Europa

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II » Muerte

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Es temprano. La lluvia golpea monótonamente sobre el ventanal averiado. Durante un rato piensa que es su corazón. Se da la vuelta en el colchón. No tiene que preocuparse por su corazón. No tiene que pensar en él. No aquí. En su país, cuando el sueño no conseguía vencerla, se preocupaba. Se levantaba a orinar. La niña que era tomaba leche a oscuras, la cocina iluminada por la luz de la nevera. A veces estudiaba. Si miraba por la ventana veía la montaña conocida. El pueblo conocido. Odiado. La niña que era entonces se preguntaba cuándo se iría de allí. Del pueblo pequeño. Del anonimato.

Si el viento sigue entrando a través de la ventana van a enfermar. Debería decírselo a papá. Pero ¿qué puede hacer papá? Aquí no es nadie. Aquí nadie sabe de él. Del autor teatral. Del creador de

La ofensa y

La especulación. Todos aquellos profesores hablando de él en sus clases. Su foto en la biblioteca de la universidad. Y sus libros.

La ofensa. La especulación. Caminar juntos del brazo por el campus. Que todos la vieran con él. Y en cambio, papá malgastando la vida en el pequeño pueblo. Dando de comer a las gallinas. Administrando justicia en el insignificante tribunal. Cuánto había rezado para que bombardearan el pueblo. Las tripas del perro

Tarkjo por el suelo.

Oye quejarse a Pamuk al otro lado del biombo. Está soñando. Tal vez con el soldado. El estiércol del establo esparcido sobre la tierra negra levantada donde lo enterraron. Lo despedirán de la fábrica cuando se descubra lo de Vanÿek. Lo encontrarán. Acabarán encontrando a Vanÿek y a ella la encarcelarán. A papá no lo dejarán ejercer. La madre no lo soportará. Enfermará de vergüenza. Nadie se acordará de ellos o los reclamará.

Aparta las sábanas. Es hora de levantarse. Hace frío. Aquí el sol es tan tibio que parece un extraño fenómeno meteorológico. Una nube de gas. Un rescoldo. Retira la cortina y abre el postigo del ventanal. Está roto. Se ha desprendido y hace que el viento cortante se filtre a través de él. La madre dirá que hay que decírselo al señor Schultz. Pero papá querrá arreglarlo él mismo para evitarle al señor Schultz las molestias. El ruido es insoportable, no sabe cómo Pamuk puede dormir.

Se acerca a la cama de su hermano. Duerme como un niño. Registra los bolsillos de su abrigo. Un billete de autobús. El periódico de ayer. Examina las noticias. Nada.

Piensa en la posibilidad de acudir a la policía y contar la verdad. Tal vez la prisión no sea tan mala. O quizá no fuese a prisión. A lo mejor los obligarían a volver a su país. No. Eso no. La madre se moriría.

Ya nunca saldrían de allí.

Sacude el hombro de su hermano. Quisiera poder acurrucarse junto a él. Contarle que ella también ha matado.

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