Europa

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Primera Parte: Edad de Formación » 3. El cristianismo

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El ansia humana de saber y de felicidad, si bien no puede satisfacerse plenamente en la vida, atestigua, junto con la memoria, el entendimiento y la voluntad, la creación del hombre a imagen de Dios, aun si con la deformidad del pecado. El mundo, creación divina, es bueno, y Dios no causa el mal, solo lo permite y puede transformarlo en bien. También elaboró Agustín más a fondo la idea del Dios uno y trino, o la concepción virginal de María y su santidad: Dios nació de una mujer. La Iglesia es santa aun si incluye a malvados. Nadie se salva sin Cristo y «la reconciliación con Dios es universal, ya que Dios murió por todos los hombres»; de ahí el fervor misionero cristiano. La gracia, don gratuito divino que facilita hacer el bien, no se opone al libre albedrío, pues este «no sucumbe porque es ayudado, sino que es ayudado para que no sucumba».

La concepción agustiniana busca salvar al creyente de la desesperación y de la soberbia, pero no llega a conciliar la gracia con la libertad, o la predilección gratuita de Dios por algunos hombres y el amor divino a toda la humanidad. Rechazaba la tesis de Orígenes de que, al final de los tiempos, pecadores y no pecadores volverán unirse en Dios (

apocatástasis), dado que el castigo eterno por los pecados chocaría con la infinita misericordia divina. Según Agustín, el castigo será eterno (concepto extraño, pues en su opinión el tiempo aparece con el mundo, por lo que la eternidad negaría el tiempo); y sentó bases para la doctrina de la predestinación: unas almas están predestinadas a la condenación, otras a la salvación. Estas ideas moldearon la filosofía cristiana, darían pie a controversias y tendrían enorme repercusión histórica en la gran escisión protestante del siglo XVI, decisiva en la historia posterior de Europa. De paso, la impronta cultural grecolatina aumentaría la distancia del cristianismo con respecto al judaísmo.

San Agustín vivió a caballo entre los siglos IV y V, en los últimos tiempos del imperio. Fue el mayor de una serie de intelectuales católicos, polemistas y padres de la Iglesia. Otros dos muy destacados durante la segunda mitad del siglo IV fueron Ambrosio, obispo de Milán, y el papa Dámaso. Este, de origen hispano, se identificó con Roma, tratando de convertir a la ciudad en sede primada de la Iglesia, como sede de San Pedro y en rivalidad con Constantinopla, donde residía el mayor poder político. Oficializó el latín en la Iglesia e hizo traducir la Biblia a esta lengua (Vulgata) por su secretario Jerónimo. Ambrosio, consejero de emperadores, condenó algunas atrocidades estatales, como la matanza de Salónica en represalia por una revuelta. Pero no vaciló en usar el poder para llevar hasta el final su batalla contra el politeísmo, promovió la intimidación contra judíos y paganos, la destrucción de sus templos y amparó atrocidades de cristianos fanáticos. Intentó imponer cierta forma de clerocracia: el emperador estaría «a las órdenes de Dios», como los ciudadanos a las del emperador; y la Iglesia ostentaría un poder superior al de los estados del mundo, concepción susceptible de borrar la separación entre poder espiritual y poder político. No obstante, la identificación de la Iglesia con el imperio tendría un límite, que permitiría a la primera sobrevivir al segundo. La oficialización del cristianismo supuso una transformación profunda, una verdadera revolución cultural en lo más íntimo de la civilización romana, que abandonaba a sus viejos dioses. Pero aunque tuvo aspectos destructivos, en conjunto no lo fue, por cuanto recogía y trataba de adaptar gran parte de la herencia latina y el racionalismo griego. A la particularidad de la relativa diferenciación entre política y religión, con sus conflictos, se añadía la dialéctica de choque/entendimiento entre razón y fe. Esta doble tensión entre poder político y espiritual y entre razón y fe generaría la extraordinaria inquietud intelectual y filosófica propia de la civilización europea hasta hoy. La historia de Europa es, en gran medida, la historia de esas tensiones.

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