Evelina

Evelina


Parte Segunda » Carta XVIII

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Del señor Villars a Evelina

Berry Hill

Desagrado, Evelina mía? Has cumplido sólo con tu deber; has demostrado simplemente una humanidad sin la cual me avergonzaría de reconocer a mi hija. Me corresponde a mí, sin embargo, hacer lo posible para que tu generosidad no merme tu disfrute, por lo que, no sólo envío mi aprobación, sino una señal de mi deseo de participar en tu caridad.

¡Oh, mi niña! ¡Si mi fortuna igualara mi confianza en tu benevolencia, con qué embeleso desearía, por intermediación tuya, dar alivio al virtuoso indigente! Y sin embargo, lamentablemente debemos limitarnos a nuestras posibilidades, pues mientras nuestra generosidad es proporcional a nuestras capacidades, la diferencia entre una mayor o menor donación pesa poco sobre la balanza de la justicia.

Al leer tu relato sobre el pobre infeliz cuyo sufrimiento ha despertado tu compasión hasta tal punto, me lleva a temer si su situación desafortunada es efecto de la desgracia o la mala conducta. Si se ha visto reducido al estado de pobreza descrito por los Branghton, debe buscar, con ayuda de su trabajo, recuperar sus asuntos en vez de pasar tiempo leyendo ociosamente en la tienda de su acreedor.

La escena de la pistola me hizo estremecer; el coraje con el que has seguido a ese hombre desesperado me deleitó y aterrorizó al mismo tiempo. Sé siempre así, mi querida Evelina, intrépida en defensa de la injusticia. No dejes que los débiles temores ni las tímidas dudas te impidan hacer tu deber, en el sentido más pleno, que la naturaleza ha sembrado en tu mente. Aunque la gentileza y la modestia son atributos peculiares de tu sexo, la fortaleza de ánimo y la firmeza, cuando la ocasión lo exige, son virtudes nobles y convenientes tanto en las mujeres como en los hombres: la línea recta de la conducta es la misma para ambos sexos, aunque el modo en que es seguida por cada uno puede variar y adaptarse a la fuerza o debilidad de los diferentes viajeros.

Hay, sin embargo, algo tan misterioso en todo aquello que has visto y escuchado sobre este hombre desgraciado, que soy reacio a formarme una impresión negativa de su carácter, basado en un conocimiento tan superficial y parcial. Donde hay dudas, los lazos de la sociedad y las leyes humanas aconsejan una interpretación favorable; pero, recuerda, mi estimada niña, que aquellos de la discreción reclaman al mismo tiempo tu consideración.

En cuanto a

sir Clement Willoughby, no sé cómo expresar mi indignación por su conducta. Su insufrible insolencia y sus ofensivas insinuaciones de sospecha me han irritado y provocado una cólera tan profunda como ya no pensaba que mis agotadas pasiones fueran capaces de experimentar de nuevo. No debes hablarle nunca más; se imagina, por la docilidad de tu temperamento, que puede ofender con impunidad; pero su comportamiento justifica, e incluso reclama, tu resentimiento declarado; no vaciles, por consiguiente, en prohibirle visitarte.

Los Branghton, el señor Smith y el joven Brown, por muy maleducados y desagradables que sean, son demasiado insignificantes para un serio resentimiento; pero me acongoja mucho que mi Evelina deba estar expuesta a su rudeza e impertinencia.

El mismo día que este tedioso mes llegue a su fin, enviaré a la señora Clinton a la ciudad para acompañarte a Howard Grove. Tu permanencia será, espero, breve, pues siento cada día más impaciencia por estrechar a mi amada niña en mi pecho.

Arthur Villars

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