Evelina

Evelina


Parte Segunda » Carta III

Página 47 de 107

C

A

R

T

A

I

I

I

Evelina continúa

Howard Grove, 15 de mayo

Este insaciable capitán, si por él fuera, creo que no descansaría de atormentar a

madame Duval hasta hacerla enfermar. Parece que no tiene más deleite que aterrorizarla o afrentarla, y todos sus pensamientos parecen girar sobre la invención de planes odiosos para hacerlo más efectivamente.

Ayer por la mañana desayunó en la cama, pero durante nuestro desayuno, el capitán, con una significativa mirada a

sir Clement, nos dio a entender que él creía que había descansado tiempo suficiente como para soportar las adversidades de un nuevo plan.

Su mirada fue obvia, por lo que resolví detenerle inmediatamente; cuando terminamos de desayunar, seguí a la señora Mirvan afuera, y le rogué que no perdiera tiempo en plantear al capitán sus planes con

madame Duval.

—Mi amor —contestó ella—, le he reconvenido ya, pero todo cuando le diga será inútil mientras su favorito

sir Clement se confabule con sus planes.

—Entonces iré a hablarle a

sir Clement —dije yo—, pues sé que desistirá si yo se lo pido.

—Tenga cuidado, querida —dijo ella sonriendo—. En ocasiones es peligroso hacer ruegos a los hombres que están demasiado deseosos de recibirlos.

—Pues bien, entonces, mi querida señora, ¿me da permiso para hablar yo misma con el capitán?

—Con mucho gusto. La acompañaré.

Le di las gracias y fuimos en su busca. Paseaba por el huerto con

sir Clement. La señora Mirvan, acertadamente, me preparó el terreno diciendo:

—Señor Mirvan, traigo conmigo a alguien que quiere pedirle algo.

—¿Qué es ello? —dijo.

Temí enojarle y tartamudeé muchísimo cuando le dije que deseaba que no tuviera nuevos planes para atormentar a

madame Duval.

—¡Nuevos

planes! —dijo él—. ¿Por qué, es que supone que repetiría los

antiguos? No es que no fueran buenos, sólo que dudo que picara de nuevo.

—Ciertamente, señor —dije yo—, ella ya ha sufrido demasiado; y espero que me perdone si me tomo la libertad de decirle que creo mi deber hacer lo imposible para evitar que vuelva a aterrorizarla de esa manera.

Una hosca sombra nubló instantáneamente su cara, y, apartándose abruptamente de mí, dijo que podía hacer lo que quisiera, pero que pronto me arrepentiría de mi entrometimiento.

Me desconcertó en gran medida su desplante para intentar responderle, y observando que

sir Clement abogaba calurosamente por mi causa, me marché dando media vuelta, y los dejé para discutir el asunto conjuntamente.

La señora Mirvan, que nunca le hablaba al capitán cuando no estaba de humor, tuvo gusto en seguirme, y con la dulzura acostumbrada, disculpó de mil maneras los malos modos de su marido.

Cuando la dejé fui a ver a

madame Duval, que estaba levantándose y se dedicaba a examinar las ropas que llevaba el día del accidente.

—¡Vaya un espectáculo! —dijo ella—. Ven aquí, niña, mira esto. ¡

Pardi, tantos años como he vivido y nunca había visto algo semejante!

Es que todo, absolutamente todo, se ha echado a perder; y lo que es peor, mi pelliza, que estaba como nueva. Es la segunda que destrozo. Tonta de mí por ponérmela en un lugar tan solitario como éste. Tanto es así que no me pondré jamás un buen vestido, aunque me quede aquí otros diez años.

—¿Quiere que la criada intente limpiarlo y plancharlo a ver si mejora, señora?

—¡No!, terminaría por destrozarlo del todo. ¡Pero, mira aquí…, mi capa! ¡

Mon dieu, si parece un trapo! ¡De todas las desgracias que he tenido, sin duda ésta es la peor!; porque has de saber que todo lo compré el día antes de dejar París. Además, y para más inri, perdí mi sombrero cuando el bandido me lo arrancó bruscamente; no sé dónde fue a parar, no he vuelto a verlo; pero has de saber que era el que mejor me sentaba de todos los que he tenido, pues era el único con la cinta rosa que me favorece mucho. Y, a decir verdad, no me lo hubiera puesto si no fuera para ir a ver a

monsieur Du Bois, pues no sé ni para qué se viste uno, con lo aburrido que es este lugar.

Entonces me dijo que había pasado la noche pensando qué argucia utilizar para que el capitán no se diera cuenta de la pérdida de sus bucles, y que finalmente había decidido ponerse un gran pañuelo desde la cabeza a la barbilla, y decir que tenía una dolencia de muelas.

—A decir verdad —añadió—, creo que el capitán es uno de los hombres más perversos que he conocido; se pasa todo el tiempo haciendo bromas sobre mí, y en cuanto a ser un caballero, no tiene más modales que un oso, pues está siempre haciendo burla de todo; no estoy dispuesta a seguir siendo causa de mofa, pues, a mi entender, es lo más desagradable del mundo.

Comprendí que la señora Mirvan había intentado disuadirla de acudir a la justicia para encontrar a los supuestos ladrones, pues temía que se descubriera al capitán durante su permanencia en Howard Grove, lo cual supondría un gran problema; por tanto, se esforzó en mostrarle la inutilidad de acudir a la justicia a menos que fuera capaz de describir a los bandidos; y le ha asegurado que, como ni siquiera oyó sus voces ni vio sus caras, no podría identificarles ni obtener ninguna compensación.

Madame Duval se lamentaba de su triste destino mientras me contaba todo esto, al verse imposibilitada de vengarse de las ofensas; no obstante, juró que no sería persuadida tan fácilmente, pues decía:

—Si a villanos como éstos no se les echa el guante, seguirán haciendo las cosas impunemente, y atando y metiendo a personas en las zanjas, y cosas como ésas. Sin embargo, consultaré con

monsieur Du Bois en cuanto me entere en dónde está. Tengo derecho a pedirle consejo, pues todas estas desgracias me han ocurrido por su accidente en la Torre.

—Estoy segura de que

monsieur Du Bois —dije yo— sentirá mucho todo lo que le ha ocurrido.

—¿Y qué va a hacer ahora? Ya no tiene remedio: ya se han echado a perder todas mis ropas, y aunque él no tenga la culpa, no estoy ya tan obligada con él. Estoy segura de que si hubiera estado allí y me hubiera visto de esa manera, metida en la zanja, no hubiera hecho más que si fuera el papa de Roma. Pero te aseguro que no importa lo que puedan pensar, no descansaré, noche y día, hasta que se encuentre a ese granuja.

—No tengo duda, señora, de que pronto le encontrará.

—¡

Pardi, si le cojo, le ahorcaré! ¡Tan cierto como el destino! Lo que es ciertamente extraño es el rencor especial en mi contra. No sé qué mal pude hacerle para ser tratada de semejante manera. No le hice ofensa ninguna, ni siquiera vi su cara en todo el tiempo; y en lo que se refiere a gritar un poco, pienso que en momentos como ése es algo natural, con el tremendo terror que se pasa.

Durante esta conversación, se esforzaba por ajustarse el tocado, pero no conseguía nada en absoluto. Ciertamente, si yo no hubiera estado presente, no hubiera creído nunca que una mujer de su edad se preocupara tanto por su indumentaria. No podía imaginar que su

toilette era el asunto principal de su existencia.

Cuando la dejé, al bajar la escalera me encontré con

sir Clement que, con gran seriedad, me rogó que no le negara el honor de unos momentos de conversación, y sin esperar respuesta me condujo al jardín, en cuya puerta, no obstante, insistí en detenerme.

Parecía muy serio, y en tono solemne dijo:

—Señorita Anville, por fin puedo felicitarme por haber encontrado la forma de complacerla y, por consiguiente, aunque me cueste la vida, la pondré en práctica.

Le rogué que se explicara.

—He conocido su deseo de salvar a

madame Duval de las conductas salvajes del capitán, y apenas puedo refrenarme de darle mi opinión real sobre el tema, pero tampoco tengo deseos de discutir airadamente con él, no sea que me niegue la entrada en la casa en la que habita usted; he puesto todo mi empeño en disuadirle de su nuevo y absurdo plan, pero lo veo imposible; por tanto, he determinado marcharme de este lugar tan querido para mí, y que encierra lo que más admiro y adoro, y me quedaré en la ciudad hasta que la racha de insensatez de este bobo se vea reducida.

Se detuvo, pero guardé silencio pues no sabía lo que debía contestar. Me cogió de la mano, que acercó a sus labios, diciendo:

—Y entonces, señorita Anville, ¿debo separarme de usted sacrificando voluntariamente mi máxima felicidad…, y no ser honrado con una palabra, ni una mirada de aprobación?

Retiré mi mano y dije medio riéndome:

—Sabe usted tanto de los favores que confiere, que estaría de más que yo los ensalzara.

—¡Encantadora, encantadora criatura! Su ingenio, su inteligencia crece a mis ojos por momentos…, ¿y debo…, debo separarme de usted? ¿No habría otro método?

—¡Oh, señor! ¿Tan pronto se arrepiente usted del favor que planificó para

madame Duval?

—¿Para

madame Duval? Pero qué criatura más cruel, y lo que me hace sufrir…, ¿ni siquiera me deja explicarle el sacrificio que estoy a punto de hacer?

—Puede explicármelo cuanto guste, señor, pero ahora tengo mucha prisa para detenerme aquí por más tiempo.

—Entonces quise dejarle, pero me sujetó más fuerte y muy impaciente me dijo:

—Si no va a agradecerme el sacrificio, señorita Anville, no debería sorprenderse si trato de complacerme a mí mismo. Si mi plan no se honra con su aprobación, motivo único para el que fue formulado, ¿para qué debería continuar con él, si lo desaprueba totalmente?

Ambos nos quedamos en silencio durante algunos minutos; yo no quería que desistiera de un plan que tan efectivamente interrumpiría los propósitos del capitán y, al mismo tiempo, me aliviaría del sufrimiento de desatender sus deseos; al mismo tiempo, agradecí su favor, sin tener en cuenta las temerosas advertencias de la señora Mirvan. Sin embargo, cuando me apremió para que hablara, dije, con voz irónica:

—Yo creí, señor, que el profundo conocimiento del favor que me hace sería suficiente recompensa; pero, como, al parecer, estaba equivocada, le doy las gracias, y…, ahora —dijo, haciendo un ceremonioso saludo— espero, señor, que quede completamente satisfecho.

—Es la más divina de las mujeres… —comenzó, pero me solté con fuerza y subí las escaleras corriendo.

Al poco tiempo la señorita Mirvan me dijo que

sir Clement acababa de recibir una carta que le obligaba a dejar Grove, y que había ordenado una silla inmediatamente. Entonces le informé el verdadero motivo de su marcha, pues es tan dulce y tan buena que me complace tener total confianza en ella.

Durante la comida, debo reconocerlo, todos le echamos de menos; pues, si bien la veleidad de su conducta hacia mí cuando estamos a solas es muy inquietante, cuando estamos todos en conversación general es sumamente entretenido y agradable. En cuanto al capitán, se quedó tan desolado con su marcha, que apenas habló una palabra desde que se fue;

madame Duval, por el contrario, hizo su primera aparición desde el accidente, y se mostró encantada de poder librarse de verle.

El dinero que dejamos en la granja ya nos ha sido devuelto. ¡Lo que ha debido costarle al capitán el arreglo y organización de toda esta aventura! Temo que sea descubierto, pues

madame Duval está muy extrañada de haber recibido una carta de

monsieur Du Bois en la que no hace mención alguna a su encarcelamiento. Sin embargo, no sospecha nada, pues interpreta su silencio como temor a que la carta sea interceptada. No tuve oportunidad de preguntarle a

sir Clement sobre su amigo

lord Orville mientras estuvo aquí, pero me parece muy extraño que no le mencionara sin querer. Y me resulta raro que la señorita Mirvan no le preguntara tampoco por él, pues siempre se mostró especialmente atenta con él.

Y ahora, de nuevo, todos mis pensamientos giran involuntariamente sobre la carta que pronto llegará de París. Esta visita de

sir Clement, no obstante, me ha distraído de mis preocupaciones y por tanto estoy contenta de que se haya producido.

Adieu, mi querido señor.

Ir a la siguiente página

Report Page