Eva

Eva


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Ella siguió mirándome. La sonrisa seguía en sus labios, pero había desaparecido de sus ojos.

—¿No quieres entrar?

—Quiero ser tu amigo —dije—. Te sacaré la semana próxima; no quiero tratarte como te tratan los otros hombres.

Sus ojos eran helados ahora, pero persistía la sonrisa.

—Ya veo —dijo—. Está bien. Gracias por el almuerzo, Clive.

Para mí aquél fue un momento crucial. Comprendí que estaba desilusionada y enojada porque yo no iba a pagarle por su compañía. Claramente lo leí en sus ojos. Pero si quería continuar en la línea que me había trazado, tarde o temprano tenía que llegar a ese punto. Pese a lo que Eva había dicho cuando entramos en el restaurante, yo estaba decidido a seguir adelante. Yo no iba a ser como Harvey Barrow, que había pagado por la compañía de Eva. Yo era capaz de divertirla; estaba dispuesto a oírla hablar de Jack y de sus dificultades, pero no pensaba darle más dinero.

—Entonces… ¿me telefonearás? —dijo ella.

—Así es. Adiós, Eva, y no llores más.

Ella me volvió la espalda y rápidamente entró en la casa. Volví al coche, encendí un cigarrillo y puse el motor en marcha. Después manejé lentamente recorriendo la calle; al doblar la esquina, vi un hombre que se acercaba. En el primer momento no lo reconocí, después vi los largos brazos, que casi le llegaban hasta la rodilla. Le lancé una rápida mirada al pasar. Era Harvey Barrow.

Me acerqué a la acera y frené. ¿Qué hacía Harvey Barrow en este barrio? Yo lo sabía, claro está, pero me negaba a admitir que iba a visitar a Eva.

Salí del coche y corrí. Al doblar pude ver que se dirigía directamente por Laurel Canyon Drive. Disminuyó la marcha frente a la casa de Eva y pareció vacilar en la puerta.

Tuve ganas de gritarle. Tuve ganas de correr, alcanzarlo y darle una trompada en su cara fea y brutal. En lugar de eso seguí allí, mirando. Él abrió la tranquerita y avanzó rápido por el corto sendero que llevaba a la casa.

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