Evelina

Evelina


Parte Primera » Carta XII

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Evelina continúa

Martes, 5 de abril

Aún no han terminado las calamidades de la noche de ayer. En este momento, entre lo serio y lo cómico, he sabido a través de Maria de la conversación más curiosa que haya oído jamás. Al inicio le extrañará mi vanidad, pero, mi querido señor, tenga paciencia.

Debió de suceder mientras permanecía sentada en compañía de la señora Mirvan en la sala de juego. Maria estaba tomando un refrigerio cuando vio que

lord Orville se acercaba con la misma intención; él no la reconoció pero ella le identificó inmediatamente. Enseguida un hombre de magnífico aspecto, mientras se dirigía a su encuentro con aire impetuoso, exclamó:

—Y bien, muy señor mío, ¿qué ha sido de su adorable pareja?

Nada —respondió

lord Orville, con una sonrisa y encogiéndose de hombros.

—¡Por Júpiter —observó el hombre—, es la criatura más hermosa que he visto en mi vida!

Lord Orville contestó riéndose (y no me extraña nada):

—Sí, una muchacha bonita y sencilla.

—¡Oh, señor mío! —exclamó el loco—. ¡Un verdadero ángel!

—Un ángel

silencioso —rebatió el otro.

—¿En qué sentido, señor? Tiene un aspecto inteligente y expresivo.

—Una pobre y débil muchacha —respondió

lord Orville sacudiendo la cabeza.

—¡Por Júpiter —espetó el otro—, estoy feliz de escuchar tal cosa!

En aquel momento se reunió con ellos el mismo odioso individuo que me había atormentado. Dirigiéndose a

lord Orville con gran respeto, dijo:

—Pido perdón, muy señor mío… si he sido… como me temo… demasiado severo al reprochar a la señora que goza del honor de su protección… pero, muy señor mío, ¡la mala educación termina siendo irritante!

—¡Mala educación! —exclamó mi desconocido paladín—. ¡Imposible! ¡Ese elegante rostro no puede ser una máscara tan vil!

—¡Oh, señor!, en cuanto a eso —respondió aquél— debe dejar que sea yo quien lo juzgue; porque aunque tengo el máximo respeto por su opinión… por otras cosas… espero que me conceda… y apelo también a su señoría… que no soy del todo despreciable como juez en cuanto a urbanidad se refiere.

—Tenía tal desconocimiento —contestó

lord Orville con tono grave— de la provocación que según usted había sufrido que no pude hacer otra cosa que sorprenderme ante su singular hostilidad.

—Lejos de mi intención —respondió aquél— ofender a su señoría; pero una persona que no es nadie no puede darse esos aires de importancia…; admito que no pude reprimir mi apasionamiento. Muy señor mío, aunque he intentado informarme… nadie me ha sabido decir quién es.

—Por lo que estoy deduciendo —exclamó mi defensor— debe tratarse de la hija de algún párroco rural.

—¡Oh, oh, oh! ¡Muy bien, por mi honor! —prorrumpió el figurín. Bueno, lo habría jurado por sus formas.

Y luego, deleitándose con su propia chanza, se alejó riendo supongo que para repetirla.

—Pero ¿qué diablos significa esto? —quiso saber el otro.

—¡Ah! Una historia muy estúpida —respondió

lord Orville—. Su

Elena rechazó primero al botarate y luego consintió en bailar conmigo. Es todo lo que he podido entender.

—¡Oh, Orville —respondió—, usted sí que es un hombre afortunado!… Pero… ¿maleducada?… ¡Me niego a creerlo! Además, tiene una apariencia demasiado inteligente para ser tan ignorante.

—No pretendo definirla como una ignorante o como una mujer altiva, pero le aseguro que ha asistido a todo lo que le he contado con inamovible seriedad, aunque hice verdaderos esfuerzos por entretenerla; pero apenas Lovel comenzó con sus reproches ella sufrió un ataque de risa, ofendiendo al pobre necio y disfrutando de su mortificación.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Vamos, vaya ingenio tiene la muchacha!… aunque tal vez sea más bien rústica.

En ese momento Maria fue invitada a bailar y ya no pudo escuchar más.

Y ahora dígame, querido señor, ¿alguna vez ha escuchado cosa tan irritante? «¡Una pobre y débil muchacha!», «¡ignorante o altiva!». ¡Qué palabras más hirientes! Estoy decidida a no caer más en la tentación de asistir a una fiesta de baile privada. Me hubiera encantado estar en Dorsetshire.

Y bueno, después de esto no le sorprenderá que esta mañana

lord Orville haya preferido enviar un criado para informarse sobre nuestro estado de salud, en lugar de hacerlo personalmente[15], como la señora Mirvan dijo que haría; pero quizá se trate sólo de una costumbre del campo.

No querría vivir aquí ni por todo el oro del mundo; no me importaría que nos fuéramos ya. Uno se cansa enseguida de Londres. Estoy deseando que llegue el capitán. La señora Mirvan habla de ir a la ópera esta noche; a mí me resulta indiferente.

Mañana del miércoles

Bueno, mi querido señor, me quedé muy complacida, bien podría decir muy a mi pesar, pues tengo que reconocer que salí de casa de muy mal humor, lo que no le extrañará a usted después de mis últimos comentarios; pero la música y el canto me deslumbraron; me produjeron una grata sensación de serenidad, más adecuada a mi actual disposición hacia el mundo. Intentaré persuadir a la señora Mirvan de volver el sábado.

Desearía que todas las noches asistiéramos a la ópera; de todos los espectáculos es el más dulce y divertido. Parecía que alguna de las arias me iban a derretir el corazón. Asistimos a una de esas obras que llaman ópera

seria, porque el tenor cómico estaba enfermo.

Esta tarde iremos a Ranelagh. Si por casualidad nos encontráramos con alguno de los tres caballeros que hablaban de mí con tanta libertad…, pero prefiero no pensar en ello.

Mañana del jueves

Bueno, mi querido señor, fuimos a Ranelagh. Es un lugar fascinante y el fulgor de las luces, cuando hicimos nuestra entrada, casi me hizo pensar que me encontraba en un castillo encantado o en un palacio de hadas porque todo me parecía mágico.

La primera persona que vi fue

lord Orville. ¡Me sentí tan confusa!…, pero él no me vio. Después del té, dado que la señora Mirvan estaba cansada, Maria y yo paseamos solas por la sala. Entonces lo vimos de nuevo, de pie junto a la orquesta. También nosotras nos detuvimos para escuchar a un cantante. Me saludó con una ligera inclinación de cabeza; yo le correspondí con una reverencia y estoy segura de que me sonrojé. Inmediatamente retomamos el paso porque nos incomodaba aquella situación; pero él no nos siguió y cuando volvimos a pasar junto a la orquesta ya se había marchado. En el transcurso de la noche lo encontramos en varias ocasiones, pero siempre estaba acompañado y en ningún momento nos dirigió la palabra, aunque cuando casualmente se encontraban nuestras miradas tenía la bondad de saludarme.

No puedo dejar de sentirme herida por la opinión que tiene sobre mí. Ciertamente, fue mi comportamiento el que la ha provocado… Sin embargo, como de él sólo puedo decir que es la persona más agradable y, aparentemente, la más amable del mundo, lamentaría que tuviera un mal concepto de mí: ¿no debemos aspirar al aprecio de aquellos que merecen el nuestro? Pero ahora es demasiado tarde para reflexionar sobre ello. Bueno, no puedo remediarlo… De todos modos, ¡creo que no quiero saber nada de fiestas de baile privado!

Esta mañana tendríamos que haber salido para asistir a alguna subasta, a alguna tienda de antigüedades y demás, pero tenía tal jaqueca que no me encontraba de humor para diversiones, así que les he dicho que fueran sin mí, y así lo hicieron, aunque de mala gana. Son todos amabilísimos.

Y ahora siento no haberles acompañado porque no sé a qué dedicar mi tiempo. Había decidido no ir al teatro esta noche, pero creo que iré. En resumen, me resulta completamente indiferente ir o no ir.

* * *

¡Estaba convencida de haber cometido un error! La señora Mirvan y Maria han recorrido media ciudad y se han divertido tantísimo. Y mientras yo, como una estúpida, me quedé en casa sin nada qué hacer. Durante una subasta en Pall-Mall ¿a quién encontraron sino a

lord Orville? Se sentó junto a la señora Mirvan y estuvieron conversando largo rato: pero la señora no me ha referido nada de la conversación.

Tal vez no tenga otra oportunidad de visitar Londres; lamento haberme quedado fuera del juego, pero merezco esta mortificación por haber cedido a mi mal humor.

Noche del jueves

Acabamos de regresar del teatro donde se representaba

El Rey Lear, que me entristeció mucho. No vimos a ningún conocido.

Bien,

Adieu, es demasiado tarde para continuar escribiendo.

Viernes

Ha llegado el capitán Mirvan. No estoy de humor para referir los detalles de su presentación porque verdaderamente me ha dejado asombrada. No me gusta. Me parece huraño, vulgar y desagradable.

En el momento mismo de presentarle a Maria, ha comenzado a burlarse de su nariz y ha dicho que era una criatura alta y mal hecha. Ella lo soportó con bastante buen humor, pero la señora Mirvan, una mujer tan dulce y gentil, se merecía un mejor destino. Estoy impresionada de que se casara con él.

Por lo que a mí se refiere, estaba tan intimidada que casi no le dirigí la palabra, ni tampoco él a mí. No consigo imaginar el motivo por el cual la familia está tan contenta con su regreso. Si transcurriese toda su vida en el extranjero, creo que deberían sentirse más bien felices que entristecidos. Sólo espero que no tengan un concepto de él tan pésimo como yo; aunque estoy segura de que son demasiado sagaces como para dejarlo entrever.

Noche del sábado

Hemos ido a la ópera y estoy aun más satisfecha que el martes. Hubiera jurado que me encontraba en el paraíso si no hubiera sido por el continuo cuchicheo de las personas de mi alrededor. Estábamos sentados en la platea donde todos vestían tan elegantes que, si hubiera estado menos absorbida por la representación, habría disfrutado a conciencia observando a las damas.

Estoy muy contenta de no haberme sentado junto al capitán, porque él no soportaba ni la música ni los cantantes y estuvo extremadamente grosero con sus comentarios sobre la primera y los segundos. Cuando terminó la obra fuimos a un lugar llamado

cafetería donde se reúnen damas y caballeros. Hay comida y bebida de todo género y la gente pasea y

charla con la misma naturalidad y libertad que lo haría en un salón privado.

El lunes iremos a un

ridotto[16] y el miércoles regresaremos a Howard Grove. El capitán dice que no se quedará aquí para hacerse fumigar por la inmundicia; después de haberse hecho fumigar por el sol abrasador durante siete años, quiere retirarse al campo y disfrutar de la hermosa estación.

Adieu, mi querido señor.

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