Eve

Eve


Capítulo 26

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Víspera de Nochebuena y aquello parecía una postal navideña de esas que mandaba la familia de Eve desde Nueva York: la chimenea encendida, los adornos, las velas y la nieve que caía sin cesar fuera. Muy bonito. Entró en el salón con la caja nueva de figuritas y miró con orgullo el enorme árbol de navidad que acababan de llevar. Le había costado muchísimo encontrarlo pero desde luego valía la pena. Era precioso y ver la carita de su ahijada, más. Se detuvo junto a la alfombra y observó con una sonrisa a Vicky gateando a su alrededor feliz y con sus ojitos azules muy abiertos. Era su primera navidad de verdad, la primera que estaba disfrutando como los demás niños, y eso a él lo tenía fascinado. Levantó la vista y se encontró con la de Anne, que miraba a la niña con la misma ternura, y le guiñó un ojo. Llevaban cuatro días casi sin separarse, con la excusa de cuidar de Victoria, aunque Eve ya había regresado de París. De pronto se daba cuenta de que le encantaba estar con ella y que se le hacía verdaderamente duro aceptar que ambos debían volver a sus obligaciones y dejar de andar actuando como los padres de la niña porque, como Graciella se cuidaba de recordarle siempre, Victoria no era suya y debía distanciarse y dejar a los McGregor en paz.

Graciella. Pensar en ella le provocó un escalofrío doble, uno de añoranza y otro de rabia. Qué malvada podía llegar a ser con comentarios ácidos como ese: «Victoria no es tu hija, pareces bobo molestando en esa casa a todas horas» o su preferido «por más que te pegues a Rab, jamás serás como él, ni como su familia, a ver si te enteras, Andrew, que desde que tienes uso de razón no eres más que su maldita sombra…». Cosas como esa habían poblado su matrimonio y su cortísimo noviazgo, aunque luego, tenía que reconocerlo, cuando quería agradar lo conseguía, con sus mimos y sus pucheritos de niña consentida, sus regalos y sus contados, pero intensos, encuentros íntimos en los que siempre lo hacía temblar. Ella era así, siniestra y a la vez dulce, y aquello siempre lo había desconcertado, lo había fascinado y por esa razón había tardado casi cinco años en romper su maldito matrimonio, una relación imposible que no había sido más que otra mentira cruel de

lady Fitzpatrick. Ella lo había utilizado y eso era muy duro de superar, pero al menos ya se la había quitado de encima. Y ahí estaba, en casa de Eve y Robert, arropado por la gente que lo quería, preparando su primera navidad feliz en años, y junto a sus chicas: Anne y Victoria, que eran lo mejor que tenía en la vida.

—¿Has visto la nieve, mi vida? —Eve entró por su espalda, cogió a su hija en brazos y se la comió a besos mientras la acercaba a la ventana para que viera caer los copos encima del césped—. ¿Sabéis si el señor Neeson ha traído la leña?

—Sí, hace un rato descargaron el camión —respondió Anne.

—Vale, gracias, no lo oí.

—¿Ya has acabado la entrevista? Quiero leerla.

—No, pero en cuanto la tenga te doy una copia. La verdad es que ese McKenna es muy interesante. El árbol es estupendo, Andy, muchísimas gracias.

—¿Te gusta? —al fin intervino mirando los ojos oscuros de su amiga, que parecía cansada, y sonrió.

—Muchísimo, si no fuera por ti no tendríamos arbolito, se me había olvidado totalmente.

—Ha sido un placer.

—Eres un sol —se acercó y le dio un beso en la mejilla—. Muchas gracias. ¿Queréis tomar algo? ¿Os traigo unas

bannock[6]? Creo que nos han quedado muy buenas.

—Oh, sí, gracias —se quedó mirando a Eve salir hacia la cocina y observó que Anne tenía el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre?

—¿Crees que mi hermano será capaz de llegar antes de mañana?

—Sí, claro, llega hoy.

—¿Estás seguro, Andrew?

—Sí, tú tranquila —afirmó sin mucho convencimiento y miró el precioso candelabro de plata de nueve brazos que Eve había colocado esa mañana junto a la ventana para celebrar el Hanukkah[7] a su manera. Ella les había explicado que tenía serios problemas con respecto a su fe, que desde la guerra no mantenía ningún vínculo con su Dios, pero que por respeto a sus padres y a sus abuelos, encendería las velas y contaría la historia a su hija, nada más, y nadie se había atrevido a contradecirla—. El candelabro del Hanukkah es precioso, ¿no crees?

—Sí, dice que es lo único que le queda de su abuela, qué lástima, no quiero ni imaginar lo que siente Eve con todo esto, con la pérdida de su familia, la guerra, los nazis, no sé, es terrible… —miró a Andrew y vio que la observaba con una sonrisa—. ¿De qué te ríes?

—¿Me estoy riendo? No me había dado cuenta.

—Me preocupa Eve, ella es fuerte, lo sabemos, pero lleva unos años muy duros y quien debería estar arropándola nunca está.

—¿Rab?

—Por supuesto, para eso se casa uno, ¿no? Para tener un compañero, no a un tío que entra y sale de tu casa constantemente, aun cuando más lo necesitas.

—¿Eso piensas del matrimonio?

—Más o menos.

—Mmm, qué interesante.

—¿Te estás burlando de mí, Williamson?

—No, McGregor, solo digo que es interesante porque yo pienso exactamente lo mismo —le clavó los ojos verdes y Anne se puso roja como un tomate, bajó los suyos y se agachó para sacar los adornos de las cajas—. Un coche… creo que es Robert —se asomó a la ventana—. Sí, ahí lo tienes, aleluya.

—Casi no me lo puedo creer…

—¡Hola! —Rab entró en su casa, dejó la maleta en el suelo, tiró el sombrero en la mesa del

hall y se quitó el abrigo en el salón. Los miró a los dos con sus enormes ojos color turquesa y preguntó—: ¿Estáis solos?

—Hola, no…

—¡Papá! —oyeron, y él se giró para coger a Victoria en brazos, que corrió hasta él con sus pasitos inseguros seguida por su madre.

—¡Hola, princesita! ¿Cómo estás, mi vida? ¿Pero que le has hecho a la casa? ¿De dónde habéis sacado tantos adornos de navidad?

—Navidad —dijo Victoria agarrándose con fuerza a su cuello.

—Sí, la navidad —entregó el abrigo a la doncella, que se apresuró a atenderlo, y se acercó con la niña al árbol sin mirar a Eve, que lo observaba en silencio—. Mucha navidad me parece.

Bannock —pronunció la niña en su media lengua y él se detuvo para mirarla a los ojos.

—¿Hay

bannock? —Victoria asintió y entonces Eve dejó de observarlos como hipnotizada y habló.

—Sí, hemos hecho

bannocks con tu madre y la señora Murray, han quedado muy ricos. ¿Qué tal estás? ¿Qué tal el viaje?

—Muy bien, gracias… —contestó sin mirarla.

Anne y Andrew observaron perplejos a Eve y vieron que ella tampoco se acercaba para besarlo o abrazarlo. Se miraron completamente desconcertados.

—Cenaremos pronto —susurró al fin y se arregló el vestido mientras regresaba a la cocina—. En cuanto esté listo os aviso.

La cena fue corta y bastante frugal, ninguno tenía mucha hambre, y la nula comunicación entre Eve y Robert obligó a sus invitados a charlar más de la cuenta y a intentar no alargar demasiado la sobremesa. A las siete y media habían acabado y mientras Andrew iba a acompañar a Anne a casa, Eve subió para arropar a Victoria y contarle un cuento, antes de entrar en su dormitorio para intentar mantener, al fin, una charla coherente con su marido.

—¿Vas a salir? —se lo encontró frente al espejo del baño afeitándose. Muchas veces le tocaba afeitarse dos veces al día, aunque solo si tenía algún compromiso nocturno muy formal, y ella se sorprendió de ver que además se había dado un baño y que permanecía desnudo, con una toalla enrrolada alrededor de las caderas. Un traje y una camisa esperaban colgados en la puerta del armario—. Te vas a enfriar, deberías vestirte.

—Ahora.

—Me gustaría hablar contigo antes de que te vayas.

—Mejor mañana.

—No, lo siento, yo necesito que sea ahora… —por primera vez se volvió y la miró a los ojos—. No tardaré demasiado.

—No.

—¿Sabes qué? Me importa poco si te apetece o no, esta noche hablarás conmigo aunque tenga que encerrarte aquí arriba, Rab, así que deja de comportarte como un puñetero crío y mírame.

—No me apetece hablar contigo, no pienso discutir, estoy cansado y solo quiero salir y tomarme unas copas en el club. Así que sino te importa… —se aclaró con calma la cara, se echó un último vistazo y abandonó el baño haciendo lo posible por no tocarla. Eve se revolvió furiosa y lo agarró del brazo—. Suéltame, Eve, por favor.

—Mírame a los ojos —él desvió la vista de su mano a sus ojos oscuros y ella suspiró—. Lo siento, siento mucho si hice algo terrible en contra de tus deseos, pero me lo pidió tu jefe y solo quise ayudar. Afortunadamente salió bien y ahora deberíamos olvidarnos de eso, por favor.

—No, y no quiero hablar esta noche contigo. ¿Cómo demonios quieres que te lo diga?

—Mañana es Nochebuena, no quisiera estar en este estado de tensión absurdo, Rab, por favor.

—¿Si es Nochebuena se olvidan los problemas? Muy bonito.

—¿Qué problemas? Tú y yo no tenemos problemas, solo hice algo que no querías que hiciera y reaccionas de esta manera, nada más.

—¿Nada más? —agarró los pantalones, tiró la toalla con furia al suelo y se los puso—. ¿Nada más que desobedecerme delante de mis compañeros para meterte en una misión que para ti no es más que una aventura, cuando en realidad es un asunto de alto secreto, algo muy serio, Eve, poniendo en riesgo tu vida y desautorizandome delante de todo el mundo?

—Vale, muy bien, esto está mejor… —respiró hondo y dio una palmadita haciendo que Robert frunciera el ceño aún más indignado.

—¿Esto está mejor?

—Este terreno lo conozco, prefiero que me grites y rompas cosas a que me ignores.

—Déjame en paz, Eve, te lo digo en serio… —se puso la camisa y agarró los zapatos y la chaqueta con intención de salir de allí cuanto antes.

—No, por favor, por favor, escucha… —lo agarró con las dos manos y él se volvió furioso, haciéndola retroceder con los ojos muy abiertos.

—¡No es un puto juego! ¡No es una puta pelea de enamorados! ¡Joder, Eve! ¡¿Cómo demonios no puedes entenderlo?!

—Lo entiendo, no soy idiota.

—No, no eres idiota y por eso no comprendo cómo además de desobedecer mis órdenes expresas, te expones de ese modo, en una misión peligrosa, con exoficiales de la Gestapo implicados, en un país extraño y sin tener la más mínima preparación para enfrentarte a esa gente.

—Me lo pidió Cornell…

—Que es otro puto irresponsable. Seguro que a su mujer no la manda vestida como una ramera a tratar con esa panda de asesinos.

—Sí, pero…

—¿Sabes lo que habría pasado si ese tío se hubiera encaprichado contigo? ¿Si hubiera decidido hacer caso a las señales que le mandabas con tu aspecto y te hubiera llevado a un reservado para follarte allí mismo? ¿Lo sabes? ¿Lo imaginaste? —ella negó con la cabeza—. Te lo voy a explicar, y gratis. Habrían pasado dos cosas, la primera, que hubieses tenido que tragar y follar con él para seguir con el juego o dos, y mucho más problable, que te asustaras, te cabrearas, sacaras la pistola que te habían dado y le hubieses decerrajado un tiro en pleno centro de París… y entonces, Eve, ¿cómo demonios hubiésemos podido solucionar eso y ponerte a salvo?

—No lo pensé, yo…

—No lo pensaste, pero yo sí lo pensé y, sin embargo, tú me desobedeciste y te enfrentaste a mí, no me escuchaste y me diste la espalda.

—Pensé que si Cornell me lo pedía…

—Y preferiste confiar en él, que no es más que un puto desconocido que trabaja conmigo, ignorando lo que yo, que soy tu marido, te estaba pidiendo.

—Lo siento…

—El servicio secreto hará lo que sea para solucionar una misión en peligro, sin medir las consecuencias, ¿no lo entiendes? Sin pensar en si están sacrificando o no a alguien. El fin justifica los medios y tú te prestate como una imbécil a ese circo que era realmente peligroso.

—Lo siento —se echó a llorar y se cruzó de brazos.

—No me pasé toda la guerra jugándome el pellejo para ponerte a salvo, no lo hice, Eve, para que ahora, en tiempo de paz, te expongas sin mi consentimiento. Yo jamás te he metido en algo que pudiera perjudicarte, siempre lo he hecho midiendo las consecuencias y deberías confiar más en mí.

—No hay nadie en el mundo en que confíe más que en ti.

—Pues acabas de demostrarme lo contrario y estoy tan cabreado, tan ofendido que prefiero no hablar contigo.

Sujetó la ropa y salió dejando la puerta abierta. Eve lo oyó bajar las escaleras y cruzar unas palabras con Andrew, que lo estaba esperando en el

hall. Minutos después se marchaban los dos dejando la casa en completo silencio.

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