Evelina

Evelina


Parte Segunda » Carta V

Página 49 de 107

C

A

R

T

A

V

De Evelina al reverendo señor Villars

Howard Grove, 18 de mayo

Ahora, mi querido señor, ya todo se acabó! La carta tan ansiosamente esperada llegó al fin, y mi destino está decidido. Los distintos sentimientos que me oprimen, ni siquiera tengo palabras para describirlos…, y creo que tampoco es necesario… De sobra conoce mi corazón, usted mismo lo ha forjado, por lo que podrá intuirlos fácilmente. Paria como soy…, rechazada para siempre como he sido por mi padre a quien por derecho pertenezco…, ¿puedo yo ahora implorar de nuevo

su protección? No…, no…, no quiero ofender a su generoso corazón, que, expuesto a la aflicción no deseo sino aliviar, con una pregunta que pudiera insinuar una duda. Estoy más segura que nunca de su bondad, ahora que de hecho es usted mi único afecto. Me esfuerzo por soportar este golpe con compostura, como si hubiera recibido ya su consejo y consuelo; pero son demasiadas emociones para mí. ¡Oh, señor, qué carta escrita por un padre! ¿No sería yo insensible a la voz de la naturaleza, si pudiera soportar verme absolutamente abandonada sin sentir tan honda pena? No me atrevo a admitirle a usted, ni siquiera a mí misma, todo lo que pienso; pero, ciertamente, tengo sentimientos en relación con este rechazo que mi sentido del deber apenas puede evitar… y pienso: ¿no habría podido suavizar al menos su respuesta? ¿No era suficiente con no querer conocerme nunca…, para tratarme con desprecio y herirme con sus chanzas?

Pero sólo estoy pensando en mí misma, y olvido que debiera ser él el objeto de mi pesar. ¡Ay! ¡Qué desagravios obtendrá de la angustia que atesora para su porvenir! Mi corazón se compadecerá de él siempre que piense en ello. ¡Y lo que dice de usted…, mi protector, mi amigo, mi benefactor! No me atrevo ni a comentarlo. ¡Santo Dios! Qué triste recompensa para una bondad tan incomparable.

Quisiera distraer mis pensamientos de este tema, pero no está en mi poder hacerlo aún, pues, aunque dolida por la carta, y pese a mis esperanzas de lo contrario, no se me permitirá dar por terminado este tema, pues

madame Duval se ha propuesto que no puede acabar de este modo; escuchó la carta con gran indignación y protestó que a ella no le habrían contestado tan fácilmente; y lamentó su debilidad al haber permitido que otra persona dirigiera este asunto sin saber cómo hacerlo, jurando que será ella quien se ocupe de ello de aquí en adelante.

Mis protestas contra su resolución fueron vanas, y también la súplica para que desistiera de un ataque que sólo puede provocarle resentimiento; especialmente porque todo parece indicar que

lady Howard estará pronta a negociar más abiertamente. No me escuchará; está furiosamente decidida a llevar a cabo un proyecto que me horroriza, pues tiene intención de viajar conmigo a París y una vez allí,

frente a frente, exigir justicia.

No sé cómo calmarla o disuadirla…, pero por nada del mundo querría yo ser arrastrada de ese modo a una entrevista tan terrible con un padre al que no conozco.

Lady Howard y la señora Mirvan están muy horrorizadas por el actual estado de las cosas, y se muestran aún más amables conmigo que de costumbre; y María, mi amiga del alma, hace esfuerzos sobrehumanos para consolarme, y, cuando fracasa en su propósito, aún con mayor generosidad, se compadece de mi dolor.

Estoy muy regocijada, no obstante, de que

sir Clement Willoughby nos dejara antes de que llegase la carta, pues estoy segura de que la gran confusión que se respira en la casa le hubiera descubierto la historia que, ahora más que nunca, quisiera olvidar.

Lady Howard opina que no debo contrariar los deseos de

madame Duval, aunque reconoce el disparate que supone el que la acompañe al extranjero en semejante empresa. La verdad, yo preferiría morir a verme forzada a presentarme ante él, pero

madame Duval es tan vehemente que instantáneamente quería llevarme a Londres de camino a París, y lo hubiera hecho si no fuera por

lady Howard, que dijo que bajo ningún concepto abandonaría su casa más que para entregarme a usted, con cuya autorización había entrado en ella.

Se enfadó mucho ante esta negativa, y el capitán, con sus mofas y burlas, aumentaba ese enfado, por lo que ella declaró que si su siguiente carta continuaba disputándole la autoridad para guiarme a su antojo, ella misma, sin titubear, se presentaría en Berry Hill para

darle a conocer in situ quién es ella.

Me produce gran desasosiego que ponga en práctica esta amenaza, porque su violencia y su volubilidad sin duda le perturbarían.

Incapaz de obrar por mí misma, así como de juzgar qué conducta debo seguir, ¡cuán agradecida me sentiría si pudiera contar con su guía y sus consejos para dirigirme!

Adieu, mi querido señor. Confío en que el cielo no permita que sea nunca repudiada ni burlada por usted, de quien ahora puedo suscribirme enteramente su,

Evelina

Ir a la siguiente página

Report Page