Eve

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Capítulo 34

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—¡Mierda! —masculló una vez más mirando a Eve de lejos. Había estado llorando a escondidas, pero de él no se podía esconder, ambos lo sabían, como también sabían que jamás podría olvidar lo que le había contado en Londres, recién llegados de Francia, sobre Giovanna Lopidato. Nada más pisar el hotel ella le había preguntado por esa mujer y al final, después de varias horas de súplicas y ruegos, había terminado confesándole lo del par de besos en comisión de servicio en el Ritz, cuando ambos hacían su trabajo simulando ser otras personas, una verdad sin la más mínima importancia que para ella había supuesto un auténtico descalabro. Después de la confesión, primero se quedó muda y blanca como el papel y luego reaccionó sonriendo y agradeciendo su sinceridad, lo abrazó y le juró que olvidaría el asunto para siempre, aunque no lo había hecho, lo sabía, porque ninguna mujer olvidaba esas cosas y aquello lo tenía realmente cabreado. Nunca debió hablar de esa mujer, que, por otra parte, no sabía ni cómo se llamaba en realidad. Había cometido un error de principiante y eso lo cabreaba aún más.

—Cariño… —se acercó y la besó en el cuello pero ella dio un respingo y tiró los cubiertos al suelo—. Eve.

—Lo siento, qué torpe, déjalo, ya lo recojo yo… —se agacharon los dos para recoger el desorden y entonces fue Anne la que intervino para acabar antes.

—No te preocupes, ahora traigo otros. ¿Por qué no vais a tomar algo a la salita? Hay vino caliente.

—No, gracias, prefiero acabar con la mesa —contestó Eve desapareciendo camino de la cocina. Anne se enderezó y miró a su hermano a los ojos.

—¿Qué coño le has hecho?

—¿Yo? —se arregló el cuello de la camisa y levantó la cejas con cara de inocente—. Nada.

—¿Seguro? —Anne miró a Andrew aparecer por la puerta y movió la cabeza—. Habéis vuelto los tres muy raros de Francia y ya ha pasado más de una semana. A ver si nos vamos normalizando.

—Estás loca —respondió Rab girando hacia la salita—. Jamás entenderé a las mujeres.

—Ese es un hecho sobradamente probado —se mofó Anne sonriendo a Andy que se sonrojó sin ningún motivo—. ¿Qué tal, Andrew? Creí que no vendrías a comer.

—¿Por qué?

—Porque apenas te vemos últimamente. ¿Qué pasó en Francia? ¿Me lo vas a contar tú?

—Nada extraordinario —estornudó nervioso y Anne le pasó un pañuelo. Desde que Eve le había soltado la bomba en el avión no podía mirar a Anne a la cara. Tenía que aclarar las cosas con ella, pero no quería meter la pata y perderla. Tenía que hacerlo bien, no podía equivocarse y con ella era complicado no parecer estúpido, así que había decidido alejarse un tiempo hasta reunir el valor necesario para hablarle. Pero, claro, no había podido negarse a asistir a la comida de cumpleaños del doctor McGregor, y ahí estaba, temblando como un adolescente—. No pasó nada.

—¿Crees que no sé que mi hermano trabaja para la Inteligencia Británica y que Eve y tú le ayudáis?

—¡Anne!

—Que me mienta Robert lo acepto, pero que me mientas tú…

Se giró hacia él con los brazos en jarras y se quedó callada. Andrew levantó los ojos verdes y se los clavó sin pestañear. Fue un momento muy intenso. Anne titubeó y quiso seguir hablando, pero le fue imposible. Era como si el tiempo se hubiera detenido de repente y se mareó, literalmente se le movió el suelo. Suspiró percibiendo cómo se le contraía el estómago y en ese preciso instante sintió su mano en el cuello, el calor de su cercanía, su boca a dos centímetros de la suya… y la besó sin más, sin palabras, ni preliminares, ni una cita, ni una cena, simplemente la besó, y el mundo entero desapareció bajo sus pies.

—¿Me vas a dar una oportunidad?

—¿Yo? Andrew…

Él no la soltó y le habló encima de la boca. Ella quería abrazarlo y gritar que sí, pero no era capaz ni de reaccionar. Soltó una carcajada suave y él sonrió.

—¿Sí? —su lengua volvió a entrar en su boca y esta vez la recorrió con suavidad, con mucha dulzura, provocándole un mareo que acabó cuando se agarró de su brazo para no caerse.

—Oh, Dios mío, yo… —musitó entre risas y lo miró a los ojos. Él seguía sonriendo y de repente se percató que no se oía nada a su alrededor, nada, ni una risa proveniente del salón, y se apartó de él para comprobar que estaban solos pero no lo estaban, al contrario. A tres pasos, justo en la puerta, su familia: sus padres, sus hermanos y sus sobrinos, los observaban con la boca abierta. Rab llevaba a Victoria en brazos y Anne sintió perfectamente que le fallaban las rodillas.

—¿Hay algo que debamos saber? —atinó a decir el doctor McGregor tras unos minutos de silencio.

—Que saber y que celebrar —contestó Andrew agarrando a Anne por la cintura—. Si no le parece mal, doctor, quisiera hacer oficial mi noviazgo con su hija.

—Es maravilloso. Enhorabuena —Eve se acercó por detrás y con los ojos llenos de lágrimas los abrazó a los dos.

—Enhorabuena —aplaudieron todos al fin y se lanzaron a abrazarlos y besarlos mientras Robert seguía quieto en la puerta y con su hija en los brazos.

—Tío, ¿no me vas a felicitar? —Andy se acercó a él con un poco de precaución, le sonrió y le dio una palmadita en el brazo—. ¿Rab?

—¿Por qué no me habías dicho nada?

—Ha sido todo muy rápido. ¿No te parece bien?

—¿Y qué pasa con Mónica Meyer?

—Absolutamente nada, lo sabes perfectamente.

—¿Estás seguro de lo que haces?

—Por supuesto, y ahora necesito saber qué te parece.

—Me parece perfecto, pero… —lo agarró del hombro y tiró de él para hablarle al oído—. Como hagas daño a mi hermana, como la dejes por Graciella o por cualquier otra, te mataré. ¿Me oyes? Sabes que lo haré, aunque seas tú, lo haré.

—Lo sé.

—Perfecto, pues enhorabuena —le dio un abrazo y luego miró a su hija sonriendo—. Dale un beso al tío Andy, mi vida, que se va a casar con la tía Anne.

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