Europa

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V » La casa

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Pamuk zarandea el brazo de Ibbet, que está sentada a su lado, y sonríe. Ella sonríe también. Lleva un lazo amarillo en la cabeza. Pamuk lo toca todo el tiempo, haciendo sonreír constantemente a Ibbet. Sigue siendo la muchacha tímida de siempre, pero ahora se deja ver más a menudo, siempre al resguardo de Pamuk. Se han hecho novios. Heda envidia la ingenuidad de Ibbet. Envidia el amor de Ibbet, que se aferra al brazo de Pamuk como si fuese el hombre más alto del mundo. Le gustaría ser como ella. Pero no puede. Apenas puede mirar a los ojos de su hermano cuando está con él. Tobbías lo nota. La toma de la mano, la besa. Habría podido casarse con él, piensa. O con otro igual que él. En otro tiempo. No ahora. No allí.

Papá se encuentra mejor y se ha levantado de la cama. Ha puesto en el tocadiscos una canción de su país. Algo sentimental, vagamente melancólico. Acordes breves y desgarrados. Con quiebros exacerbados. Nostálgicos. Algo casi doloroso. Femenino. Infantil. Es como si hubiera vuelto a ser un niño. Protesta. Se enfurruña. Bromea con las cosas de la casa y hace perder la paciencia a la madre.

Ahora intenta sacarla a bailar, pero la madre lo rechaza y lo obliga a sentarse. Sin embargo, papá no quiere estarse quieto. Prueba con Ibbet. Ibbet se ruboriza y se escuda detrás de Pamuk. Heda se levanta y baila con él. La madre para la música y hace que papá se siente a la mesa de la cocina, y le sirve un poco de sopa y una naranja de las que envía el señor Schultz.

Heda mira sus hombros, mal dibujados bajo la bata a cuadros, más estrechos que nunca, subiendo y bajando, contra la luz.

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