Europa

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III » La casa

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LA CASA

Está enferma. Tiene fiebre. Le cuesta trabajo respirar.

—Vete a dormir —dice la madre, de pie, frente al fogón—. Luego te llevaré un poco de caldo.

Pamuk regresa del trabajo y entra en la habitación. Le trae algo en un paquete.

—Tobbías me lo ha dado para ti —dice.

—¿Para mí? ¿Por qué? —se extraña Heda.

—¿No quieres saber lo que es?

Ella vuelve la cabeza.

—No. Devuélveselo.

—No pienso devolvérselo —protesta Pamuk.

Se abre paso hacia la puerta a través del biombo improvisado que divide el cuarto en dos. Sale al pasillo. Luego vuelve a entrar de nuevo y arroja el paquete sobre una silla.

—Estás enferma —dice. Luego ríe—. Mañana lo verás de otra manera, ya lo sé.

Duerme durante todo el día y la noche. La fiebre la ha hecho delirar. Ha soñado con Vanÿek. Primero lo ha visto en el tren. Vestido de uniforme y con las ropas de la chica encima de la guerrera. Después lo ha visto en la fábrica, como un obrero más. El señor Schultz lo zarandeaba y ella lo defendía. Luego, el señor Schultz se quitaba el abrigo y se lo daba. Heda lo rechazaba y él permanecía de pie contemplándola, mudo.

El médico ha venido a verla dos veces, se lo ha dicho papá.

—¿Por qué tienes que trabajar para el señor Schultz? —le pregunta Heda.

—¿No te gusta verme allí?

No le gusta, no. No sabía que papá lo supiese. Es un hombre inteligente. Está abatido, ha perdido casi todo su valor. Pero sigue siendo inteligente. Y sigue siendo su padre. Le pasa a Heda la palma de la mano por la frente y le dice:

—Ha enviado unas naranjas para ti.

—No las quiero —dice Heda—. Devuélveselas.

Papá sonríe y sale de la habitación.

A la una, la madre viene a traerle la comida. Se siente capaz de levantarse a comer, pero la madre no quiere. Podría contagiarles su enfermedad. Coloca la bandeja en la mesita de noche y va a servir la comida a papá y a Pamuk. Heda se recuesta contra el cabecero de la cama, un amasijo de hierros oxidados. Aparta las sábanas y se levanta. Las baldosas están frías. Heladas. Sus pies son dos pedazos de carne congelada. Coge el paquete de Tobbías y regresa a la cama con él. Lo abre. Se trata de un libro. Un libro de poemas de uno de los poetas de su país. Conoce perfectamente el libro, ya lo ha leído. Hay una dedicatoria. «Para una bella chica, un bello libro».

Papá entra en la habitación con una cesta. Dentro están las naranjas del señor Schultz.

—Huele —le dice—. Es como estar de nuevo en casa.

Heda guarda el libro y huele la naranja que le ofrece papá. Huele muy bien.

—¿Crees que volveremos alguna vez, papá?

Hay armisticios. Sabe que en otros países ocupados ha sucedido lo mismo. La amnistía, por ejemplo, el perdón general. Papá baja la cabeza.

—El señor Schultz es un buen hombre —dice sonriendo a Heda.

Luego añade, mirando las naranjas de la cesta:

—Tiene grandes deseos de aprender.

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