Europa

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I » Pamuk

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La casa de la calle Sylvester es húmeda y marrón. No hay nada en ella que se pueda llamar decorativo. No hay nada superfluo, gratuito, de más. En cambio, hay muchas cosas de menos. No hay papel en las paredes, por ejemplo, no hay lavadora, no hay lámparas cubriendo las bombillas, no hay calefacción. Heda lava a mano los pantalones de su hermano, la ropa interior de su madre y la de ella, las camisas de papá. Luego sube a tender a la azotea, donde ondean las coladas de los otros habitantes de la casa, expatriados como ellos. Se sienta y las contempla. Es como ir a bordo de una nave. Una nave de los locos que surcara aguas internacionales, en las que brilla un sol incomprensible. Las ropas se inflaman al viento como banderas, banderas con mangas y cuellos, y botones arrancados, con lazos raídos y agujeros, con remiendos. Banderas de rendición incondicional. Se supone que debería sentirse a gusto allí, entre sus compatriotas. Pero no. Se pone la mano ante los ojos, como una visera, el sol atraviesa las pancartas, las antenas de televisión, el fantasmagórico velamen de la nave de los locos de la calle Sylvester, y le hiere las pupilas con su luz de sol enfermizo del norte, que no parece un sol.

Su madre grita desde la escalera que es la hora de cenar. Al rato, Pamuk abre la puerta de la azotea y sonríe arrugando los ojos, deslumbrado por la luz.

—¿Qué haces aquí? —le pregunta.

—¿No lo ves? —dice ella—. He subido a tender. ¿Adónde vas?

Él lleva puesto su mejor jersey. Es uno de punto de lana en color rojo que compró en una tienda de su país. Parece mentira. Parece imposible que fuese adquirido allí, hace una eternidad. Parece mentira y, aun así, conserva aquí toda su consistencia, su realidad. Quisiera tocarlo para cerciorarse de que no está soñando con el jersey, de que se trata de un jersey de verdad. Pero hace días que Pamuk la pone enferma. No se siente inclinada a manifestarle su afecto, no quiere tocarlo o estar cerca de él. Para qué. Él. El culpable de que tuvieran que huir.

—¿Por qué no vienes conmigo a la taberna? —le pregunta a Heda.

—No —dice ella. Se acerca al borde de la azotea y se asoma por encima del pretil. Es agradable mirar las cosas desde allí. Parecen pequeñas e inofensivas, tan insignificantes como ellos—. No tengo ganas —dice riendo, aunque no tiene ganas de reír.

Pamuk empuja una lata arrugada de Coca-Cola con el pie. Sonríe:

—¿No tienes compasión por tus compatriotas?

Pamuk, el pequeño ciempiés, sorteando los obstáculos de la pista de atletismo del colegio, el chico más veloz del pueblo. Pamuk, que mojaba las sábanas por la noche, Pamuk el idealista que no había tenido ocasión de hacerse mayor.

—Pamuk —dice Heda, volviéndose hacia él. Apoya los dos codos en el borde de la cornisa y mira por encima de su hermano, a los tejados más allá—, no puedo perder el tiempo con ésos. Tengo mucho que hacer. También tú deberías buscar algo que hacer.

—Ya lo hago —dice él—. Trabajo en la fábrica. Es un buen trabajo.

—Tú podrías hacer algo mejor.

Pamuk le da una patada a la lata y la manda lejos.

—Tú podrías hacer algo mejor —contesta—. Yo ya tengo bastante con lo que hago. En cambio, tú no. En la ciudad he visto muchas chicas de nuestro país trabajando en tiendas. Como Ibbet. Tú podrías trabajar en una tienda como Ibbet.

—Yo no he estudiado para trabajar en una tienda.

—No te pongas de mal humor —dice Pamuk. Odia estar de mal humor. No quiere que nadie lo esté. De pronto, saca algo del bolsillo y se lo da. Dice—: Toma. Ibbet lo ha bordado para ti.

—¿Qué es? —dice ella.

Es un alfiler. Un corazón de tela con una flor bordada dentro de él.

—Tienes que conocer a Tobbías —dice Pamuk.

—¿Quién es Tobbías?

—El hermano de Ibbet.

—No.

—¿Es porque no fue a la universidad? ¿Porque no estudió Ciencias Políticas?

De un salto, Pamuk se apoya sobre las dos manos y se pone a caminar boca abajo. Después vuelve a incorporarse. Se ríe.

—¿De verdad te importa tanto lo que la gente es? Mira madre, no estudió. Y papá…

—No hables mal de papá —lo interrumpe ella.

Se aleja de la cornisa y camina hacia su hermano. Le gustaría abrazarlo, pero no lo hace.

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