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IV » Papá

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PAPÁ

Hoy tampoco ha ido a trabajar. Quiere quedarse a cuidar de papá. Aunque la madre no lo apruebe. Tienes que conservar tu trabajo por lo que pueda pasar, le dice. Por lo que pueda pasar. Heda se sienta en el borde de la cama junto a papá, y lee para él. No el libro del ermitaño, sino algo hermoso, esperanzador. Papá se duerme. Se queda dormido enseguida. Duerme todo el día. Heda, a veces, sube el tono de voz para que papá despierte. Al estar acostado tanto tiempo, en posición horizontal, se intoxica con su propia respiración. Eso dice el doctor. Ella lo mira y siente culpa, miedo. Todo este tiempo preocupada por su insignificante corazón, mientras el de papá se ha roto de verdad.

Schultz llama desde la fábrica a última hora de la mañana.

—¿Cómo está su padre? —le pregunta.

—Mal.

Se hace un silencio.

—No debe desesperar —dice Schultz. No sabe qué decir. Intenta resultar reconfortante, pero suena ficticio—. Su padre se recuperará. Es un hombre fuerte.

No, no lo es, piensa Heda. Pero él no lo puede saber. Él no tiene la culpa, en realidad.

—Sí. Esperemos que sí.

Heda aguarda un instante a que Schultz diga algo más para colgar.

—¿Necesitan alguna cosa? —pregunta Schultz—. Si necesitan algo, hágamelo saber.

—Gracias por la medicina —dice Heda.

—Volveré a enviarle más. Y no se preocupe por el trabajo. Vuelva cuando pueda. Con la huelga, aquí no hay mucho que hacer.

Su voz ha sonado sincera. Blanda. Le da pena.

A media mañana, el teléfono suena otra vez. Heda se apresura a responder, piensa que tal vez pueda ser Schultz de nuevo, aunque no sabe por qué.

Es Tobbías.

Se aparta un poco para hablar. Tobbías está en el trabajo. La invita a ir al cine.

—No puedo —dice ella después de un rato.

—¿Por qué?

Le dice que está cuidando de papá. Él no insiste. Cuelga el teléfono y permanece un instante con la mano sobre él. Luego vuelve a descolgar y marca el número de la fábrica donde trabaja Tobbías. Pide a la operadora que la ponga en comunicación con él. La operadora no responde, pero obedece. Puede imaginarla, puede sentir su curiosidad. Tobbías contesta al teléfono un instante después.

—Sí.

—Soy yo.

—Me alegro de oír tu voz otra vez.

—No tengo ganas de ir al cine —dice ella—, pero podemos vernos. Iré a tu casa.

Tobbías tarda un instante en contestar.

—No quiero que hagas nada que no quieras hacer.

—Estaré allí a las seis.

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