Eve

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Capítulo 33

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—No puede ser cierto —susurró Robert McGregor mirando a su oficial al mando y a ese capullo del gobierno francés a los ojos alternativamente, mientras apoyaba los puños en la mesa—. Es una puñetera broma ¿no?

—No vamos a seguir discutiendo el asunto, coronel, puede coger a su gente y volver a casa en media hora.

—¡¿Qué?! —Michael Kelly saltó de su sitio y dio una patada a la primera silla que encontró. Robert levantó la mano e intentó calmarlo, pero el americano ya no podía más. Llevaba quince minutos oyendo los estúpidos argumentos de esa gente y estaba a punto de explotar. Echó mano al cinto y sacó la pistola.

—¡Baje eso, capitán! ¡Ahora mismo! —Rab se le cruzó en el campo visual y era bastante más alto que él, así que Kelly retrocedió y escupió al suelo.

—No se tú, tío, pero yo no me voy sin el puto alemán.

—Le hemos explicado mil veces, capitán, que François Pascaude, originalmente Hans Kirchner, se queda en Francia, es nuestro y nos lo quedamos —explicó una vez más el ministro del recientemente nombrado presidente Auriol.

—No es vuestro, yo vine aquí para pillar a ese hijo de puta, yo colaboré…

—Exacto —interrumpió el jefe del MI6—. Usted colaboró en un operativo de nuestro gobierno, y se lo agradecemos, pero las decisiones respecto a este asunto son nuestras y no pienso seguir discutiendo ni un minuto más con ustedes. Coronel, McGregor, adiós.

—Sin Pascaude, no tenemos nada —intervino Robert—. Y con todo respeto, señor, la misión sigue siendo mía, yo…

—Usted cumplió perfectamente con su parte, como siempre, y tiene al duque de Windsor a punto de pisar Londres para dar explicaciones al rey y al primer ministro. Con eso nos quedamos y, a cambio, Pascaude se queda para comparecer ante la justicia de nuestros amigos franceses. Ese es el trato.

—No, pero…

—Dadme quince minutos con él —suplicó Kelly—, un interrogatorio de quince minutos, nada más, nadie tiene porque enterarse.

—Ya está bien, fuera de aquí… —los seis militares que los rodeaban desenfundaron los fusiles y Robert agarró a Kelly por la solapa para sacarlo de allí. Estaba a punto de matar a esa panda de burócratas, pero no podían hacer nada. Estaban atados de pies y manos y no podía hacer una puta mierda. Salió al hangar donde hacía un frío de muerte y miró al norteamericano a los ojos.

—Será mejor que no vuelvas a sacar esa pistola.

—Si tú no tienes huevos, McGregor, yo sí los tengo, por los dos y por una docena como tú, así que no me digas lo que tengo que hacer, ¿eh? Porque me has fallado, me diste tu palabra.

—Y te metí en el operativo, detuvimos a todos esos hijos de perra, así que cálmate.

—Y no nos entregan a Kirchner. ¿Sabes lo que harán con él? ¿Te lo cuento? Lo llevarán a una prisión, lo alimentarán, lo mantendrán caliente y protegido, y lo juzgarán. Con algo de suerte lo ahorcarán, pero antes, muy probablemente, alguno de sus secuaces lo sacará de la cárcel y entonces otro puto asesino suelto.

—Lo sé…

—No, no tienes ni puta idea, porque es mi pueblo el que masacraron, así que no me digas que me calme y dame una solución o eres igual que esa panda de cabrones. Necesito interrogarlo.

—¿Y crees que te dirá algo?

—Déjame a solas con él, solo quince minutos y cantará La Traviata.

—Oh, Dios —Rab miró al techo y suspiró—. No está en mi mano, ya lo has oído.

—Pues eres un puto colaboracionista, un amigo de los nazis, igual que todos los demás, no sé ni cómo te has casado con una judí…

—¡¿Quieres que te zurren?! —antes de que acabara la frase estiró el brazo lo agarró por el cuello y lo estampó contra la pared.

—¡Traidor! —chilló Kelly.

—Me jugué la vida allá arriba durante cinco años para ganar la guerra contra los putos nazis, ¿sabes? Así que a mí tú no me das lecciones de nada, hijo de puta…

—¡Robert! —Eve se materializó a su lado impidiendo que rompiera la nariz y varios dientes al americano. De pronto sintió el brazo de Andrew y de otra persona a su espalda y no le quedó más remedio que soltarlo. El hombre se deslizó por la sucia pared hasta quedar sentado en el suelo, con la respiración entrecortada.

—No vuelvas a faltarme al respeto o te mataré… —bufó apartándose del grupo. Eve quiso tocarlo pero él la esquivó y se fue directo a buscar el avión que los llevaría de una maldita vez lejos de allí. El operativo había salido perfecto, pero los resultados eran una jodida decepción y solo quería llegar a Edimburgo para emborracharse un par de días seguidos.

—Rab… —Eve apareció junto al avión unos minutos después. Iba muy abrigada, pero aun así tenía los labios transparentes por el frío. Robert dejó de revisar, hoja de servicio en mano, el aparato y la miró.

—Estoy ocupado.

—Tenemos que hablar, por favor, es importante.

—¿Qué demonios ocurre? —paró el paso y la miró a los ojos. Ella se aseguró de que no hubiera gente cerca, se sacó el papel de la falda y se lo entregó—. ¿Qué es esto?

—Nombres, datos, alias, localizaciones…

—¿De qué?

—Los encontré en la biblioteca de Pascaude, creo que todos son fugitivos nazis, aunque solo pude apuntar estos nombres, había mucho más.

—¡¿Qué?! ¿Qué hacías tú revisando los papepes de ese cabrón?

—Tuve la oportunidad y la aproveché, y ahora que lo dejarán en París, bueno, yo…

—¿Se lo has dicho a alguien más?

—No, a nadie, ni a Petrova, que me preguntó por ellos, ni a Mónica, ni a Michael. ¿Qué sabéis de Petrova?

—Esa mujer, Lopidato, dice que la tenía en un grupo de sus detenidos… —leyó el papel con atención y sintió un escalofrío en la espalda.

—¿Y la mandarán a Inglaterra?

—No lo sé.

—¿Y qué le diremos a Chelechenko?

—¿Estás segura de que estos nombres…?

—Fíjate, hay alias, ciudades y fechas —se puso de puntillas para indicarle los detalles que había estado revisando— y junto a las fechas hay nombres de ciudades fronterizas con España. Me imagino que desde allí coger un barco hacia Sudamérica es más sencillo, el propio Pascaude me dijo que él se iba a Argentina dentro de unos días.

—¿Que te dijo qué? —entornó los ojos y ella se sonrojó—. ¿En qué contexto?

—Hablando con otras personas.

—¿Te dijo que se iba a Argentina delante de todo el mundo?

—No lo sé, con otras dos o tres personas, ¿qué más da? Lo importante son estos datos. ¿Se los entregarás a tu jefe?

—Si estaban en la biblioteca, los habrán confiscado… —suspiró y se quedó mirando el avión de la RAF para transporte de tropas que les habían asignado. El capitán Lewis, el piloto, le había cedido el privilegio de llevarlo de vuelta a Londres y sintió el placer adelantado de tener otra vez los mandos de un avión entre sus manos. Miró a su mujer y tomó una decisión sin titubear.

—Dáselos a Kelly.

—¿En serio? ¿Por qué? —lo siguió alrededor del avión y él habló sin mirarla.

—Nunca he visto esos datos, no quiero saber nada de ellos, dáselos a Kelly y a Newman, seguro que ellos sabrán que hacer…

—¿Pero…?

—Dejarán a Pascaude en Francia a cambio de dar una reprimenda secreta a Windsor, Eve. ¿Crees que confío en que mi gobierno hará lo correcto?

—No.

—Los franceces se han quedado con todo lo confiscado en esa casa, con todo, así que ellos sabrán lo que hacen con esos datos. Por mi parte, no los he visto.

—Muy bien.

—De acuerdo, y vuelve enseguida, despegamos en diez minutos.

—Claro —se apartó bastante confusa y él siguió a lo suyo. Desde que se habían reencontrado apenas le dirigía la palabra. Era como si no la conociera, estaba ocupado y con una tremenda presión encima, obviamente, pero parecía una persona completamente distinta al Robert de siempre y eso era un poco inquietante…

—¿Y tu jefe? —levantó la vista y se encontró con la sonrisa de esa mujer, Giovanna Lopidato—. ¿El coronel?

—Allí —le indicó con la mano y ella le guiñó un ojo.

—Buen trabajo, todos habéis hecho un gran trabajo.

—Gracias —atinó a susurrar y se giró para seguirla con los ojos. Lopidato, que había resultado ser una hábil agente gala infiltrada en el ambiente de Pascaude, era espectacular. Muy alta, tan sofisticada y desenvuelta caminando con sus tacones por el hangar hasta Robert, que en ese momento firmaba los papeles para despegar, que no pudo dejar de mirarla. Quiso marcharse, pero una energía potente la empujó a quedarse quieta observando cómo se acercaba a Rab y le susurraba algo al oído, acompañando el gesto con una caricia lárguida sobre su abdomen. Eve sintió que el corazón se le subía a la garganta, pero no se movió. Tragó saliva y se topó con la mirada de Robert que en cuanto la vio se apartó de la francesa casi de un salto. Lopidato se echó a reír a carcajadas y solo entonces Eve reaccionó y siguió su camino hacia Mike y Mónica, que no muy lejos de allí, continuaban indignados razonando con un Andrew Williamson igualmente confuso.

—Andy, nos tenemos que marchar.

—Ya voy, Eve, chicos… —se acercó a sus nuevos amigos y abrazó a Michael, luego cogió a Mónica de la mano y se la llevó lejos de su vista. Eve suspiró y se acercó a Mike con el papel en la mano.

—Siento que haya acabado así. A ver si esto sirve de consuelo.

—¿Qué es? —agarró el papel y enseguida comprendió, la miró a los ojos y sonrió—. ¿Te lo habías guardado?

—Debía darselo primero a Robert, sé que lo entiendes.

—Buena chica —se acercó y le besó la mejilla—. ¿Qué dice el hombretón?

—Que vosotros sabréis que hacer.

—Al final va a resultar que el escocés es un buen tío.

—Bueno no, el mejor.

—No lo dudo… —volvió a sonreír y le guiñó un ojo—. Ya sabes dónde encontrarnos, Eve Weitz, y te debo una.

—Una cosa más. Pascuade me dijo en la biblioteca que pensaba viajar hacia Argentina dentro de dos semanas. Sé que ahora ya no sirve de mucho, pero…

—No te preocupes, Eve, Pascaude ya es hombre muerto, es cadáver, sigue respirando, pero no se me escapará, tranquila.

Una hora después, a bordo del avión de la RAF, sentada en esos asientos en línea, incómodos y carentes de cualquier confort destinados a la tropa, seguía pensando en los ojos seguros y firmes de Michael Kelly. Se trataba de un tipo divertido y parlanchín, muy agradable, pero con un fondo oscuro y violento, que él no ocultaba, y que ponía los pelos de punta. Imaginó que a esa hora ya iría detrás de Pascaude, con Mónica dándole cobertura a cualquier precio porque ambos creían en su causa, como ella, salvo que para ellos no era una entelequia, no se trataba de ideas, no, se trataba de tortura y del tiro en la nuca, se lo habían repetido muchas veces durante los dos días que habían compartido. Y aunque aquello iba en contra de sus principios más elementales, sabía muy bien que en gran medida tenían razón, porque a veces la ley del Talión era el único camino aceptable.

—¿Eve? —Andy se acercó con una jarra de té y se la puso en las manos—. ¿Estás bien?

—Sí, gracias, ¿y tú?

—Bueno…

—¿De dónde has sacado el té?

—Los chicos siempre llevan té en la cabina de mando.

—¿Y Robert?

—Pilotando y feliz.

—Me alegro por él.

—No te preocupes, en cuanto acabe la misión volverá a ser tuyo…

—No me preocupa, me sorprende su capacidad de ensimismamiento cuando trabaja, pero en fin. Menuda mierda lo de Pascaude, ¿verdad?

—A mí me la trae al fresco ese Pascaude.

—¿Qué ocurre? —se sentó a su lado y ella le cogió la mano.

—Soy un imbécil, amiga, ya me conoces.

—¿A qué te refieres?

—Mónica.

—¿Qué?

—Le pedí que dejara todo y se viniera conmigo a Edimburgo y casi se ahoga de la risa.

—¿Qué le has pedido qué?

—Oye, tampoco es tan terrible, amor a primera vista se llama.

—¿Te has enamorado de ella?

—No, bueno, me gusta, y no sé, joder, podríamos haberlo intentado, ¿no? Somos adultos, no veo por qué tantas precauciones y plazos. Estoy divorciándome, ella es soltera, necesito una mujer a mi lado, quiero rehacer mi vida, empezar de cero y hacerlo con alguien maduro y divertido como ella.

—¿Como ella?

—¿Qué hay de malo en no querer estar solo, Eve? Solo intento ser honesto y reconocer lo que siento.

—Y eso me parece perfecto, lo que no entiendo es que no seas capaz de reconocer que lo realmente bueno y verdadero lo tienes justo a tu lado —él parpadeó y ella bufó tomando un trago de té—. A menos que me digas que estás loco por Mónica Newman.

—No, pero… quedamos en volver a vernos, y bueno…

—Tengo veintiséis años, ¿sabes, Andrew? Y en veintiséis años jamás he roto una promesa o revelado un secreto, pero esta vez lo haré porque os quiero, a ti y a Anne, porque no puedo quedarme quieta viendo cómo vuelves a estrellarte y…

—¿Anne? ¿Qué ocurre con Anne?

—Anne está enamorada de ti, Andy, ¿no te has dado cuenta?

—¡¿Qué?!

—¿No te has dado cuenta? ¿En serio? Bendito sea Dios —exclamó y él se tapó la cara con las dos manos.

—Siempre estamos de broma, pero ella me trata como si fuera uno de sus hermanos y yo… ni me atrevo a soñar que… Ella es…

—Maravillosa, guapa, inteligente, honesta y te quiere, no se qué más necesitas para vivir, te lo digo en serio.

—¿Pequeña? —Rab se acercó y le extendió la mano—. ¿Quieres aterrizar conmigo? Ven a la cabina.

—No, yo… —miró a Andrew y él le hizo un gesto con la mano.

—Deja que me reponga, Eve, ve y mira cómo aterriza el maldito avión.

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