Europa

Europa


I » Vanÿek

Página 15 de 62

V

A

N

Ÿ

E

K

Vanÿek y ella viajan a veces en el mismo autobús. Él sube unas pocas paradas después. Sonríe al pasar junto a otras muchachas como ella. No porque las conozca. Algunas le muestran desprecio y vuelven la cara, pero otras se dejan seducir por las muestras de cortesía civilizada que exhibe Vanÿek aquí.

Cuando llegan al pueblo, Vanÿek se baja el primero y se acoda junto a la marquesina a fumar. Mirando a la gente pasar. Saluda a otros obreros como él. Sonríe a más muchachas que van a hacer la compra o a trabajar en la ciudad. Al fin, siempre hay algún viejo que lo invita a beber. Hasta ahora, siempre había logrado escapar de él.

Pero hoy no. En la fábrica del señor Schultz se ha celebrado una asamblea. Los dueños de las otras fábricas las han celebrado también. Quieren informar a los obreros de lo que piensan sobre la huelga. De lo que les puede pasar si se dejan seducir por los sindicatos y sus proclamas perversas. De los males que les puede acarrear. Han terminado pronto de trabajar y Knopf y Vanÿek han esquivado la vigilancia del jefe para beber. Hoy tienen hambre.

Vanÿek no esperaba encontrarse con nadie, pero había una muchacha en el autobús. Dejó pasar su parada y cuando ella se apeó en la suya, la siguió. Era la hora de salida de las otras fábricas. Tenía unas piernas bonitas. Y las tetas. Grandes, redondas. Se adivinaban debajo de la blusa. Atajó por detrás del mercado y la esperó en la plaza, una pierna apoyada contra la pared, y los brazos cruzados sobre el pecho.

Heda apareció en la plaza por el lado opuesto. Él la miró. No importaba quién fuera, pero Knopf había hablado esa tarde con nostalgia de otros tiempos, de las tardes de holganza en el campo, del verano, de tumbarse al sol, de mujeres. Debió de ser eso. Se apartó de la marquesina y la siguió. Cuando salió del callejón, junto al molino de viento, allí estaba. Era joven. Bonita. Qué más daba. Apretó el paso. Apuró el cigarrillo y arrojó la colilla más allá. La alcanzó en el paso a nivel, mientras el tren pasaba.

Heda sintió que había alguien detrás. El corazón le latía a toda velocidad. Notaba su aliento en el cuello. Cuando el tren acabó de pasar y se levantó la baliza se apresuró hacia la estación. Allí habría gente. El bolso se le cayó, y cuando se agachó para recogerlo, él se detuvo. Le dio miedo. Pensó en Vanÿek. Cerca había unos escombros. Cogió dos piedras grandes y se las guardó. Pesaban demasiado, no la dejaban moverse con libertad. Pero ya no las podía tirar. Él se había acercado demasiado y la vería. Y entonces se daría cuenta de quién era. De que sabía quién era él.

Aceleró el paso. Lo sentía detrás. Oía sus pisadas hundiéndose en los charcos, como las de ella. Empezó a correr. Primero despacio, fingiendo que tenía prisa por llegar a alguna parte. Y después, deprisa. Hasta que la carrera se hizo desesperada y Vanÿek también corrió.

La acera se terminó. El barro del solar se hizo denso. Apenas se podía avanzar. Él hubiera preferido no haber bebido tanto con Knopf, ahora apenas podía respirar. Maldita zorra, pensó. Se impulsó con el poco calor que el alcohol había acumulado en su cuerpo, y en dos zancadas la alcanzó.

Ella sacó una mano del bolsillo y la levantó contra él. Vanÿek vio la piedra y se rió. Le dio una bofetada tan fuerte que resonó en el solar vacío. Le quitó la piedra y la arrojó lejos de allí. Heda la oyó caer. Con la misma mano, tiró de las solapas del abrigo y se lo abrió. Ella lo miró aterrorizada. Eso le gustaba. Estaba azul. Tiró un poco de la blusa sin abrirla del todo, hacía frío, y apartó el sujetador. Tocó sus pechos con las puntas de los dedos, eran suaves, como había imaginado, pellizcó los pezones, acercó sus labios y la besó.

Heda no gritó, como la otra vez. Una náusea se precipitó hacia su garganta. Vio la mano de Vanÿek dirigirse a la bragueta. Buscó en el bolsillo. No estaba la piedra. Buscó en el otro. Allí sí. Apretó los dedos alrededor de ella, mientras él se sacaba un pequeño miembro negro y duro y le desabrochaba la falda.

La piedra golpeó la cabeza de Vanÿek una vez. Luego otra más. Sonó un chasquido y del cráneo comenzó a brotar la sangre. Caliente. Los brazos y las piernas de Vanÿek se hicieron hilachas de lana y cayó al suelo.

Una bandada de pájaros negros y ruidosos surcó el cielo rojo hacia el sur.

Ir a la siguiente página

Report Page