Europa

Europa


I » La llegada

Página 7 de 62

LA LLEGADA

La primera vez que lo vio, Vanÿek le recordó al abuelo. Parecía un hombre de campo, viejo, aunque no lo era. Llevaba un uniforme. El ejército sólo llamaba a los jóvenes. Asustaba. Nunca ha recordado si el uniforme era de sus compatriotas o del invasor. El abuelo mataba animales a la entrada del bosque; se lo contó papá. Vanÿek, personas.

No volvió a ver a Vanÿek hasta el día que ella y su familia entraron en la ciudad. Llovía. Había pasado mucho tiempo. Años. Tal vez dos. Tal vez tres. El camino desde la estación lo habían hecho a pie, cada uno tirando de una maleta, papá de dos. Pamuk y ella mirándolo todo. Pamuk parecía asustado. Semejaba un cachorro de perro, con todo el pelo mojado y aplastado pegado a la piel. Primero habían recorrido un kilómetro y medio de carretera polvorienta por una pequeña franja de arcén, para acceder a la ciudad desde el sur. Después se habían turnado para sujetar el paraguas por encima de los cuerpos y las cabezas de los demás, pero se habían mojado de todas formas.

Cuando llegaron empezaba a oscurecer. El sol aún no se había puesto, pero en las calles apenas quedaba luz y las farolas permanecían apagadas. Los perfiles de las casas aparecían borrosos, como el contorno de las calles, que estaban llenas de barro, un barro que se introducía en los comercios por las puertas abiertas de par en par. Madre quiso pararse a comprar algo para cenar, pero papá dijo que no, que los esperaban en la pensión, que algo les darían allí. Al día siguiente, Pamuk y él tenían que levantarse temprano para ir a trabajar.

—No quiero depender de unos extraños —respondió la madre, parada bajo el paraguas al lado de papá.

Papá la apretó contra sí y sonrió:

—No son extraños, mujer. Son compatriotas.

—Que vaya Heda —dijo la madre—. Pamuk, coge su maleta y que Heda vaya a esa tienda a comprar. Compra patatas y embutido. Y algo de leche, si hay.

—Pero Heda no sabe dónde queda la pensión —dijo papá.

Heda entregó la maleta a Pamuk.

—La encontraré.

Bajo unos soportales reconoció el cartel luminoso de la cadena de supermercados. La enorme hucha dorada. Corrió hacia ella, sorteando grupos de mujeres que caminaban del brazo. Dentro, el muchacho indio de la caja la miró. Nunca había visto un indio. Después, apartó la vista y reanudó su actividad.

Heda recorrió el pasillo. Reconocía los objetos, pero no los nombres. Los nombres no eran nada, agrupaciones de letras. Los pronunció, esperando que se produjese una señal. Pero nada ocurrió. Dio al cajero los paquetes. Él registró el precio en la máquina y le tendió a Heda una bolsa. Lo guardó todo por sí misma y se marchó.

La lluvia barría las calles. No como en su país. Pesada, cayendo sobre las cosas sin danza, sin poesía, sin vacilación. Era la hora de salida de la fábrica y docenas de trabajadores se precipitaban bajo la lluvia hacia la parada de autobús. Corrió a resguardarse en un soportal. Allí, un hombre fumaba mientras aguardaba que la lluvia amainase. Era Vanÿek.

Lo observó. Él la observó también, aunque no la reconoció. Permaneció allí parado hasta que su cigarrillo se consumió y entonces arrojó la colilla a la lluvia y avanzó golpeando las baldosas hacia ella. Heda se orinó encima. Vio otra vez el suelo y los pedazos de fruta podrida y los jirones de papel. Y la pierna de Vanÿek contra su esternón.

Echó a correr. La plaza se había sumido en la oscuridad. Sólo el gran cartel de Marlboro permanecía iluminado bajo la marquesina. Se dirigió a un anciano que cruzaba la calle y le preguntó en su lengua por la pensión. Pero él la miró sin comprender y siguió andando. Corrió hacia la calle Mayor. Tenía las ropas mojadas, y los calcetines. Y los zapatos le resbalaban. Algunos trabajadores a los que sólo oyó pero no vio se rieron en voz alta desde el interior de algún bar. La calle Sylvester, allí estaba. Los números encima de los portales de las casas. ¿Cuál era el número de la pensión? Veintidós. Veinticuatro. Veintiséis. Treinta. Treinta y dos.

Empujó la puerta.

La zahúrda lóbrega como la boca húmeda de un dios menor la engulló.

Ir a la siguiente página

Report Page