Europa

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Cuarta parte Edad de Expansión » 24. Nuevo orden europeo y despotismo ilustrado

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Por lo que respecta a España, desde la Guerra de Sucesión fue superando con rapidez su lastimosa decadencia política, económica y militar entre mediados del siglo XVII y principios del XVIII. Había logrado retener su gran Imperio de América y el Pacífico, ampliándolo constantemente por el suroeste de Usa y continuando sus exploraciones hasta el norte de Canadá y Alaska, donde se encontró con los avances rusos e ingleses. Imperio guarnecido por una flota que de nuevo volvía a encontrarse entre las mejores, capaz de ocasionar reveses parciales a la inglesa (el episodio de Cartagena de Indias se decidió en tierra), alguno tan grave como la captura en 1780, por el almirante Luis de Córdova, de un convoy de 55 navíos ingleses y tres fragatas, que portaban tropas y pertrechos más gruesas sumas de dinero, provocando una crisis financiera en Londres. Asimismo, España recuperó Menorca en 1782, aunque no logró hacerlo con Gibraltar. Varias de estas acciones se realizaron con cooperación de la marina francesa.

España imitó el absolutismo francés, lo que se tradujo en una mayor racionalización del Estado, mejoras administrativas y más ganancias que pérdidas en guerras poco costosas en hombres, al librarse casi todas en el exterior y en combates navales. La población aumentó y la riqueza general también, beneficiando sobre todo a la periferia mientras el centro se estancaba. No obstante, la creatividad cultural mermó y perdió originalidad por comparación con el Siglo de Oro, con la excepción genial de Goya en pintura y aun manteniendo un nivel apreciable en música, literatura y artes en general. Y tampoco alcanzó los niveles de la Ilustración en otros países. Hubo actividad científica significativa, aunque modesta, en botánica, minería, geografía o química; pero la universidad se anquilosó y la enseñanza recibió un rudo golpe con la expulsión de los jesuitas bajo Carlos III. Se crearon la Academia de la Lengua y otras, a imitación de Francia, pero no una academia científica como las de Rusia, Prusia, no digamos de Francia o Inglaterra. En esa falta radicó probablemente la mayor debilidad del país, que aún se acentuaría en el siglo XIX.

La experiencia de anarquía e impotencia de los estados con dispersión del poder entre grupos oligárquicos, como el Sacro Imperio o la confederación polaco-lituana, parecía demostrar la conveniencia del absolutismo. Sin embargo no pasaba lo mismo en Inglaterra, donde las oligarquías, agrupadas y repartidas en el Parlamento, aseguraban una racionalidad y unidad del poder no menor que en las monarquías absolutas. La lucha a veces sangrienta entre los parlamentarios y los impulsos absolutistas del rey se habían decantado a favor del Parlamento, aun persistiendo cierta tensión entre ambos durante el siglo XVIII. No eran los reyes, que recibían todos los respetos formales, sino los primeros ministros de los partidos

whig y

tory (liberal y conservador, más o menos) quienes ejercían realmente el poder, aunque en el siglo XVIII lo monopolizaran prácticamente los

whigs. La razón de esta eficiencia inusual se encuentra quizá en el recuerdo de la guerra civil, disuasorio de radicalismos, y en la aguda conciencia de unos intereses comunes acentuados por el carácter isleño, menos expuesto a invasiones que los estados continentales, y muy volcado en empresas exteriores. De hecho, los parlamentos ingleses solían ser más belicosos que los monarcas.

Desde el siglo XIII, Londres había intentado someter a Escocia por todos los medios, invasiones, intentos matrimoniales y ataques parciales. La unión final, combinando la amenaza de cortar a los escoceses su comercio exterior con el soborno a diversos oligarcas, se logró por fin en 1707 (aunque subsistían las leyes escocesas). El estado pasó a llamarse Gran Bretaña, por ocupar toda la isla, y al terminar el siglo fue admitida Irlanda (dominada por Inglaterra de mucho tiempo atrás), con lo que la denominación oficial sería «Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda», o simplemente Reino Unido. No obstante el predominio nacional inglés en población, riqueza, idioma, cultura y poder político era tan abrumador y modelador sobre todos los demás, que podría seguir llamándose Inglaterra al conjunto.

Otro rasgo de la oligarquía inglesa fue un enfoque de la política, incluso de la vida en general, aún más economicista que en el continente. Una de sus manifestaciones menos «dulces» fue la «limpieza de las Highlands» (

Highland clearances), para «mejorar la economía». La mejora o limpieza consistió en expulsar

manu militari a gran parte de los habitantes asentados allí desde muchos siglos atrás, quemando las aldeas o masacrando a los resistentes, para dedicar la tierra a pastos ovinos. Era una reedición de las

enclosures, que también en Inglaterra había expulsado a miles de campesinos de las tierras comunales, condenándolos a la miseria. Las Highlands o Tierras Altas, eran mayoritariamente católicas y escenario de varias rebeliones

jacobitas aplastadas sin clemencia: los jacobitas eran partidarios de la dinastía Estuardo, católica, excluida por la Revolución Gloriosa de 1688.

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