Evelina

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Parte Primera » Carta XIII

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sir Clement Willoughby —he descubierto que éste es el nombre de mi acosador— ha hecho lo propio aunque personalmente; pero yo no quise bajar hasta que no se marchó.

Y ahora, mi querido señor, de un modo u otro, puedo justificar la extraña, irritante y ridícula conducta de

sir Clement la noche pasada; pues la señora Mirvan dice que se trata de la misma persona que hablaba con

lord Orville en casa de la señora Stanley, cuando se referían a mí de un modo tan humillante. Se complacía de decir que estaba muy contento de saber que yo era una estúpida y supongo que, por ello, consideró que tenía vía libre para decirme todas las necedades que se le antojaran. Aunque su opinión no me importa; pero por lo que se refiere a

lord Orville, si entonces me juzgaba como una idiota, ahora estoy segura de que pensará que además de ser una descarada soy también presuntuosa. ¡Usar su nombre!… ¡Qué impertinencia!… Nunca sabrá cómo se sucedieron los acontecimientos: se imaginará que ha sido un exceso de vanidad por mi parte. Pero bueno, ¡mañana dejaré esta malévola ciudad y no volveré jamás!

Esta tarde el capitán quiere llevarnos a ver los

fantocini[18]. No soporto al capitán; no puedo describir su ordinariez. Cuánto me alegro de que no estuviera presente en la desagradable conclusión de la aventura de ayer porque estoy convencida de que habría contribuido a mi consternación; seguramente le habría divertido dado que sonríe rara y únicamente a expensas de los demás.

Y así concluyo mis cartas londinenses… y sin añoranza porque soy demasiado inexperta e ignorante para comportarme correctamente en esta ciudad donde para mí es todo nuevo y muchas cosas inexplicables y embarazosas.

Adieu, mi querido señor. ¡Quiera Dios que vuelva a usted sana y salva! Desearía tanto regresar inmediatamente a Berry Hill; sin embargo, este deseo constituye una ingratitud para con la señora Mirvan, así que lo reprimiré. Le contaré con detalle la representación de los

fantocini desde Howard Grove. No hemos visto ni tan siquiera la mitad de los lugares públicos de ocio que en este período están abiertos, aunque probablemente usted pensará que los hemos visitado todos. Pero son innumerables, casi tanto como las personas que los frecuentan.

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