Eve

Eve


Capítulo 13

Página 17 de 46

—¿A qué te refieres?

—¿Marcha todo bien entre vosotros? Apenas le diriges la palabra.

—Lo del accidente y… bueno, ya hemos hablado y todo marcha bien, no te preocupes.

—Yo no me preocupo, él se preocupa, parece un perrito abandonado detrás de ti.

—Eso no es cierto.

—Lo es, hija… —se sirvió la leche y le besó la cabeza—. Me voy a dormir y deberías hacer lo mismo. Es muy tarde y ha sido un día intenso.

—Sí, ya voy.

—Es un hecho probado que después de la guerra muchas parejas tienen problemas, hay que readaptarse —Eve lo miró sonriendo—. Leo mucho, ya ves.

—Ya veo.

—Muy bien, a la cama.

—Ahora voy.

—No, ahora mismo, ven conmigo —la agarró de la mano y la llevó hasta el cuarto de invitados, esperó a que entrara y volvió a besarle la cabeza—. Si ha venido, al menos dale una oportunidad.

—Yo…

—Habla con él, hasta mañana.

—Hasta mañana, papá.

Se giró y observó la cama donde Rab dormía ocupando casi todo el colchón. Como siempre, se había apoderado de todo el espacio y dormía boca abajo encima de las sábanas, completamente desnudo. Eve miró la silla donde él se había sentado antes y se desplomó en ella comprobando que esa cama era más pequeña que la suya de Edimburgo o eso parecía con él encima. Suspiró y recorrió su cuerpo hermoso y fuerte con los ojos. Robert medía un metro y ochenta y nueve centímetros, era muy alto, de huesos fuertes y con una constitución física imponente, según decía su suegro cada vez que lo veía; los músculos de los hombros, la espalda, los glúteos y los muslos se le marcaban perfectamente, y el tono de su piel, ligeramente tostada, le otorgaba un aspecto aún más saludable. Tenía un cuerpo armonioso que él cultivaba haciendo mucho deporte, desde muy joven, aunque luego comiera y bebiera como un bárbaro e hiciera caso omiso a los consejos de su hermana de que dejara de fumar. Eve sonrió pensando en Anne y su guerra personal contra el tabaco, o lo que es lo mismo, contra el noventa y nueve por ciento de sus amigos y familiares, que la miraban como si estuviera completamente loca cada vez que hablaba de los efectos nocivos de una afición tan extendida como el fumar.

Anne McGregor era así, una guerrera y una idealista, y de pronto la echó mucho de menos. Para ella era más hermana que la propia Honor y sintió muchas ganas de verla. La extrañaba, adoraba sus charlas, sus bromas y esa forma tan directa y natural de ver la vida. Además, el amor que profesaba a Victoria era inmenso y la niña también la adoraba. Anne era estupenda, la versión femenina de Rab, había pensado al conocerla, y tal vez fuera cierto y por eso la quería tanto, y la echaba tanto de menos.

—Eve… —susurró y se giró dejando a la vista su pecho cubierto de ese vello oscuro y suave, su abdomen plano y una erección enorme que hizo parpadear a Eve, aunque no se movió—. Eve.

—¿Qué?

—¿Dónde estás? Ven a la cama —se incorporó y le clavó los ojos color turquesa, enormes, aunque enrojecidos por el sueño. Tenía el pelo un poco más largo de lo habitual y estaba completamente despeinado—. Pequeña…

—¿En tus misiones te has acostado con otras mujeres? —preguntó por impulso, porque jamás se había atrevido a indagar al respecto, aunque pensara muchas veces en esa posibilidad—. ¿Alguien hace de tu esposa? ¿Te acuestas con otras espías para conseguir información?

—Trabajo en la Inteligencia Británica, no en una película de Hollywood.

—¿En serio?

—¿Crees que podría serte infiel?

—Dime la verdad.

—No me he acostado con nadie que no seas tú, ni pienso hacerlo. ¿A que viene esto ahora, Eve?

—¿Me lo juras?

—Te lo juro —le sostuvo la mirada y ella hizo lo mismo hasta que dejó de hacerlo y se levantó para acercarse a la ventana—. ¿Eve?

—No tienes ni idea, no podrías imaginar siquiera lo sola que me sentí sin ti cuando tuve el accidente, cuando toda tu familia intentaba suplir tu ausencia volcándose conmigo, cuando en realidad no tenían por qué hacerlo, cuando me pasé días en la cama sin poder moverme, dolorida y sintiéndome culpable por haber perdido a mi bebé, después de haberme arrepentido varias veces en voz alta de ese embarazo… —tragó saliva y respiró hondo—. Y por lo tanto estoy enfadada, pero sobre todo dolida, Rab, así que perdóname si no puedo recibirte con los brazos abiertos, y entiendo tus motivos y tus disculpas, con la cabeza lo comprendo, pero sigo con el corazón roto, espero que puedas entenderme tú a mí también.

—Claro, yo… —saltó de la cama y se le acercó con precaución.

—No debiste aparecer por casa para luego dejarme así, no fue justo, no lo fue… —se echó a llorar y él la abrazó contra su pecho.

—Lo siento, lo siento.

—Siempre he creído que lo nuestro era indestructible, que toda la historia que hemos compartido nos hace más fuertes —lo miró a los ojos y vio que él también estaba llorando—, pero estas últimas semanas me han hecho dudar de si tú y yo somos diferentes o finalmente somos como las demás parejas, Rab, y acabaremos distanciados, tú haciendo tu vida y tu trabajo, que es lo que realmente te hace feliz, y yo en casa, criando a mi hija sola e intentando consolarme con lo poco que pueda compartir contigo.

—¡No! ¡Eso no sucederá, a nosotros no! Yo te amo, nos amamos, y somos amigos, compañeros de vida, Eve, siempre lo hemos sido, yo no puedo imaginar mi vida sin ti, sin Victoria, no digas eso, no pienses en eso, ¿cómo puedes siquiera contemplar algo semejante?

—No te estoy pidiendo que dejes tu trabajo, solo te estoy pidiendo un poco más de claridad, me gustaría saber a qué atenerme, y que confiaras un poco más en mí, tal vez de esta forma pueda sentir que sigues conmigo.

—Nunca dejo de estar contigo.

—¿Hasta cuándo? ¿Hasta que conozcas a una compañera u otra mujer cualquiera que no te dé tantos problemas como yo? ¿Que no te exija nada y que supla tus necesidades sin preguntar?

—¿Qué demonios estás diciendo?

—Lo que pienso en realidad. Has venido para hablar conmigo, ¿no? Y eso hago.

—¿Esto se reduce a los celos?

—No me tomes por idiota, por supuesto que no.

—Vale, vale, está bien —volvió a la cama y se desplomó en ella atusándose el pelo—. Lo siento, es que hemos pasado de la distancia que nos separa a las mujeres y eso me parece muy impropio de ti, sabes que estoy loco por ti y no entiendo este tipo de dudas.

—Vale, no hagas caso a estas dudas, pero por algún lado debemos empezar si queremos mejorar lo que tenemos, Robert, al menos yo no puedo seguir así.

—Lo sé, yo…

—¿Te acuerdas de nuestras fantasías durante la guerra? ¿Cuando solo nos podíamos ver unas horas al mes? ¿Las recuerdas? Solo soñábamos con poder dormir todas las noches juntos, despertar juntos, dejar de echarnos de menos, compartirlo todo.

—Las circunstancias son completamente diferentes.

—Ahora sigo soñando con eso, pero, además, sueño con no pasarme la vida enfadada contigo, Rab, peleándonos y reconciliándonos como dos críos, eso no es para nosotros, es agotador y estúpido.

—Estoy de acuerdo.

—Bien —suspiró, agotada de todo aquello y lo miró a los ojos.

—Ven a la cama, es tardísimo y si me lo permites, quisiera seguir con esta charla mañana, en cuanto tenga la cabeza más despejada, y hablaremos de lo que quieras, lo prometo.

—Está bien, sigue durmiendo, tienes razón, lo siento —se enjugó las lágrimas y se apoyó en la pared.

—Ven a dormir conmigo, te lo suplico, Eve, por favor, solo quiero abrazarte —ella asintió al tiempo que se quitaba la bata, y se metió entre las sábanas, pero dándole la espalda. Él la abrazó con todo el cuerpo y la besó en el cuello—. Te amo y lo solucionaremos, te lo prometo.

Ir a la siguiente página

Report Page