Europa

Europa


V » La fábrica

Página 57 de 62

L

A

F

Á

B

R

I

C

A

Nadie sube ni baja durante el trayecto en autobús. Dormita con la cabeza apoyada en el cristal. Los campos se suceden. Almacenes. Maquinaria de labranza. Le gustaría bajarse. No tener que ir a trabajar. No tener que hacer nada. Dormir.

Hay coches de la policía aparcados a la entrada de la fábrica. Gente con pancartas. Silenciosos aún, con las cabezas bajas. Es temprano. Heda da un rodeo y accede a la oficina por la parte de atrás. No hay nadie allí. Se sienta en el mismo lugar donde Schultz la besó. Aguarda. Hace frío. Ha olvidado la bufanda y los guantes. Le duelen las manos.

Cuando suena la sirena, se levanta y entra en la oficina. Mientras cruza la pasarela ve la silueta de Rachel tras el cristal, de pie. Hay dos hombres con ella. Un policía uniformado y un hombre de paisano con sombrero. Son los policías que vio salir aquel día del despacho de Schultz. Están esperando junto al escritorio de Heda.

—Buenos días —dicen cuando ella entra.

—Buenos días —repite Rachel. Aún no ha empezado a trabajar. Está aguardando a que Heda se quite el abrigo, que comience el interrogatorio, que la saquen esposada de allí.

El policía del sombrero saca algo del bolsillo y se lo muestra. Es una fotografía. De un hombre. Tiene la cara picada de viruelas.

—¿Lo conoce? —le pregunta.

—No —dice ella.

—Mírelo bien.

Heda obedece. Coge la fotografía y la vuelve a mirar. Es Vanÿek. Lo sabe. Ha visto su cara demasiadas veces en las últimas semanas. En los periódicos. En la televisión. En cada hombre y mujer.

—Es Vanÿek —dice devolviéndole la fotografía al agente—. Trabajaba aquí.

El policía uniformado se adelanta.

—¿Era amigo de su familia? —le pregunta.

Heda contesta:

—No.

—¿Lo había visto alguna vez fuera de aquí? ¿En la cantina? ¿En el pueblo?

—No.

—¿Está segura? —insiste el del sombrero—. No mienta. Sabemos que su hermano y él discutieron. Que Vanÿek lo delató y por eso lo despidieron.

Heda los mira a los dos. Pamuk, despedido.

—No sé nada de eso —dice Heda.

¿Dónde está Schultz?, se pregunta. ¿Por qué no está allí?

—Su padre ha venido a vernos —dice el policía del sombrero adelantándose, algo más cortés—. Se ha confesado el asesino de Vanÿek.

Heda se siente desfallecer.

—Eso no es verdad —dice—. Mi padre está enfermo.

—Seguramente lo está —dice el oficial—. Pero debemos seguir investigando.

Revuelve en el bolsillo de su abrigo y saca una bolsa de plástico con algo en su interior. Es una pequeña flor bordada prendida de un alfiler. Como la flor que hizo para ella Ibbet.

—¿Es suyo? —le pregunta.

Ella sabe que no lo es. El suyo está metido un cajón de la mesilla, junto a sus horquillas y revistas. ¿Cómo ha podido llegar hasta la policía uno de los alfileres de Ibbet?

—¿Dónde lo han encontrado? —pregunta Rachel.

Los dos policías se vuelven a mirarla con desgana. Contestan:

—Lo llevaba el muerto en un bolsillo.

—No lo he visto en mi vida —dice Heda.

Toman sus datos. Apuntan su dirección en una libreta. Rachel los acompaña hasta la salida con una mueca de preocupación.

Ir a la siguiente página

Report Page