Eva

Eva


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—Bueno, aquí estamos… —dijo, y me pareció un poco avergonzada. Estaba de pie, con la barbilla casi sobre el hombro, apartando el brazo derecho formando una «V» protectora sobre el pecho, la mano izquierda sosteniendo el codo derecho.

Dejé caer la valijita sobre la cama, la agarré de los brazos y apreté un poco. Sus brazos eran agradables, aunque finos. Mis dedos casi los rodeaban.

Permanecimos así unos segundos, después la acerqué hacia mí.

Por un momento ella intentó soltarse, después, lentamente, retiró los brazos que la protegían y me rodeó el cuello.

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