Eva

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Es verdad que la mayoría de los hombres tiene dos vidas, como se dice: una vida normal y una vida secreta. La sociedad, naturalmente, sólo puede juzgar el carácter de un hombre por su vida normal. Pero, si comete un error y su vida secreta se hace pública, entonces es juzgado de acuerdo con su nivel secreto y, con frecuencia, es desterrado como castigo. Pese a esto, sigue siendo el hombre que un momento antes recibía el aplauso de la sociedad. Pero al menos ya es un hombre con una diferencia importante: ha sido descubierto.

En estos momentos, a causa de mi excesiva franqueza, ustedes deben de haber llegado a la conclusión de que soy una persona extremadamente desagradable. Probablemente ustedes han pensado que no tengo ética, que soy deshonesto, vanidoso e indigno. Estas conclusiones no se deben al golpe de vista de ustedes, ni a una percepción: se deben enteramente a mi franqueza.

Si ustedes llegaran a conocerme socialmente, si se hicieran amigos míos, me encontrarían tan agradable como a cualquier otro amigo, porque yo me cuidaría siempre de dar lo mejor al estar en compañía de ustedes.

No insistiría sobre este punto tan elemental si no fuera por el hecho de que tal vez ustedes se preguntarán por qué me amaba Carol. Incluso ahora la recuerdo con profundo cariño. Era una persona de gran sinceridad e integridad. No quiero que, por el hecho de que me quería, la juzguen de acuerdo con lo que soy yo.

Carol conocía sólo la parte de mi naturaleza que yo había decidido mostrarle. Hacia el fin de nuestra relación fue tan difícil controlar las circunstancias que, finalmente, ella descubrió mis defectos. Pero, hasta ese momento, la engañé con tanto éxito como engañan algunos de ustedes a las personas que los quieren.

Y, como Carol era siempre comprensiva y sensible, tras permanecer dos días en Three Point, después de la noche en la que conocí a Eva, me encaminé a Hollywood a verla.

La estación de servicio de San Bernardino se había hecho cargo de mi coche.

Me dijeron que también habían recogido el Packard. Mientras marchaba por el camino de descenso desde Big Bear Lake, encontré una cuadrilla de obreros que trabajaban en la obstrucción del camino. Casi habían terminado, pero tuve cierta dificultad en pasar. El capataz me conocía e hizo que pusieran unos tablones en la parte blanda del camino; parte de los hombres casi llevó el coche en vilo.

Llegué al departamento de Carol, en Sunset Strip, a eso de las siete. Frances, la mucama, me dijo que Carol acababa de llegar del estudio y que se estaba cambiando.

—Pase, señor Thurston —dijo sonriendo—, la señorita sólo tardará unos minutos.

Seguí su amplia figura hasta la sala de Carol. Era una linda habitación, moderna, tranquila; la iluminación, oculta, daba reposo. Di unas vueltas mientras Frances me preparaba un trago. Siempre se alborotaba cuando yo llegaba, y Carol me había dicho una vez, riendo, que Frances me consideraba el visitante más distinguido que ella recibía.

Me senté y admiré el cuarto. Estaba amueblado con sencillez. Los sillones y el gran sofá eran de cuero gris, y las colgaduras, color vino. No pude dejar de elogiárselo.

—Cada vez me gusta más este cuarto —dije, tomando el vaso que Frances me ofrecía—. Voy a pedirle a la señorita Rae que me haga hacer algunos diseños para mi casa.

Carol entró cuando yo estaba hablando. Llevaba un vaporoso negligée sujeto a la cintura por un amplio lazo rojo; el pelo le caía suelto sobre los hombros.

Me pareció que estaba muy linda. No era una belleza —o, por lo menos, no estaba hecha según el molde de Hollywood—. Al entrar me recordó a Katherine Hepburn. Tenía un cuerpo parecido, lindamente acabado, con cada cosa en su sitio. El cutis pálido destacaba los labios rojos, y la piel tensa sobre la cara revelaba la estructura de los huesos. Los ojos, que eran su mejor rasgo, eran grandes, inteligentes, vivaces.

—Clive, qué sorpresa —dijo, alegremente, atravesando rápidamente la habitación. Llevaba un cigarrillo en una boquilla de unos quince centímetros. Las boquillas largas eran su única afectación. Y eran también una manera hábil de lucir sus hermosas manos y muñecas—. ¿Dónde te has metido estos tres días? —después hizo una pausa y miró, interrogante, mi frente moreteada—. ¿Qué has estado haciendo?

Le tomé las manos.

—Luchando contra una mujer salvaje —dije, sonriendo.

—Debí haberlo adivinado —dijo ella, observando mis nudillos, todavía despellejados por la trompada que le había dado a Barrow—. Debe de haber sido de verdad muy salvaje.

—Oh, lo era —contesté, llevándola al sillón—. La mujer más salvaje de California. He hecho todo el camino desde Three Point para hablarte de ella.

Carol se acomodó en un rincón del sofá y recogió las piernas, sentándose encima.

—Yo también quiero un trago —dijo a Frances. Algo de la alegría de sus ojos había desaparecido—. Tengo la sensación de que el señor Thurston me va a decir algo chocante.

—No digas tonterías —contesté—, quería divertirte, eso es todo. Yo soy quien está chocado… —me senté a su lado y le tomé la mano.

»¿Has trabajado mucho hoy? Tienes ojeras. Claro que te quedan bien, pero ¿significan sudor y lágrimas o es que finalmente, has decidido ser una depravada?

Carol suspiró.

—He estado trabajando. No tengo tiempo para ser depravada y estoy segura de que no sabría serlo. Nunca he podido hacer nada que no me interese… —tomó el vaso que le tendía Frances y sonrió dándole las gracias.

Frances se fue.

—Ahora —dijo Carol— cuéntame de esa mujer salvaje. ¿Estás enamorado de ella?

La miré agudamente.

—¿Por qué crees que puedo enamorarme de la primera mujer que encuentre? Estoy enamorado de ti.

—Así es… —me palmeó la mano—. No debo olvidarlo. Pero, después de tres días sin verte, pensé que me habías dejado. Entonces… ¿no estás enamorado de ella?

—No seas fastidiosa, Carol —dije, porque no me agradaba su estado de ánimo—. Claro que no estoy enamorado de esa mujer —y, acomodándome en los almohadones, le conté la historia de la tormenta, de Barrow y de Eva. Aunque ahorré algunos detalles.

—Sigue —dijo ella, cuando yo me detuve para acariciar el moretón que tenía en la frente—. ¿Qué hizo después que te desmayó? ¿Te echó un balde de agua o se escapó con tu billetera?

—Se escapó sin mi billetera. No se llevó nada… no es una mujer de hacer eso. No te equivoques con esa mujer, Carol, no es una ramera vulgar.

—Rara vez lo son —murmuró Carol sonriendo. Ignoré la frase.

—Debe de haberse vestido cuando yo estaba inconsciente. Metió las cosas en la valija y se lanzó en medio de la tormenta. Realmente se necesita tener agallas… la lluvia y el viento eran infernales.

Carol estudió mi cara.

—Después de todo, Clive, incluso una ramera tiene orgullo. La trataste bestialmente. En cierto modo la admiro por haberte dado un golpe en esa presumida cabeza que tienes. ¿Qué crees que era el hombre?

—¿Barrow? No tengo idea. Parecía un viajante de comercio. El tipo de individuo que paga a una mujer para que salga con él.

Le había ocultado a Carol que yo había dado a Barrow ciento diez dólares. Creo que no hubiera podido entender esa parte de la historia.

—Supongo que no habrás querido librarte de él para tener una conversación íntima con la dama…

Bruscamente me irrité: Carol se acercaba rápidamente a la verdad.

—Vamos, Carol —dije agudamente—, una mujer de ese tipo no me atrae lo más mínimo. ¿No te estás poniendo un poco en ridículo?

—Perdón —dijo ella, dirigiéndose a la ventana. Hubo una pausa, después prosiguió—: Peter Tennett prometió venir hoy. ¿Vienes a comer con nosotros?

Lamenté haberle hablado de Eva.

—Esta noche no puedo —dije—. Estoy ocupado. ¿Peter va a pasar a buscarte?

No estaba ocupado, pero tenía una idea en el fondo de la cabeza y deseaba tener la noche libre.

—Sí, pero ya conoces a Peter… siempre se demora.

Yo conocía bien a Peter Tennett. Era el único de los amigos de Carol que me provocaba un complejo de inferioridad. Pero simpatizaba con él. Era un gran tipo. Nos entendíamos, aunque él tenía demasiado talento real para que yo lo enfrentara. Era productor, director, guionista y consejero técnico, todo en uno. Todo lo que había emprendido, hasta ese momento, había sido exitoso. Tenía el toque mágico y, en los estudios, era considerado de primera categoría. Me enfurecía pensar lo que había conseguido en un año.

—¿De verdad no puedes venir? —preguntó Carol, con cierta intensidad—. Deberías ver más seguido a Peter. Tal vez pueda ayudarte.

Últimamente Carol había estado mencionando a gente que podía ayudarme. Me irritaba pensar que ella creyera que yo necesitaba ayuda.

—¿Ayudarme? —repetí forzando una sonrisa—. ¿Y qué puede él hacer por mí? Vamos, Carol, no me va tan mal… No necesito ayuda de nadie.

—Perdón de nuevo —dijo Carol sin alejarse de la ventana—. Esta noche estoy diciendo todo lo que no debo decir, ¿verdad?

—No es culpa tuya —dije acercándome a ella—, todavía me duele la cabeza y estoy con los nervios de punta.

Ella se volvió.

—¿Qué vas a hacer hoy, Clive?

—¿Qué voy a hacer…? Bueno, voy a comer… con, con mis editores…

—No me refiero a eso. ¿En qué estás trabajando? Hace dos meses que estás en Three Point. ¿Qué estás haciendo?

Éste era el tema que yo quería evitar con Carol.

—Oh, una novela —dije con descuido—. Estoy terminando el plan. La semana próxima empezaré a trabajar en serio. No te preocupes tanto… —procuré sonreír para tranquilizarla.

Carol era una persona a la cual resultaba extremadamente difícil mentir.

—Me alegra lo de la novela —dijo, con sombras en los ojos—, pero preferiría que fuera una obra teatral. Una novela no da mucho, ¿verdad, Clive?

Levanté las cejas.

—No sé… están los derechos si se hace una película… derechos de adaptación si la convierten en fotonovela… tal vez la tome el Collier. Pagaron a Ingram cincuenta mil dólares por los derechos de una fotonovela.

—El libro de Ingram era bárbaramente bueno.

—El mío también será bárbaramente bueno —dije. Incluso a mí la cosa me pareció poco convincente—. Dentro de un tiempo escribiré otra obra teatral, pero tengo la idea para el libro, y no quiero perderla.

Tuve la incómoda sensación de que Carol iba a preguntarme de qué trataba el libro. De haberlo hecho, me hubiera visto en un berenjenal, pero, en ese momento, entró Peter y, por una vez, me alegré de la interrupción.

Peter era uno de los pocos ingleses que habían tenido éxito en Hollywood. Todos sus trajes seguían llegando aún de Londres, y el corte de los sastres de Sackville Street se adaptaba muy bien a su estilo inglés de figura, con los hombros anchos y las caderas estrechas.

Su cara morena, pensativa, se iluminó al ver a Carol.

—¿Todavía no estás vestida? —dijo, tomándole la mano—. Estás preciosa. ¿Seguro que no estás demasiado cansada para salir esta noche?

—Claro que no —dijo Carol, sonriendo.

Él me miró.

—¿Qué tal, muchacho? —nos dimos la mano—. ¿No te parece que Carol está lindísima?

Contesté que naturalmente así era, y percibí que sus ojos eran como dos signos de interrogación cuando vio mi moretón.

—Clive, dale un trago a Peter mientras yo me visto —dijo Carol—. No tardaré… —miró a Peter—. Clive ha estado algo fastidioso… se niega a comer con nosotros.

—Oh, debes acompañarnos… Se trata de toda una ocasión, ¿verdad, Carol?

Carol meneó la cabeza, como desesperanzada.

—Va a comer con sus editores… No lo creo, pero me parece que es mejor ser bien educada y fingir que lo creo. Mira ese moretón… ha estado peleando con una mujer salvaje… —se volvió hacia mí, riendo—. Cuéntale, Clive… tal vez la historia interese a Peter.

Peter se adelantó a acompañarla hasta la puerta. La abrió.

—No te apures —dijo—. Esta noche estoy muy remolón…

—Pero yo estoy apurada —protestó Carol—. No quiero que se haga demasiado tarde… —y salió corriendo del cuarto.

Peter se dirigió al pequeño bar en el rincón del cuarto, donde yo me estaba preparando otro trago.

—¿Así que has estado peleando? —dijo—. Ese moretón que tienes es bastante feo.

—No tiene importancia —dije—. ¿Qué quieres beber?

—Un poco de whisky, supongo —se inclinó sobre el bar y sacó un cigarrillo de una pesada cigarrera de oro—. ¿Carol te ha dado la noticia?

Le serví whisky con soda.

—No… ¿qué noticia?

Peter levantó las cejas.

—Es una chica rara… me pregunto por qué… —encendió el cigarrillo.

Tuve la súbita sensación de que me hundía.

—¿Qué noticia? —pregunté, mirándolo.

—Le han dado la gran adaptación del año. La cosa se arregló esta mañana… se trata de la novela de Ingram.

Dejé caer whisky sobre el pulido bar. Oírle decir eso fue como si me comieran las entrañas. Naturalmente, yo me sabía incapaz de tratar el tema que había tratado Ingram. Era un tema demasiado grande para mí, pero me cayó como una patada enterarme de que una criatura como Carol iba a adaptarlo.

—¡Caramba, es fantástico! —dije, procurando poner cara de contento—. He leído la novela en el Collier. Es una gran historia. ¿Eres tú quien va a producirla?

Él asintió.

—Sí, es una cosa con muchas vueltas. Justamente el tipo de historia que andaba buscando. Lógicamente yo deseaba que Carol hiciera la adaptación, pero no creí que Gold aceptara. Y de pronto, mientras pensaba en la manera de convencerlo, me llamó para decirme que él pensaba que Carol podía hacerlo.

Dejé mi sitio detrás del bar y fui al sillón, con mi vaso. Me sentí mejor al sentarme.

—Y en concreto… ¿qué representa esto?

Peter se encogió de hombros.

—Bueno, naturalmente un contrato… mucho dinero… crédito en el cine… y otra oportunidad si hace bien la adaptación… —probó su whisky.

—Y claro que la hará bien. Carol tiene mucho talento. Yo empecé a pensar que en aquel juego todos tenían talento, menos yo.

Él se acercó y se dejó caer en un sillón. Parecía haberse dado cuenta de que las noticias me habían conmovido.

—¿En qué estás trabajando ahora?

Yo empezaba a estar harto de tanto interés en mi trabajo.

—En una novela —dije, cortante—. Nada que pueda interesarte.

—Qué lástima. Me gustaría filmar alguna cosa tuya… —tendió sus largas piernas—. Hace tiempo que deseaba hablar contigo. ¿Has pensado alguna vez en trabajar para Gold? Yo te podría dar una recomendación.

Me pregunté, desconfiado, si Carol le habría hablado de la cosa.

—¿Para qué, Peter? Ya me conoces. No puedo trabajar para nadie. Por lo que Carol me cuenta, trabajar en el estudio es realmente infernal.

—Pero representa mucho dinero —dijo Peter, tomando el vaso que yo le tendía—. Piénsalo y no te tomes demasiado tiempo. El público tiene poca memoria y, en Hollywood, la memoria es todavía más corta… —no me miró; tuve la sensación de que, en lo que decía, había algo más que una conversación casual. Era casi un consejo.

Encendí un cigarrillo y quedé ensimismado. Hay algo que uno jamás dice a otros escritores o productores en Hollywood. Uno nunca dice que se ha quedado sin ideas. Lo descubren por sí mismos, bastante rápido.

Yo sabía que si volvía a Three Point, iba a suceder lo mismo que había pasado en los dos últimos días. Iba a pensar en Eva. No había dejado de pensar en ella desde el momento en que me encontré echado en el suelo, en la cabaña desierta, cuando ya el sol entraba a través de las cortinas. Había procurado borrarla de mi mente, pero no podía. Ella estaba allí, en mi cuarto, se sentaba a mi lado en el pórtico, me miraba fijamente desde la vacía hoja de papel en mi máquina de escribir.

Finalmente la cosa se puso tan mal que sentí la necesidad de hablar con alguien de ella. Por eso fui a Hollywood a ver a Carol. Pero, al empezar a hablar, me di cuenta de que no podía decir las cosas que me pasaban por la mente. Tampoco se las podía decir a Peter. No podía decirles lo que yo sentía por Eva. Hubieran creído que estaba loco.

Tal vez estaba loco. Podía elegir entre una veintena de mujeres elegantes, atractivas. Tenía a Carol, que me amaba y que representaba mucho para mí. Pero nada me bastaba. ¡Tenía que enamorarme de una prostituta!

Quizás enamorado no era la palabra que correspondía. La noche anterior había permanecido sentado en el pórtico, con una botella de whisky al lado, procurando razonar. Eva había herido mi orgullo. Su fría indiferencia me había provocado. Sentía que ella vivía en una fortaleza de piedra, y yo tenía que asaltar esa fortaleza y derribar los muros.

Cuando llegué a estas conclusiones ya estaba muy borracho, pero decidí que debía conquistarla. Todas las mujeres con las que me había divertido en el pasado habían sido demasiado fáciles. Quería algo en lo que de verdad pudiera clavar el diente. Eva iba a hacerme trotar. Se iba a hacer la difícil, y la idea me excitaba. Iba a ser una lucha sin restricciones. Ella no era una muchachita inocente, a la que yo podía dar vueltas con el dedo. Inconscientemente me había provocado, y yo iba a aceptar el reto. No dudaba del resultado final. Tampoco pensaba en lo que iba a pasar una vez que la tomara por asalto. Eso se arreglaría por sí solo cuando llegara el momento.

Salí de mis pensamientos por el regreso de Carol. Se había puesto un vestido azul-hielo, sobre el que llevaba una capa de armiño.

—¿Por qué no me lo dijiste? —exclamé, poniéndome de pie—. Estoy muy contento y orgulloso de ti, Carol.

Ella me miró, ansiosa.

—Es muy excitante, ¿no te parece, Clive…? ¿No quieres acompañarnos ahora? Tenemos que festejar…

Yo deseaba acompañarlos, pero tenía algo más importante que hacer. De haber estado solos, habría salido con Carol, pero, con Peter, la cosa cambiaba.

—Me uniré a ustedes más tarde, si puedo —dije—. ¿Dónde van a comer?

—En el Derby Brown de Vine Street —dijo Peter—. ¿Demorarás mucho?

—Depende —dije—. De todos modos, si no aparezco, nos encontraremos aquí todos después de comer. ¿De acuerdo?

Carol puso su mano sobre la mía.

—Tienes que venir —dijo—. ¿Verdad que vas a hacer todo lo posible?

Peter se puso de pie.

—Prometí encontrarme a las ocho con mi editor —expliqué. Eran sólo las siete y media—. ¿Te importa que me quede aquí unos minutos? Quiero terminar este trago y hacer unos llamados.

—No… vamos, Peter, no nos metamos en sus asuntos… —Carol me saludó con la mano—. Entonces, ¿te veremos luego? ¿Piensas volver esta noche a Three Point?

—Creo que sí, pero, si se me hace tarde, iré a mi estudio. Aunque quiero empezar mañana a trabajar.

Cuando se fueron me serví otro whisky y tomé la guía del teléfono. Había muchos Marlows en la guía. Después, con una súbita exaltación, vi el nombre de ella. La dirección era una casa en Laurel Canyon Drive. No tenía idea dónde quedaba eso.

Durante varios segundos vacilé, después tomé el teléfono y marqué el número. Oí el continuo zumbido de la campanilla, luego hubo un clic y la sangre empezó a moverse en mí, como la de un inquilino en perspectiva al examinar una casa.

Una mujer —no era Eva— dijo:

—Hola…

—¿La señorita Marlow?

—¿De parte de quién? —la voz parecía desconfiada. Hice una mueca al teléfono.

—Ella no conoce mi nombre.

Hubo una pausa, después la mujer dijo:

—La señorita Marlow pregunta qué desea.

—Dígale a la señorita Marlow que se baje del caballo —dije—. Me han dicho que la llame…

Hubo otra pausa y Eva vino al teléfono.

—Hola —dijo.

—¿Puedo ir a verte? —hablé en voz baja, para que no me reconociera.

—¿Ahora?

—En media hora.

—¿Por qué no? —pareció vacilar—. ¿Te conozco?

Me pareció que aquélla era una conversación diabólica.

—Me conocerás muy pronto —dije, y reí.

Ella también rió. Su voz parecía grata en el teléfono.

—Entonces ven enseguida —dijo, y cortó.

Fue tan sencillo y fácil como eso.

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