Eva

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Una historia nunca termina.

Uno arroja una piedra a un estanque y, en unos segundos, ha desaparecido. Pero éste no es el fin. Nuestra acción afecta la superficie del estanque y olas circulares empiezan a formarse en el lugar en el que la piedra ha caído al agua. Estas olitas gradualmente se amplían, hasta que toda la superficie del estanque está en suave movimiento. Se necesita mucho tiempo para que el estanque vuelva a apaciguarse.

Estoy sentado frente a la máquina de escribir en mi sombrío cuartito, y miro por la ventana hacia el puerto de esta pequeña ciudad de la costa del Pacífico. Russell espera pacientemente que yo inicie el día de trabajo, pero, hoy, no tengo apuro por juntarme con él.

Tenemos una barca; el año pasado hemos llevado centenares de turistas hacia la cadena de islitas que bordean la costa del Pacífico. Yo dirijo la barca, Russell se sienta en popa y cuenta a los turistas historias de fusileros y piratas que infectaban estas costas hace muchos años. Los turistas parecen simpatizar con Russell y él, a su vez, simpatiza con ellos. Personalmente yo detesto sus estúpidas caras ovejunas, el sonido estridente de sus voces, pero como permanezco en el puente durante las travesías, no tengo contacto directo con ellos.

No ganamos mucho dinero, pero podemos sobrevivir bastante bien. Russell es muy ingenioso y ya ha ahorrado bastante como para que podamos pasar la época mala.

Nadie ha oído nunca hablar de mí en esta ciudad. Mi nombre no significa nada para los turistas, pero, si alguna vez este libro se publica, quizá logre ver de nuevo mi nombre en letras de molde. Por raro que parezca no me importa ser un nadie. Al principio me importaba, pero, con el correr del tiempo, he comprendido que no debo preocuparme por escribir una nueva novela o una pieza de teatro. Así no tendré que pagar cuentas, no tendré que dar reuniones, no tendré que hacer los centenares de cosas que exige la celebridad. Ahora estoy libre de todo esto, y aunque echo de menos algunos de los telones de la fama, comprendo que soy más feliz siendo un nadie.

No sé qué habría sido de mí sin Russell. Le debo todo.

Fue él quien me encontró semienloquecido yaciendo en la alcantarilla frente a la casa de Eva. Yo estaba perdido y, si él no se hubiera presentado en ese momento crucial, creo que me hubiera suicidado.

Fue Russell quien compró el barco. Era un buen barco de treinta y cinco pies, equipado con un motor Kermath de cien caballos. Russell lo compró con sus ahorros. No me gustó que lo hiciera, pero no había más alternativa que ésa o morirse de hambre. Por eso dejé que lo comprara.

Al principio me pareció una idea de locos, pero Russell lo había planeado todo. Dijo que una vida al aire libre volvería a ponerme de pie; además, a él le gustaba la vida al aire libre.

En aquella época no me importaba lo que pudiera sucederme, aunque debo reconocer que yo creía que estaba utilizando el dinero de Russell en una esperanza remota; él simplemente levantó las cejas, que treparon por su frente, lo que equivalía a decir, «Espere y ya veremos».

De todos modos me entusiasmé mucho más cuando fuimos al puerto e inspeccionamos el barco. Aunque Russell lo había pagado de su propio bolsillo se las arregló para hacerme sentir que yo tenía en el barco tanta participación como él. Aunque ya no éramos amo y criado, era evidente que yo debía ser el capitán y él el piloto.

Hubo un solo momento de incomodidad cuando establecimos los nuevos papeles. Sucedió cuando quisimos bautizar el barco. Yo dije, de entrada, que debíamos llamarlo Eva. Señalé enseguida que era un nombre que los turistas recordarían fácilmente y, como tenía un sabor más bien picante, incluso sacarían de él una diversión sin consecuencia. De todos modos así es cómo expliqué la cosa.

Pero Russell no quiso saber nada. Nunca lo había visto antes tan empecinado; tras procurar convencerlo por cierto tiempo me enojé y le dije que podía llamar al barco como se le diera la gana.

Cuando al día siguiente bajé al puerto vi que un letrista había pintado en rojo el nombre de Carol en la proa del barco, con letras de dos pulgadas. Permanecí mirando el nombre varios segundos, después fui al fondo de la proa desierta, me senté dando la espalda al puerto y miré hacia el Pacífico.

Había pasado casi una hora cuando Russell se unió a mí. Le dije que había hecho bien en bautizar al barco con el nombre de Carol. No contestó nada pero, a partir de ese momento, nos entendimos bien.

Bueno, así andan las cosas. No sé cuánto durarán. No sé si este libro tendrá éxito o no. Si lo tiene, es probable que vuelva a Hollywood. Sé que, sin Carol, Hollywood va a ser un lugar inamistoso. No sé si podré enfrentarlo de nuevo. La muerte de Carol me ha afectado de manera extraña. Es sólo ahora cuando me doy cuenta de cuánto significaba ella para mí. Es bastante frecuente que lo que uno más valora en la vida, no sea apreciado hasta que lo perdemos. Al perder a Carol me he encontrado a mí mismo, y sé que puedo mirar con seguridad el futuro, porque sé que la influencia de Carol siempre estará conmigo.

Aunque han pasado dos años desde que vi a Eva por última vez, sigo pensando en ella. No hace mucho tuve un súbito deseo por saber qué había sido de su vida. No tengo intenciones de renovar la relación, pero tengo ganas de satisfacer mi curiosidad, de descubrir, si puedo, cómo se las ha arreglado en estos últimos dos años.

La casita en Laurel Canyon Drive estaba vacía. No había cortinas en las ventanas y el jardín estaba lleno de abrojos; los muebles que me había acostumbrado a ver habían desaparecido.

Los vecinos no supieron decirme dónde había ido Eva. La mujer que asomó a la puerta sonrió de manera superior, secreta.

—Se fue en una escapada nocturna —dijo—, y ya era tiempo de que lo hiciera. Ignoro dónde ha ido. Y no me interesa. Por suerte Dios nos ha librado de ella. No me sorprendería que la anduviera buscando la policía. De todos modos, se ha ido. No queremos mujeres de esa clase en esta calle, a Dios gracias…

No tengo ahora manera de descubrir a Eva. Es una lástima. Me gustaría mantener el contacto con ella, naturalmente sin que ella lo supiera, ya que no sé lo que puede haberle pasado. ¿Abandonará algún día su profesión? ¿Volverá a juntarse con Charlie Gibbs? ¿O seguirá adelante hasta convertirse en otra ramera gastada, borracha, de esas que buscan desesperadamente un tipo por las calles? No lo sé.

Tal vez volvamos a encontrarnos algún día. Aunque me parece que va a ser difícil. Si tiene dificultades con la policía cambiará de nombre, y abandonará los lugares a los que solía concurrir.

Últimamente he tenido en la mano un ejemplar de Candide, de Voltaire y he encontrado allí algunas líneas que parecen adecuadas, no sólo al futuro de Eva, sino también al futuro de ese regimiento de mujeres que siguen una profesión que ocupa un lugar definido en nuestra sociedad actual:

«Me vi obligada a continuar con ese abominable comercio que ustedes los hombres consideran tan agradable, pero que para nosotras, miserables criaturas, es el más atroz de todos los sufrimientos. Ah, señor, ¿sabe usted lo que significa estar forzada a acostarse con cualquier individuo? ¿Con viejos comerciantes, con consejeros, con monjes, con marineros, con curas? ¿Sabe lo que es estar expuesta a todas sus violencias y sus insultos? ¿Sabe lo que es ser robada por uno de lo que hemos ganado con otro? ¿Estar sujetas a las acusaciones de los magistrados, y tener siempre ante uno la perspectiva de la vejez, del hospital, del vagabundaje? Si lo supiera comprendería que yo soy una de las criaturas más desdichadas que respiran…».

Como ya he dicho, no lo sé. Siento que el destino de Eva está, ampliamente, en sus propias manos. No es una mujer débil y espero que llegue el momento en que deba enfrentar su futuro, como yo enfrento el mío. No me gustaría estar lejos de ella en ese momento.

Muchas veces me he preguntado por qué no logré conquistar su confianza. Ahora comprendo que eso era esperar demasiado: nunca hubiera conquistado su cariño, pero, al menos, habría podido lograr su confianza. Siempre he sostenido la teoría de que las emociones de una mujer sólo pueden resistir cierto tiempo ante el impacto de la mente de un hombre. Aunque es evidente que Eva no era una mujer corriente. Tal vez yo estaba demasiado apresurado. Tal vez cedí demasiado pronto. No sé. Era una tarea difícil, no sólo porque Eva conocía cada jugada dentro del partido, sino porque la línea que separa el odio del amor en el corazón de una mujer es muy fina. Tal vez mi aproximación fue demasiado torpe.

Ahora, que puedo pensar en nuestra relación tras un paréntesis de dos años, puedo decir que aunque me causó tanto dolor y amargura, es una experiencia a la que no renunciaría. Nuestro fin de semana fue, en sí, un impacto físico único, que pocos hombres han experimentado. Y realmente creo que a Eva le gustó tanto como a mí. Pero cometí el error de continuar la relación; en realidad no debí volver a verla después de aquel fin de semana.

Pero ¿para qué seguir? He ganado la experiencia del pasado y debo prepararme para el futuro. Tengo que interrumpirme ahora. Russell aparece junto a la ventana y parece ansioso. Veo que el sol ilumina el vidrio del reloj que tiene en la mano. Ya el Carol está repleto de turistas. Me esperan.

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