Evelina

Evelina


Parte Primera » Carta XXVII

Página 38 de 107

C

A

R

T

A

X

X

V

I

I

De lady Howard al reverendo señor Villars

Howard Grove

Querido señor:

No puedo dar prueba mayor de la elevada opinión que tengo de su sinceridad, que con la libertad que estoy a punto de tomarme, osando ofrecerle un consejo referente a una cuestión sobre la cual tiene usted el más justo derecho de actuar con total soberanía: pero sé que siente un aprecio por la justicia demasiado natural como para ser parcialmente tenaz en su discernimiento.

Madame Duval ha anunciado un proyecto que nos ha dejado a todos conmocionados y contra el cual, al principio, junto al resto de la familia, protesté; pero tras una madura consideración, debo reconocer que mis objeciones han desaparecido casi en su totalidad.

Este proyecto no supone otra cosa que la puesta en marcha de una causa contra

sir John Belmont para demostrar la validez de su matrimonio con la señorita Evelyn; la necesaria consecuencia de esta demostración será la certeza del patrimonio y de sus propiedades para la hija.

¿Y por qué, querido señor, esto no debería suceder? Sé que, escuchándolo por vez primera, este plan le habrá inspirado únicamente ideas turbadoras, pero también sé que su mente es demasiado extraordinaria como para dejarse guiar por prejuicios o para oponerse a una causa importante por unas pocas y desagradables circunstancias concomitantes.

Su adorable pupila, que ahora está haciendo su entrada en la vida, tiene méritos que no deberían quedar sepultados en la oscuridad. Parece haber nacido para servir de ornamento al mundo. La naturaleza ha sido generosa con ella en todo aquello que podía ofrecerle, y la particular atención que usted ha prestado a su instrucción ha formado su mente con una perfección que casi nunca he visto en una persona tan joven.

Únicamente la suerte ha sido hasta ahora avara con ella, pero ahora incluso esta abre el camino que conduce a todo cuanto queda por desearle a la muchacha.

Ignoro cuáles pueden haber sido sus razones, buen señor, para esconder con tanto celo el nacimiento, el nombre y los derechos de esta bondadosa muchacha y para que se abstenga de ejercer cualquier tipo de reivindicación contra

sir John Belmont. Sin conocerle, le respeto por la elevada opinión que tengo de su índole y de su capacidad de juicio, pero espero que no sean insuperables porque no puedo evitar pensar que no está escrito que una persona que parece destinada a adornar el mundo deba consagrarse a una vida de retiro.

Sir John Belmont, aun cuando esté demostrado que es un canalla, cuando vea a su hijita, tan bien educada, no podrá evitar sentirse orgulloso de reconocerla como propia y ansioso de garantizarle la herencia de su patrimonio. Ha sido tal la admiración que ha suscitado en la ciudad, aunque originada simplemente por su atractivo exterior, que la señora Mirvan me asegura que habría recibido las mejores ofertas, si no hubiera indicios de un misterio en torno a su nacimiento; un misterio que en multitud de ocasiones, y sin embargo en vano, se ha tratado de desvelar.

¿Es justo, querido señor, que esta joven y prometedora criatura sea privada de un patrimonio y de un rango social a los cuales tiene legalmente derecho y a la cual usted ha preparado para llevar y usar de un modo tan noble? El desprecio por las riquezas puede en efecto ser una posición filosófica, pero saber dispensarlas de un modo digno es definitivamente más ventajoso para la humanidad.

Esperar algunos años o incluso un período de tiempo más breve podrían hacer que este proyecto fuera irrealizable:

sir John, aun siendo joven todavía, lleva una vida demasiado disoluta que no le hará llegar a la vejez y, cuando ya sea tarde, podremos arrepentirnos de no haber actuado porque, después de muerto, será casi imposible establecer o demostrar algo de esto con sus herederos o ejecutores.

Perdone la franqueza con la que escribo mi opinión sobre este asunto, pero su fascinante pupila me ha inspirado una amistad tan cálida que no puedo permanecer indiferente a un argumento de tal envergadura para su futura existencia.

Adieu, querido señor; envíe urgentemente su respuesta a esta petición y créame etc.,

M. Howard

Ir a la siguiente página

Report Page