Evelina

Evelina


Parte Segunda » Carta VII

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Del señor Villars a lady Howard

Berry Hill, 27 de mayo

Querida señora, creo que no le sorprenderá saber que he recibido una visita de

madame Duval, pues no dudo que le habrá dado a conocer sus intenciones antes de dejar Howard Grove. Con gusto me hubiera excusado si hubiese podido hacerlo decentemente, pero, después de un viaje tan largo, era imposible rehusar verla.

Me explicó que su viaje a Berry Hill era consecuencia de la carta enviada a su nieta en la que le prohibía acompañarla a París. Me pidió explicaciones sobre la autoridad con la que obraba, y si hubiese estado dispuesto a discutir con ella, habría disputado muy encolerizada los derechos asumidos por mí, pero rechacé toda discusión. Me limité a escucharla en silencio hasta que, cansada de tanto hablar, se contentó con callarse también. Entonces, le rogué que me expusiera el motivo de su visita.

Me contestó que venía dispuesta a hacerme renunciar al poder que le había usurpado sobre su nieta, asegurándome que no abandonaría el lugar hasta haberlo conseguido. Pero no quiero molestar a su señoría con los detalles de esa desagradable conversación; y no lo haré, pues, a juzgar por los resultados, preferiría escoger un tema más agradable para su lectura. De todos modos, seré tan conciso como me sea posible, pues su señoría tendrá mejores ocupaciones en que emplear su tiempo.

Cuando fue consciente de mi inexorable negativa a dejar que Evelina la acompañara a París, insistió en que al menos la dejara vivir con ella en Londres hasta el regreso de

sir John Belmont; me opuse también a este proyecto con todas mis fuerzas, pero, ciertamente, fue en vano; ella perdió la paciencia y yo mi tiempo; y dijo que si estaba resuelto a seguir oponiéndome, redactaría inmediatamente un testamento en el que dejaría toda su fortuna a auténticos extraños, habiendo sido siempre su pretensión, sin embargo, en otro caso, reconocer a su nieta como única heredera.

Esta amenaza no tendría para mí gran importancia; durante mucho tiempo me he acostumbrado a pensar que, con aptitudes, que ciertamente tiene, mi hija podría ser tan feliz como en la posesión de millones. Pero la incertidumbre de su destino futuro me impide seguir implícitamente los dictámenes de mi juicio presente. Las relaciones que a partir de ahora pueda entablar, el estilo de vida al cual está destinada, y la familia a la que pertenecerá, son consideraciones que pesan demasiado en las amenazas de

madame Duval. En resumen, señora, después de un discurso infinitamente tedioso, me vi obligado, aunque muy a regañadientes, a comprometerme con esta ingobernable mujer, consintiendo que Evelina pase con ella un mes.

Nunca hice una concesión de tan mala gana y con tanta pena. La violencia y la vulgaridad de esta mujer, su total ignorancia de las buenas costumbres, la familia a la que pertenece y las compañías con las que es propensa a relacionarse, son objeciones tan convincentes para no dejar a su cargo a mi querida niña, que sólo mi comedimiento en cuanto al derecho que tengo de despojarla de una fortuna tan grande, me ha conducido a escuchar su propuesta. Ciertamente, nos separamos ambos igual de descontentos; ella por lo que no había logrado, yo por lo que había consentido.

Sólo me resta, ahora, agradecerle humildemente a su señoría la amabilidad con la que desinteresadamente ha tratado a mi pupila, e implorar que tenga la bondad de partir con ella cuando

madame Duval crea conveniente reclamar el cumplimiento de la promesa que, con chantaje, ha logrado arrancarme.

Siempre suyo, querida señora y compañía,

Arthur Villars

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