Eve

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Capítulo 37

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Cuatro meses en casa, inactivo y de pronto todo se ponía en marcha otra vez. Desde el operativo en París, Robert se había quedado en Edimburgo cumpliendo con su apretada agenda de trabajo en el bufete sin pensar practicamente en el MI6. El pequeño fracaso que había supuesto para él la operación Mirlo Blanco había sido tan frustrante que había decidido pedir una baja del servicio y sus superiores no se habían atrevido a negársela. De manera que llevaban semanas haciendo vida normal en Escocia, cada uno dedicado a su trabajo y disfrutando de las tardes en familia, con Victoria, asimilando la llegada del nuevo bebé, que al principio había supuesto un cataclismo para Eve, que no se lo esperaba en absoluto, aunque pasadas las semanas se hubiera hecho a la idea gracias al entusiasmo de Robert y de toda la familia, que estaban encantados con la noticia. Se encontraba en el quinto mes de gestación y el niño crecía fuerte y sano, empezaba a notar la tímida curva de su vientre, se sentía fuerte, radiante, y la primavera le había traído, además, el mejor de los regalos, la visita de sus padres al Reino Unido para asistir a un congreso y de paso, negociar un contrato en Cambridge para su padre como profesor en la Escuela de Medicina.

Su felicidad era casi completa, empañada siempre por los problemas de Andrew con Graciella y los prejuicios que perseguían a Anne desde que decidiera vivir con su prometido en su piso de soltera. Ambos eran adultos y libres, pero sus respectivas familias los miraban como a unos pecadores condenados y cuando Anne les contó que estaba embarazada, a Robert casi le da un infarto. No podía creerse cómo reaccionaba la gente en 1947, en pleno siglo XX, ante unos hechos tan naturales, y se pasaba la vida defendiéndolos delante de todo el mundo mientras ellos intentaban concretar su inminente, y muy necesaria, boda.

De Sergei Chelechenko no habían vuelto a tener noticias desde enero, cuando Rab tuvo que llamarlo y confirmar que, gracias a su colaboración, habían cazado al Mirlo Blanco, aunque no pudiera entregarle a cambio a los Petrov como estaba pactado. Ese acuerdo incumplido no lo dejaba dormir, era un elemento más de frustración que, afortunadamente, estaba a punto de solucionarse y Eve se alegró de que al fin pudiera cumplir con el soviético, dejar a Tamara y a Micha a salvo en los Estados Unidos y cerrar ese capítulo para siempre.

—Cariño, esta casa es mucho más grande que la de Hampstead, no me acordaba que fuera tan enorme.

—Es que cuando la conociste no estaba amueblada y parecía más pequeña —Eve miró a su madre, se acercó y la abrazó—. Me encanta que estéis aquí.

—Y a nosotros, Victoria está deliciosa, y los McGregor son encantadores, no me extraña que Robert tenga ese don de gentes.

—Sí, son estupendos. ¿Quieres un té?

—Sí, gracias, hija.

—¿Y qué opinan las chicas de que os instaléis en Cambridge?

—Claire se lo la tomado estupendamente. Honor, ya sabes cómo es, ha montado un pequeño drama pero ya se acostumbrará, ella sabe que jamás nos hemos adaptado del todo a Nueva York. ¿Y sabes qué? Estoy pensando en reformar la casa de Hampstead. Desde antes de la guerra que no le hemos hecho nada y necesita a gritos un buen lavado de cara.

—Y eso que la pobre sobrevivió casi intacta a los bombardeos.

—Desde luego tuvimos mucha suerte.

—A mí me encanta esa casa, me alegro que no la hayáis vendido.

—Y yo… —Esther se puso las gafas y miró a su radiante hija, sonriendo—. He repasado tu tesis y me encanta, he hecho un par de correcciones, pero para trescientos folios es una minucia. Enhorabuena.

—¿En serio? Me la mecanografió una de las secretarias del periódico, creí que no llegaría a tiempo con ella. ¿Crees que puedo presentarla tal cual?

—Tal cual, es un trabajo excelente, Eve, sabes que no lo digo gratuitamente, y estoy segura de que te licenciarás con un sobresaliente, habrá que celebrarlo.

—Mejor esperaremos a ver que dice el Tribunal de la Facultad.

—Sabes que está muy bien, no disimules.

—Bueno, sí.

La tesis versaba sobre Jane Austen y sus personajes masculinos, y se sentía muy satisfecha del resultado, así que miró a su madre y sonrió.

—Siete años después de dejar Oxford creo que no puedo quejarme y me alegra haberlo conseguido antes de que nazca el bebé.

—Sí, y es excelente.

—Gracias, mamá, viniendo de ti, me quedo más tranquila.

—¿Y sabes a qué hora volverá tu padre? Quedamos de ir al cine con tus suegros esta noche.

—Tenían el campo hasta las tres, estarán a punto de volver —miró la hora y se preguntó si Rab ya estaría en París.

—Le encanta el golf, antes no jugaba jamás, pero en Nueva York va con alguno de sus pacientes y aquí, bueno, como Robert le habló tanto de los campos de golf escoceses… ¿Crees que a Andrew no le importará traerlo?

—No, para nada, no te preocupes, o si no, lo acerca el doctor McGregor o Billy, iban todos a jugar.

—Qué lástima que Robert tuviera que irse.

—Sí, pero si todo marcha bien, mañana por la noche estará por aquí, como mucho el martes y entonces iremos a ver el Lago Ness, ¿de acuerdo? Mira, ahí vienen —sintió el coche y vio bajarse a su padre y a Andrew despidiéndose de su suegro antes de entrar por la puerta charlando animadamente—. Hola, chicos, ¿qué tal ha ido?

—Estos escoceses son demasiado buenos para mí —bromeó el doctor Weitz besando a su mujer y a su hija en la mejilla.

—Es que aquí nacemos con el palo de golf en la mano, David —opinó Andrew y buscó a Victoria con los ojos—. ¿Y Vicky?

—Durmiendo la siesta, pero está a punto de despertar, voy a buscarla. ¿Queréis un té?

—¿Señora? —la señora Murray se asomó al pasillo y la llamó con la mano—. La llaman del periódico, es John Cameron, he contestado en el despacho.

—Gracias. ¿Puede traer té y bocadillos, por favor, señora Murray? Ahora vuelvo, voy a ver qué necesitan.

—No te dejes atrapar —bromeó Andrew sentándose con los Weitz y ella sonrió caminando hacia el despacho donde Robert había dejado la mesa hecha un desastre, llena de papeles y carpetas y sobres sin cerrar. Recogió un poco mientras hablaba.

—¿Qué ocurre, John?

—Tenemos un blanco y quieren llenarlo con las fotos del desfile. ¿Dónde están?

—En la mesa de Karen, ella tenía las maquetas del dominical de la semana que viene.

—Vale, gracias. ¿Y el reportaje?

—Escrito y terminado, aunque Fraser quería… —agarró una carpeta y al ver el frontal de un informe que aún tenía el precinto del MI6 intacto, lo rasgó y lo desplegó encima de la mesa. Era sobre Tamara Petrova y supuso que Rab lo tenía allí desde hacía semanas, desde que habían estado investigando su vínculo con Chelechenko. Recorrió rápido las líneas y comprobó que se trataba de una biografía muy exhaustiva.

—¿Eve?

—Sí, John, perdona, digo que Fraser quería leerlo antes. ¿Quién está de guardia?

—Paul Rickman.

—Vale, habla con él y que lo mire, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, adiós y buen domingo.

—Ya… —susurró y colgó mirando un dato que no había tenido en absoluto en cuenta y que la dejó perpleja. Con el corazón en la garganta, leyó en voz alta—: Tamara Petrova, de soltera Smaragd, hija de Salomon y Judith Smaragd, comerciantes judíos de alfombras y joyas, nacidos en Kiev, padres de otros seis hijos: Salomón, Isaak, David, Ruth, Alexia, Judith y Benjamin, residentes en París… —salió al pasillo y llamó a Andrew que llegó enseguida a su lado—. ¿Cómo dijo Fred que se llamaba la policía francesa que tenía a Micha Petrov?

—Alexia no se qué…

—Smaragd, Alexia Smaragd, Andy, Giovanna Lopidato es Alexia Smaragd, hermana de Tamara Petrova.

—¡¿Qué?! —Andrew agarró el informe y Eve se apoyó en la pared pensando en mil posibilidades—. ¿Cómo se nos había pasado este maldito dato?

—Hay que contactar con Rab, inmediatamente, esto es muy extraño, Andy, y no me gusta nada.

—Vale, tranquila, lo llamaremos, contactaré con él a través de la oficina de Londres. Me voy al despacho.

Cuando Andrew consiguió contactar con todos sus superiores en Londres comprobó que nadie tenía constancia del viaje de Robert McGregor a París. Él, personalmente, había gestionado el pasaporte para Micha Petrov, pero a nadie le constaba el trámite, del que tenía que haber informado Fred Livingstone, y de pronto se abrió un abismo delante de sus ojos. Robert estaba solo en París con Livingstone, que no había hecho nada de lo que le habían pedido antes de iniciar el servicio, para realizar un rescate de alto secreto sin ninguna cobertura oficial, y saltaron todas las alarmas. El MI6 llamó a sus operativos disponibles en París y a las ocho de la noche, tres horas después de la hora prevista para el encuentro con la agente Smaragd en el centro de la ciudad, Rab seguía sin dar señales de vida. La policía francesa tampoco conocía el paradero de Alexia Smaragd, y fue entonces cuando decidió volver a casa de Eve para informar de las novedades.

—Dios mío —se acarició el vientre, que llevaba toda la tarde tenso por culpa de sus nervios, y se sentó en un sillón.

—Veinte agentes del MI6 lo están buscando, no te preocupes.

—No me fío de ninguno de ellos, Andy. ¿Qué está pasando? —lo miró con los ojos llenos de lágrimas y Andrew se puso en cuclillas a su lado—. ¿Fred es un agente doble? No me lo puedo creer.

—Yo sí, tampoco me fio de nadie, así que será mejor que me vaya a París enseguida. Llamaré a Danny Renton para que me consiga un avión.

—Voy contigo. Si Tamara tiene retenido a Robert hablará conmigo, lo sé… —se levantó y Andrew la agarró de la mano. Anne, que entraba en ese momento en la biblioteca, se quedó mirándolos en silencio—. No sé para qué quieren a Rab, pero conmigo hablará.

—No adelantemos acontecimientos, no tiene por qué tratarse de Tamara.

—Me he pasado toda la tarde leyendo informes, y en uno, firmado por la agente Smaragd, se especifica que ella detuvo, interrogó y soltó a Petrova en Versalles. ¿No es sospechoso? Esa mujer le dijo a Rab que se ocuparía de Tamara, una protegida del gobierno británico a la que Robert le pidió expresamente que detuviera. Sin embargo, la dejó marchar, la perdió en medio del revuelo y nadie pudo reclamar nada, así que creo que están juntas en esto, lo sé y por alguna extraña razón necesitan a Rab.

—Si es así, tal vez solo necesiten de su ayuda. Él ha sido el agente responsable, y si…

—¿Si qué? ¿Para volver a Inglaterra? ¿Viajar a los Estados Unidos? Cuando le mencioné a Chelechenko en Versalles fue muy despectiva, no quiso oír nada de él, no me dejó que le explicara nada, ni quiso quedarse para hablar con Robert, ¿por qué iba a querer hacerlo ahora?

—No lo sé, si han encontrado a Micha, querrán ayuda.

—¿Y para eso utilizan a Livingstone y lo hacen todo de espaldas al MI6? —Andrew negó con la cabeza—. Es todo muy irregular, Andy, muy extraño, mi instinto me dice que nada es lo que parece, que Rab está en peligro y que debemos actuar sin esperar a que el MI6 reaccione.

—Estoy de acuerdo.

—Esas mujeres son hermanas, seguramente llevan meses actuando juntas, de ahí que Tamara se mantuviera con vida y oculta tanto tiempo, y, lo más importante, si nos hubiésemos dado cuenta antes de su parentesco, Rab no hubiese ido a París a ciegas, lo sabes.

—Desde luego.

—Él me dijo una vez que en este negocio todos mienten y ahora está clarísimo que todo el mundo nos ha engañado.

—Muy bien, voy a llamar a Danny. De noche no puedo despegar pero en cuanto amanezca…

—Nos iremos a primera hora —hizo amago de salir y Andrew la detuvo.

—No creo que sea buena idea, Eve, tu marido me matará si te dejo ir conmigo.

—Me dá igual lo que él opine. Ahora lo único que importa es localizarlo y para hacerlo no me sirve el MI6, así que tendremos que hacerlo nosotros.

—¿Adónde vas? —Anne se le puso delante y ella cuadró los hombros muy decidida—. Tus padres se han ido con los míos al cine, pero cuando vuelvan…

—Volveré enseguida y ya les explicaré que mañana debo viajar por trabajo, no te preocupes. ¿Puedes quedarte con Victoria, por favor? —salió a la puerta y agarró el abrigo—. Ahora me voy al Scotsman Hotel. Tengo que hacer una llamada y no quiero que la localicen.

—¿A quién vas a llamar?

—A Michael Kelly, me dijo que me debía una y creo que se la voy a cobrar esta noche.

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