Eva

Eva


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—Eso demuestra que no la conoces mejor que yo —contestó la pelirroja—. Hace años que la conozco. Su marido se lama Charle Gibbs. Lo plantó en seco hace siete años. ¡Pobre hijo de puta! Su único defecto era tener un poco de dinero. Eva todavía lo ve de vez en cuando, cuando quiere entrenarse insultando a alguien. ¡Y cómo puede insultar…! —la pelirroja echó hacia atrás la cabeza y rió hasta que tuvo que secarse los ojos, con la manga—. ¡La he oído insultar al pobrecito Charlie! Me ardían las orejas. En lugar de darle una en la boca, él se achica.

Estábamos llegando a algo concreto.

—Háblame un poco de ella.

—No hay nada que decir. Es una puta. ¿Acaso te interesa saber algo de una puta?

—Sí, me interesa. Quiero saber todo lo de Eva…

—Pues no te lo voy a decir …

—Oh, sí, lo harás, porque te regalaré cien dólares si lo haces, y eso es lindo, ¿no te parece?

Su cara se iluminó.

—Te va a costar algo más que eso —dijo, sin mayor convicción.

—No, no es verdad… —saqué un billete de cien dólares del bolsillo y se lo pasé por la nariz—. Cuéntame.

Quiso apoderarse del billete, pero yo fui más rápido.

—Cuando me hayas contado algo: nunca antes. Yo lo guardaré para que puedas verlo y te prometo que te lo daré.

Ella se echó hacia atrás y miró el billete con una avidez tan intensa que quedé asqueado.

—¿Qué quieres saber?

—Todo.

Me lo contó todo y, mientras hablaba, en ningún momento sus ojos se apartaron del billete de cien dólares que yo tenía en la mano.

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