Europa

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PAMUK

Pamuk ha tenido una pesadilla. Al otro lado del biombo, Heda lo oye llorar.

—¿Qué te sucede? —le pregunta.

Se hace el silencio. Después, Pamuk enciende un cigarrillo y ella escucha cómo exhala el humo por la nariz.

—Duérmete —le ordena él—. Voy a prepararme para ir a trabajar.

Se cree duro, un hombre. Algo que no rompieron los bombardeos ni la muerte se ha roto aquí. Algo que no tiene que ver con la fuerza, sino con la voluntad. Con las huelgas. Con Ibbet.

—Dime —le pregunta Heda—. ¿Te ha interrogado la policía a ti también?

Al otro lado del biombo, Pamuk se mueve sobre el jergón.

—Sí.

—¿Qué les has dicho?

Aguarda un instante antes de contestar.

—Nada. Qué les iba a decir. —Después de un rato, añade—: Creen que yo he matado a Vanÿek.

Heda se incorpora. Pregunta:

—¿Por qué?

—Intentó sabotear la huelga —dice Pamuk—. Habló con Schultz y con los otros. Hace tiempo que conocían los nombres de todos. El mío. El de Jean. El de Tobbías. El de Dorian y Mishca. Era un cabrón. Merecía estar muerto.

Heda piensa en que su hermano haya podido ser el asesino de Vanÿek. Es una posibilidad.

Dice:

—Cuando lo encontraron, Vanÿek llevaba encima uno de los bordados de Ibbet.

—¿Cómo sabes eso? ¿Te lo ha dicho Schultz?

No contesta.

—Hace tiempo que no voy a trabajar, Heda —dice Pamuk—. Schultz nos despidió a mí y a otros cuantos hace casi tres semanas. Papá lo sabe. Madre, no. —Al otro lado del biombo, Pamuk añade—: Yo no lo maté, Heda.

Ha acabado de vestirse. Aparta el biombo y cruza la habitación. Dice:

—¿Qué tienes que ver con Schultz, Heda?

Heda lo mira sin comprender.

—No te das cuenta de lo que haces. ¿Tobbías no es suficiente para ti?

Tal vez tenga razón. Se da la vuelta en la cama y contesta:

—Llegarás tarde a la huelga.

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