Evelina

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Parte Primera » Carta XVI

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monsieur Du Bois cuya indumentaria estaba en las mismas miserables condiciones que aquella de

madame Duval y que, empapado, temblando y desconsolado, se había acercado al fuego.

El capitán se rió aún con más fuerza mientras la señora Mirvan, avergonzada de su desconsideración, repitió sus preguntas a

madame Duval, quien contestó:

—Pues eso, mientras corríamos todos bajo la lluvia,

monsieur Du Bois tuvo la amabilidad —desafortunadamente, visto las consecuencias— de cogerme en brazos para atravesar un tramo donde el barro cubría hasta los tobillos; pero en vez de suponer una ayuda, precisamente en el peor momento… me hubiera gustado estar a cincuenta millas de distancia porque, aún no sé por qué, él resbaló… o al menos eso creo…, aunque no consigo entender cómo sucedió porque yo no peso tanto… Como quiera que fuera, ambos caímos en el barro y cuanto más intentábamos levantarnos, más nos hundíamos y nos cubríamos de fango… ¡Mi nueva

négligé de Lyon está totalmente arruinada!… y menos mal que conseguimos salir porque habríamos podido quedarnos allí eternamente si por ustedes fuera, porque ninguno acudió en nuestra ayuda.

Este discurso hizo las delicias del capitán: iba de la señora al caballero y de éste a la primera para disfrutar del espectáculo de su desgracia. Gritaba de alegría y, estrechando enérgicamente la mano de

monsieur Du Bois, le auguraba buena fortuna por haber

tocado suelo inglés. Después acercó una vela a

madame Duval para tener un mejor panorama del desastre, declarando repetidamente que jamás en su vida se había sentido más satisfecho.

No se puede expresar con palabras la ira de la pobre

madame Duval: de un empujón, hizo caer la vela de la mano del capitán, la aplastó con el pie y finalmente, le escupió en la cara.

Este gesto pareció calmar inmediatamente a ambos puesto que la alegría del capitán se transformó en odio, y la cólera de

madame Duval en miedo, ya que él la aferró por los hombros sacudiéndola violentamente —tanto que ella lanzó un grito de socorro— mientras le aseguraba que si hubiera sido un poco menos vieja o menos fea, se lo habría devuelto en su misma cara.

Monsieur DuBois, que estaba sentado plácidamente junio al fuego, se acercó al capitán protestando acaloradamente, pero ni le entendió ni le tomó en consideración y no liberó a

madame Duval hasta que ésta no comenzó a sollozar de rabia.

Cuando les separaron, le rogué que diera el permiso para que la mujer que se encargaba de las capas de las señoras, le secara el vestido; ella consintió e hicimos lo posible por evitarle un constipado. Nos vimos obligados a esperar casi una hora en aquella desagradable situación antes de procurarnos un coche de alquiler organizándonos del mismo modo que antes de que ocurriera el accidente.

Esta mañana visitaré a la pobre

madame Duval para informarme sobre el estado de su salud, que creo se habrá resentido debido a los incidentes de la noche pasada, aunque en realidad parece gozar de una constitución sana y fuerte.

Adieu, mi querido señor, hasta mañana.

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