usted inexorable— se verá privada de la mitad del placer del que espera disfrutar en caso contrario.

En cualquier caso, mi buen amigo, no quiero inducirle a creer que vivirán retirados, dado que, con toda honestidad, no sería posible. Pero no tiene motivos para preocuparse por

madame Duval: esa mujer no tiene amistades en Inglaterra y sólo recibe noticias de segunda mano. El nombre que lleva su niña es totalmente desconocido para ella y, aunque llegara a saber de este viaje, un breve período de una semana, o incluso menos, transcurrido en la ciudad con motivo de una ocasión tan particular, aunque anterior a su encuentro, no puede ser interpretado como un acto ofensivo hacia ella.

La señora Mirvan quiere que le asegure que si usted le concede este favor, las dos hijas recibirán en igual medida su tiempo y atenciones. Le ha encargado a una amiga de la ciudad que le procure una casa y mientras espera una respuesta, yo espero la suya, mi buen amigo, referida a nuestra propuesta. De todos modos, le escribirá también la niña y esto, no tengo dudas, será más útil que cualquier insistencia por nuestra parte.

Mi hija me pide que le presente sus respetos si, así dice ella, accede a su petición,

pero sólo en este caso.

Adieu, mi buen amigo…, todos confiamos en su bondad.

M. Howard

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