Europa

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III » Europa

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Él comprará cortinas para el cuarto de la pensión. El rótulo luminoso no los dejará dormir. Europa. Que estupidez. Unas cortinas para proteger su intimidad. Una violación continuada y muerta. Él dormirá en ocasiones después de hacer el amor, mientras abraza su espalda. Mientras sus manos se enlazan sobre el regazo de ella. Y ella sentirá deseos de huir. Dormirá plácidamente. Su cuerpo caliente buscará el de Heda como el cuerpo de un recién nacido busca a la madre. O como el de un marido busca a la mujer. Ella, a veces, sentirá ternura; otras, ganas de vomitar. El pelo de él olerá a sudor. Las sábanas, a polvo y a sosa. Afuera, el viento golpeará los postigos de las ventanas y hará oscilar el cartel luminoso de la pensión. Europa. Óxido. Luz de neón. El zumbido eléctrico bajo la constante lluvia. Sentirá tanto odio agolpado en el pecho que le costará respirar. La bota en la mañana que aplastó el cuerpo de la estudiante no se habrá marchado aún de allí. De su memoria. De su esternón. La ropa seguirá manchada de grasa. El pelo enmarañado. Los muslos olerán a la misma secreción.

—Intenta dormir —dirá él—. Cierra los ojos.

Con los ojos cerrados volverá a soñar con él. Con el soldado. Con ellos abiertos, lo verá a él. A él lo podrá manejar. Él será como una mujer. Suave. Caliente. Su sexo será aterciopelado y bueno. Generoso. Penetrará en ella como un cuchillo en la cera. Lentamente. Mientras los ojos la estudien. Mientras investiguen en su cara la evolución del placer. Sonreirá. Gemirá. Volteará su rostro cuando ella no lo mire. Cuando la penetre y ella aparte los ojos porque será lo que más lo hiera a él. Y para que no la vea llorar. Y él se morderá los labios. Atrapará sus manos y las aprisionará entre las suyas, y se sentará sobre ella y apretará los muslos en torno a sus caderas y ella se retorcerá y se abrazará a él.

—Quisiera que vinieses a donde nací —dirá cerca de su oído—. Es una tierra muy bella.

Ella pensará que ya conoce esa tierra. Es la tierra de todos. La tierra de la niñez. La misma insultante tierra donde todos juegan y se besan y buscan a sus madres y se sacuden y aprietan unos contra los otros en busca del recién descubierto placer. Apartará el brazo de él de su esternón. Le dirá:

—Tengo hambre.

Él se levantará. Abandonará el calor de la cama. Buscará algo en la nevera y luego sacará algo del aparador. Hará frío. Detestará sentir el frío cuando él se vaya. Él regresará con un vaso de leche y pan.

—Déjame cuidar de ti —dirá apartando la sábana.

—Debería haberme ido ya —dirá ella—. Debería odiarte. Te odio.

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