Eve

Eve


Capítulo 32

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Veintiséis personas. Finalmente cuatro exmiembros de la Resistencia dentro de la casa, apoyados por los dos estadounidenses, dos en las cocheras, diez rodeando la finca y preparados para entrar, seis en la periferia del objetivo y dos técnicos con él en la sala de mando. Esa casita de campo casi vacía que se le estaba haciendo cada vez más pequeña. Se levantó por enésima vez, mirando las radios y los receptores que permanecían en silencio delante de los oficiales de telecomunicaciones y buscó a Andrew con los ojos, pero no lo encontró. Salió al frío jardín de entrada y lo pilló sentado en el vehículo camuflado donde trasladarían, si todo marchaba bien, al duque de Windsor camino del aeropuerto. Allí lo subirían a un avión militar, que esperaba con los permisos en regla, para despegar enseguida con el hermano del rey, sus amiguitos nazis, ocho agentes de policía, Fred Livingstone y cuatro funcionarios del gobierno camino de Londres, donde el primer ministro en persona lo estaría esperando. Una vez que el «paquete» estuviera facturado y enviado a casa, ellos recogerían el operativo, borrarían huellas y se marcharían en otro avión de la RAF. Eficaz y limpio, pensó otra vez acercándose a Andrew mientras encedía un cigarrillo.

—¿Qué haces?

—Pensando…

—Muy bien —se metió las manos en los bolsillos, levantó la cabeza y sintió unos tímidos copos de nieve mojándole la cara.

—Eve estará bien, no conozco a nadie más fuerte que tu mujer.

—No es tan fuerte, es valiente —susurró sin mirarlo—. No sabe hacer otra cosa que hacer frente a los problemas, lanzarse a ellos y actuar, pero no es tan fuerte.

—Pero estará bien.

—Más le vale… —sintió esa presión de terror en la boca del estómago y carraspeó para espantarla—. Juré protegerla el resto de mi vida y mira dónde la he metido.

—Y ella encantada.

—Si sigue las instrucciones y es prudente todo irá bien.

—¿Lo dudas? —Rab le lanzó una mirada elocuente y los dos se echaron a reír—. Vale, mejor confiemos en que lo hará.

—Mejor.

—Pues yo creo que me estoy enamorando.

—¿Ah, sí? —sonrió y lo miró a la cara—. ¿De quién?

—De Mónica, la americana.

—Solo te has acostado con ella, Andrew, limítate a pasarlo bien y no adelantes acontecimientos.

—¿Cómo sabes que me he acostado con ella? —Robert se calló levantando las cejas y Andrew se puso rojo—. Bueno, somos adultos, no estoy para perder el tiempo.

—Tampoco para casarte con todas las mujeres que te llevas a la cama.

—¡Coronel! —llamó uno de los técnicos y los dos corrieron hacia la casa—. Se han activado dos alarmas, el Mirlo Blanco acaba de cruzar la verja.

—Perfecto —agarró la radio y habló alto y claro—. Diez minutos para tomar el té, chicos.

—Dios bendito, está aquí —susurró Andrew mirando la cara tensa de su amigo—. Ya lo tenemos, Rab.

—Aún no, aún no, Andy —se puso el abrigo y salió al jardín—. Hasta que no lo subamos al avión, no lo tenemos.

Salió de la biblioteca un poco titubante, mareada y con un sudor frío empapándole la espalda, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano, se recompuso lo suficiente como para ir al salón a buscar a Tamara Petrova. Era prioritario retenerla antes de que el Mirlo Blanco empezara su discurso y se desatara zafarrancho de combate. Su intervención era el momento elegido para iniciar el operativo y en medio del revuelo Tamara, que parecía tan reacia con el MI6, se les volvería a escapar y no podía permitirlo.

Salió al pasillo y se encaminó al salón principal. A su derecha pudo ver a los hombres de Pascuade preparando la entrada de Windsor, que estaba aparcando su coche de lujo a unos pasos de la entrada, pero los ignoró, entró en el enorme salón y miró a todos aquellos ricos con mucha atención. Estaban la mayoría que ya había visto, incluida Giovanna Lopidato, que ejercía de anfitriona junto a Pascaude, pero no pudo localizar a Tamara y en cuanto hizo amago de caminar hacia la chimenea, el estallido de los aplausos hizo que diera un respingo. Se giró sobre sus talones y se encontró de frente con el antiguo Eduardo VIII de Inglaterra.

—Alteza —murmuró al ver que él se acercaba con una sonrisa, le agarraba la mano y se la besaba. Iba solo, sin Wallis, y le llamó la atención lo delgado y frágil que parecía a esa distancia. Él levantó los ojos azules y la saludó en francés.

Mademoiselle

—Señora Butler —intervino enseguida Pascuade—. Es una súbdita de su alteza, Catherine Butler, sobrina política de lord Swodon.

—La belleza inglesa me deslumbra esta mañana, soy muy afortunado. Encantado, señora Butler.

—El placer es mío, alteza —realizó una pequeña genuflexión y se puso roja hasta las oreja. Eduardo la abandonó y siguió su camino hasta los invitados que inmediatamente lo rodearon para saludarlo.

Eve se quedó observando unos minutos el don de gentes del duque, su clase innata y su simpatía. Era asombroso, pero parecía muy agradable y las mujeres sucumbían sin esfuerzo a sus pies. Sin embargo, no pudo olvidar el porqué de su visita a esa mansión, sus motivos ilegales y criminales y sintió náuseas otras vez. Se apartó de él y se fue a su «lugar seguro», el sitio pactado para esperar la intervención de los hombres de Rab, aunque sin dejar de buscar a Pretova, que había desaparecido como por ensalmo del lugar.

—¿Dónde está la mujer soviética? —agarró a Kelly de la chaqueta y este se le pegó con una bandeja en la mano.

—¿Es soviética?

—Te dije que no la perdieras de vista.

—Pues es muy hábil, Mónica está localizándola.

—¡¿Qué?! Por el amor de Dios.

—Oye, que yo estoy aquí para lo que estoy, no para seguir mujeres…

—Es una espía, una colaboradora… —bufó indignada—, y me temo que viene a lo mismo que nosotros, pero para su país.

—Mierda.

—Mierda, sí…

—¿Y qué pillaste en la biblioteca?

—Nada —volvió a mentir al respecto y se arregló la falda evitando la mirada del norteamericano.

—Bueno, al menos has salido indemne…

—Y no gracias a ti, precisamente.

—Oye, yo estaba vigilándolo, pero…

—Mejor que no se entere Robert de esto o querrá cortarte las pelotas.

—¡Qué mal hablada! —se echó a reír bajito y miró a su espalda—. No se enterará si tú no se lo cuentas.

—Y no lo haré si tú no le dices que me metí en esa biblioteca.

—Trato hecho.

—Ya veo a Petrova —de repente la vio acercarse a Windsor y se fue detrás de ella, le miró la mano pensando que iba armada, pero no era el caso. Tamara se limitó solo a saludar al duque con mucho aprecio y luego buscó una silla frente a la pequeña tribuna donde debía empezar el discurso. Eve llegó a su lado y también se sentó—. Tenemos que hablar.

—¿Tú otra vez? ¿No tienes una hija a la que cuidar? ¿Por qué no te vas a casa? Deja ya de estorbar.

—Tu padrastro… —era complicado que la escuchara y se pegó más a su oreja.

—Nos están vigilando, Eve, no seas estúpida y déjame en paz.

—Pero…

—¿Y cuál es tu plan? ¿Seducir a Windsor y detenerlo en la cama? —le clavó los ojos claros y Eve comprendió que no tenía ni la más mínima idea de la magnitud del dispositivo del MI6, así que por precausión, decidió callarse—. ¿Es eso? ¿Sabes qué? Creo que deberías dejar a McGregor, no te conviene, te utiliza, va por libre… y no te lo mereces.

—¡Damas y caballeros! —Pascaude subió a la tribuna y pidió silencio. Eve se giró y vio que Mónica y Mike la llamaban disimuladamente. Ya tenían apartado a Swodon y ella debía acudir a su puesto, pero no fue posible porque antes de poder levantarse sin parecer descortés, Windsor subió a la tribuna y empezó a hablar. Rab me va a matar, pensó sin moverse, tragó saliva y esperó.

—Los que admiramos el nacionalsocialismo —empezó a decir Eduardo—, su obra, tenemos un deber moral, un compromiso intelectual y humano, una obligación ligada a sus héroes…

Eve cerró ojos y oídos, porque como siguiera escuchando aquello se levantaría y pegaría un puñetazo a ese tipo. Bajó la cabeza sabiendo, fehacientemente, que el duque estaba vendido, ya estaba en sus manos y sonrió para sus adentros rezando, sí, rezando, aunque hacía siglos que no lo hacía. Optó por rezar porque siempre le había sido útil para concentrarse en otra cosa, aislarse del mundo y serenarse, como durante el Blitz… pasaron los minutos y entonces el revuelo llegó desde fuera como apagado, un ruido sordo. Se puso tensa y vio que Pascaude miraba a sus escoltas con los ojos muy abiertos, pero sin interrumpir al conferenciante que seguía ajeno al alboroto, enfrascado en sus palabras, hasta que el ruido sordo de varios disparos puso a media sala en pie.

—¡Manos arriba y todos quietos! —gritó Michael Kelly sacando la pistola del cinto. Inmediatamente cuatro camareros hicieron los mismo y Mónica Newman saltó a la tribuna para agarrar al duque de Windsor por un brazo, desenfundando a su vez una inmensa pistola.

—Todos al suelo. ¡Ya! —gritó y Eve se arrodilló como los demás. Pascaude intentó revolverse y entonces fue Giovanna Lopidato la que sacó un arma y la posó sobre su nuca.

—Policía francesa —pronunció con autoridad—. Estáis todos detenidos por conspiración y colaboracionismo.

El revuelo que se montó fue de enormes dimensiones. Los hombres de Robert entraron a saco en la casa deteniendo a todo el mundo. Por el suelo quedaron chóferes, escoltas, camareros, doncellas, cocineros, ayudantes, secretarios y por supuesto los ilustres invitados. Por encima de su cabeza Eve oyó las voces inglesas mezcladas con las francesas y las acaloradas discusiones entre ellos hasta que alguien la agarró de un brazo y la levantó de un salto.

—Salgamos de aquí —le dijo Mike Kelly tirando de ella hasta la salida—. Esto es una puta locura…

—¿Pero qué ocurre?

—Creo que se la han metido doblada a tu marido, Eve, los franceses estaban dentro y no lo sabíamos. Menuda mierda.

—Tamara —dijo y volvió sobre sus pasos—. ¿Dónde demonios está Petrova?, estaba justo a mi lado.

—La habrán detenido, no te preocupes, ahora, nosotros nos vamos.

—¡Eve! —Robert apareció a su lado y la agarró por el cuello para mirarla a los ojos—. ¿Estás bien?

—Sí, y estaba…

—Sube al coche y espérame en el aeropuerto.

—No, Rab, escúchame, mírame —lo agarró de la chaqueta pero él avanzaba sin oírla.

—¿Cómo es que estaban los franceses? —interrumpió Kelly indignado.

—Apoyo extra, nada más.

—¿Lo sabías?

—Claro, llévate a mi mujer al aeropuerto, por favor.

—¿Y eso cómo se paga?

—No se paga. ¿Puedes ir al aeropuerto como estaba previsto? —subió el tono de voz desde su altura y Kelly dio un paso atrás levantando las manos.

—A más gobiernos, menos a repartir, McGregor, solo digo eso.

Robert ni se molestó en contestar mientras observaba cómo conducían a la gente hacia los furgones policiales. Los franceses se llevarían a toda la morralla y ellos a Windsor y Pascuade. Ese era el trato y no pensaba discutirlo con ese americano.

—¡Rab! —Eve se le puso delante y él la miró ceñudo—. Tamara Petrova está ahí dentro.

—¿Qué?

—Hablé con ella y me dijo que estaba trabajando.

—La habrán detenido, lo comprobaré, ahora vete, ¿quieres?

—Vale —no estaba para discusiones, así que miró a su alrededor viendo el trajín y oyendo las protestas y las quejas de los detenidos, se separó de él y caminó hacia el coche en silencio.

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