Europa

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III » El tren

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EL TREN

Desde el suelo, oye cómo el soldado canta. Un momento antes todavía era la vida. Ahora, la chica muerta va colgando detrás de él. Golpeando la tierra con los brazos, la cabeza, mientras él tira de ella como de una muñeca. Los dedos arrastrando por el suelo las hojas muertas. El cabello enmarañándose entre la maleza. Unos momentos antes habían abandonado juntas el vagón. Unos momentos antes, en el campus de la universidad, con su suelo recubierto de césped, era todavía la vida.

Ya no es la vida. Aunque tampoco está muerta, como la chica. Le duelen los riñones. Tiene frío. Está viva. Pero desde el suelo, junto al tocón, ve cómo las cosas deformadas dejan de parecerse a la vida. Más adelante, verá cómo la vida se va deformando poco a poco, cada vez más, para parecerse a la vida, sin lograrlo. La vida ya nunca se parecería a la vida.

En el apeadero, el crepúsculo barre las sombras con fuego. Las sirenas, en la distancia, suenan como relinchos de caballo. Como proverbios. Como si el futuro estuviera contenido en ellos. Feos. Carentes de porvenir. Ve al soldado de cara arrugada, picada de viruela, arrastrar a la chica encima del tocón. Le duelen los riñones, tiene frío. Lo ve apartarle el pelo de la cara y luego cortar con la navaja los trozos de piel. Lo ve depositar los trozos de piel alrededor de la cara. Chorreando sangre. Exhalando vaho. Como una máscara de la Antigüedad. El tórax de ella curvado encima del tocón. La niebla inflamada por la luz de las hogueras entrando por su boca abierta y por los orificios secos de su nariz. Ve cómo el soldado se estira, se despereza. Cómo, entumecido por el frío del amanecer y el esfuerzo, mira el reloj. Tal vez esté cansado, piensa Heda. Ha pasado la noche con la chica, no ha parado. Heda lo ha oído mientras pensaba en morir, en golpearse la cabeza contra el árbol donde la han atado. Y cuando se ha dado cuenta de que sería incapaz, ha pensado en un error que desviase el fuego de mortero de unos pocos kilómetros al norte más acá, hacia la vía del tren. Pero el soldado se vuelve ahora hacia ella y sonríe. Y Heda se orina encima y cierra los ojos para no mirarlo.

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