Europa

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II » El tren

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Los soldados pasaron pidiendo la documentación. Tras las ventanillas, en el negro horizonte, hogueras humeantes hacían brillar la oscuridad. Algunas mujeres fueron obligadas a levantarse de sus asientos y a abandonar el vagón. Ella también.

Las condujeron a un barracón de madera no lejos de las vías. Cuatro mujeres, dos mayores, una anciana. Había también una chica de su edad. La caseta servía como apeadero para mercancías ligeras. Había un escritorio desvencijado al fondo. Un flexo encendido sobre él. Dos sillas. Una estantería de madera con revistas polvorientas de agricultura y comercio. Los soldados las dejaron allí y se marcharon. Las mujeres guardaron silencio y se miraron entre sí. Durante mucho rato no se dijeron nada. A través de la ventana, bajo la luz de las farolas, se veía el tren detenido un poco más allá. A los soldados pasar, hablando en su idioma. Luego, una de las mujeres mayores se sentó en una de las dos sillas y habló. Dijo que como no viniera alguien enseguida se iba a marchar de allí. Todas pensaban lo mismo. Pero ninguna se movió. Al final, la mujer mayor se puso en pie y salió sin decir nada del barracón. Pasaron los minutos. Fuera había oscurecido completamente. Primero se oyó un chasquido. Una especie de percusión. Y luego, tras un destello, el tiro. Siguieron varias ráfagas de disparos. Algunos gritos. Pisadas apresuradas internándose en el bosque.

Las cuatro mujeres se acercaron entre sí. Unas botas golpearon la tarima de entrada al barracón. El primer soldado se llevó a la anciana y a la mujer mayor. Quedaron la chica y ella. Hasta ese momento no había oído su voz. Sin embargo, cuando más tarde comenzaron los gritos, ya no paró de oírla. Durante toda la noche. No la olvidaría jamás, en toda su vida. Esa voz. Aún se despierta por las noches oyéndola.

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