Evelina

Evelina


Parte Tercera » Carta VI

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Del señor Villars a Evelina

Clifton, 28 de septiembre

Muerto para el mundo, e igualmente insensible a sus placeres y a sus pesares, he sido durante mucho tiempo indiferente a todo sufrimiento, y me despedí de toda alegría, con la única excepción de aquella que brota de mi Evelina, la única fuente para mí de mi propia felicidad terrenal. ¡Qué extraño, entonces, que la carta en la que dice ser la

más feliz de las criaturas me procure una angustia mortal!

—¡Ay, niña mía! ¡Que la inocencia, el primer y más preciado don del cielo, sea, de entre todos, el más ciego y peligroso, el más expuesto a la traición, y el menos capaz de defenderse en un mundo donde es casi desconocido, menospreciado y perpetuamente burlado! ¡El cielo quisiera que estuvieras a mi lado! Entonces, dulce, gradualmente, podría afrontar un tema demasiado delicado para ser discutido a distancia; pero es demasiado importante, y la situación muy crítica, para tolerar la demora.

—¡Oh, mi Evelina!, ciertamente tu situación es muy crítica. Tu paz interior está en juego, y tu felicidad futura puede depender de la conducta del momento presente.

Hasta ahora evité hablarte de la más importante de todas las preocupaciones: el estado de tu corazón: ¡ay de mí, no necesito preguntarte! He guardado silencio, es cierto…, pero no he estado ciego. Hace ya tiempo que, con el más profundo pesar, percibí la influencia que

lord Orville ha ido ganando en tu mente. Sólo con la mención de su nombre…, tu temblor a cada palabra leída… Me aflige procurarle dolor a mi dulce Evelina, pero no me atrevo a callarme por más tiempo.

Ya tu primer encuentro con

lord Orville fue decisivo. Vigoroso, valiente, libre de prejuicios, tal es el hombre que describes que no podía dejar de despertar tu admiración; y del modo más peligroso…, porque parece tan inconsciente de su poder sobre ti como tú de tu propia flaqueza; y por eso, no hubo alarma por su

vanidad e incluso por tu propia

prudencia. Joven, llena de vida, completamente privada de defensa, y sin ninguna reflexión sobre las consecuencias, la

imaginación ha tomado las riendas, y la razón, con su paso lento aunque seguro, fue desigual en una carrera con tan excéntrica e inconsciente compañera. ¡Qué rápido fue el progreso de mi Evelina a través de las regiones de la fantasía y la pasión a donde era conducida por su nuevo guía! Vio a

lord Orville en un baile… y

¡era el más amable de los hombres! Lo encontró de nuevo en otro baile y

¡ya tenía todas las virtudes que existen bajo el cielo!

No es que yo pretenda despreciar los méritos de

lord Orville, quien, con una sola y misteriosa excepción, parece haber merecido el concepto que te has formado de su carácter; pero aún no era el tiempo; aun sin el conocimiento de su valor, obtuvo tu consideración. Tu nuevo compañero no tuvo paciencia para esperar ninguna prueba; tu inflamado lápiz impregnado de los vividos colores de las ideas creativas le ha pintado, a tus ojos, en el momento de tu primer encuentro, con todas las excelencias, todas las raras cualidades que sólo en un gran lapso de tiempo, y con una gran intimidad, se pueden descubrir.

Te halagó que su parcialidad fuese efecto de la estima fundada en un amor al mérito y en un principio de la justicia; y tu corazón, que ha advertido el sacrificio del error, estaba completamente entregado antes de sospechar que estaba en peligro siquiera.

Mil veces he estado a punto de mostrarte los riesgos de tu situación; pero yo esperaba que la misma inexperiencia que ocasionó tu error lograría, con la ayuda del tiempo y la separación, tu curación. En realidad me resistía a destruir tu ilusión mientras osaba esperar que la misma pudiese contribuir a restablecer tu tranquilidad, pues tu ignorancia del peligro y la intensidad de tus sentimientos podría, tal vez, evitar el desaliento con el que los jóvenes, en circunstancias similares, son propensos a persuadirse de que lo simplemente difícil se transforma en absolutamente imposible. Pero ahora, desde que de nuevo lo has encontrado y se ha convertido en un amigo más íntimo que nunca, toda mi esperanza en el silencio y la aparente ignorancia se ha desvanecido.

Despierta, pues, mi querida niña ilusa; despierta ante la percepción del peligro y esfuérzate en evitar los males que te amenazan…, males que, para una mente como la tuya, son especialmente temibles: ¡una secreta tristeza, una pena encubierta, y sin embargo, devoradora!

Haz un noble esfuerzo por recobrar tu paz, que ahora —lo veo con pesar— depende enteramente de la presencia de

lord Orville. Este esfuerzo será muy doloroso, es cierto, pero confía en mi experiencia cuando te aseguro que es necesario.

¡Debes separarte de él! ¡Su presencia es perniciosa para tu sosiego y su trato mortal para tu tranquilidad futura! Créeme, mi amadísima niña, mi corazón se aflige mientras dicta lo que el tuyo necesita imperiosamente. Si hubiese podido congraciarme de que

lord Orville, ciertamente, fuera consciente de tu valor, y actuara con una nobleza de mente que se hubiese demostrado recíproca, no privaría a mi Evelina de su felicidad en sociedad, y aumentaría mi respeto por el hombre al que tanto admira. Pero ésta no es una época en la que podamos confiar en las apariencias, y la imprudencia es más pronto lamentada que reparada.

Me dices que ya estás muy mejorada: ¿estás de acuerdo entonces en abandonar Bristol? Bruscamente no, no es eso lo que deseo; pero a los pocos días de que recibas esta carta escribiré a la señora Selwyn y le diré lo mucho que deseo tu regreso; la señora Clinton puede muy bien cuidarte en el camino.

He meditado mucho sobre todas las opciones posibles para alcanzar tu felicidad, antes de exigir una obediencia que estoy convencido será dolorosa para ti; pero no he encontrado ninguna que pueda satisfacerme. Esta determinación, cuando menos, es segura, y en lo que se refiere a su éxito…, demos tiempo al tiempo.

Me alegra mucho escuchar las buenas nuevas sobre la mejoría del señor Macartney.

¡Adiós, mi querida niña! ¡Que el cielo te guarde y te dé la fortaleza que necesitas!

A. V.

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