Evelina

Evelina


Parte Tercera » Carta XIII

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[Incluida en la precedente]

De lady Belmont a sir John Belmont

Con la firme esperanza de que el angustioso momento que se acerca pondrá fin a mi sufrimiento, una vez más me dirijo a

sir John Belmont en favor del hijo que, si sobrevive a su madre, será a su tiempo el portador de esta carta. Y aun, ¿en qué términos —cruel entre todos los hombres— la moribunda Caroline podría dirigirse a usted y no hacerlo en vano?

Sordo a la voz de la compasión, sordo al aguijón de la verdad, indiferente a los lazos del honor…, dígame, ¿en qué términos la perdida Caroline puede dirigirse a usted y no hacerlo en vano?

¿Debo llamarle por el amoroso, respetuoso título de marido? ¡No, usted lo repudió!… ¿Por el de padre de mi criatura? ¡No, usted lo condena a la infamia! ¿El enamorado que me salvó de un matrimonio de conveniencia? ¡No, usted mismo me traicionó! ¿El amigo de quien esperé socorro y protección? ¡No, me empujó al sufrimiento y la destrucción!

¡Oh, insensible a todas las súplicas de la justicia, el remordimiento y la compasión!

¿Y de qué forma puedo esperar conmoverle? ¿Hay algún sistema que no haya probado? ¿Queda algún recurso que no haya empleado? ¡No! He agotado todas las amarguras del reproche, y vaciado hasta la última gota de la compasión.

Sin esperanza y desesperada, mil veces desperdicié mi pluma; pero los sentimientos de una madre…, de una madre angustiada por su criatura, reavivan mi coraje de nuevo.

Tal vez cuando ya no esté, cuando la medida de mis desgracias esté colmada y la tierra inmóvil, silenciosa, sin reproches, haya cubierto de polvo mis tristes restos…, quizá entonces, cuando no tema la culpa ni las indagaciones, la voz de la justicia y el grito de la naturaleza puedan oírse.

¡Escuche oh, Belmont, sus dictámenes! No condene a nuestro hijo como ha condenado a su madre. No lamente todo el mal que ha hecho cuando sea demasiado tarde; porque cuando sea demasiado tarde lamentará haber destruido a la joven criatura que sin descanso persiguió; podrá pensar con horror en los engaños que ha perpetrado y las punzadas de remordimiento le seguirán hasta la tumba; ¡oh, Belmont, todo mi resentimiento se mitiga con la piedad de este pensamiento! ¡Qué será de usted, Dios mío, cuando reconsidere su conducta pasada con los ojos del pecador!

Escuche, pues, el último, solemne discurso, con el que la infeliz Caroline le importunará a usted.

Si cuando llegue el momento del arrepentimiento —porque seguramente llegará—, si cuando la conciencia de su traición le robe el sueño…, si su torturado corazón suspirara por expiar su culpa, le señalo las condiciones que impongo para otorgarle mi perdón: usted sabe muy bien que soy su esposa. ¡Póngalo entonces de manifiesto ante el mundo entero, borre la mancha que empañó mi reputación, y reciba como heredero legítimo al hijo que le presente esta carta…, mi petición moribunda!

El más digno, el más bueno, el mejor de los hombres, a cuya bondad y consuelo adeudo la poca tranquilidad que he podido conseguir, ha dado su palabra de que bajo ninguna circunstancia se separará del indefenso huérfano.

Si viera usted en las características de este niño abandonado cualquier parecido con esta infortunada Caroline…, si llevara en su semblante la señal evidente de su nombre y reviviera en su memoria la imagen de su madre, ¿podría renunciar a ella?

¡Oh, hijito de mi corazón!, para quien ya experimentó toda la ternura de maternal piedad. No te parezcas a tu desgraciada madre, por temor a que el padre que quizás te será ahorrado por la mano de la muerte, te venga arrancado por una aversión aún más cruel y antinatural.

No puedo seguir…, la poca serenidad que tan dolorosamente he adquirido no soportará la sacudida de las atroces ideas que se acumulan en mí.

¡

Adieu… para siempre!

¡Oh, aún no languideceré en este último adiós que no leerá hasta que cada pasión tempestuosa esté extinta y la amable tumba haya contenido todos mis pesares; ofrezco al hombre que un día fue para mí tan querido un rayo de consuelo para esas aflicciones que llegarán…!

Quiero decirle que mi piedad supera mi indignación…, que rogaré por usted en mis últimos momentos, y que me precipitaré al abismo con el recuerdo del amor que un día le di.

¡

Adieu…, otra vez!

Caroline Belmont

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