Europa

Europa


III » El soldado

Página 33 de 62

E

L

S

O

L

D

A

D

O

Un día Pamuk trajo a casa a un soldado. Un extranjero. Estaba medio moribundo. Papá quiso avisar al médico del pueblo. La madre se lo impidió. Lo obligó a prometer que no lo haría. Ella cuidaría de él.

Durante días, el soldado permaneció boca abajo en la cama de Pamuk. La madre le había quitado el uniforme para poderlo lavar y curar. Lo guardó en el armario de Pamuk. Cada día le daba la vuelta para lavarlo y darle de comer, pero él siempre volvía a tumbarse boca abajo. No tenía heridas. No abrió los ojos. Pamuk lo observaba desde la puerta con la mirada baja, llena de expectación. A Heda le horrorizaba. No se acercaba a él.

A la hora del almuerzo se santiguaron antes de empezar a comer. Llegó Pamuk vestido de uniforme. La madre le dijo a su hijo:

—Quítate ese uniforme.

—No —dijo él.

—Quítatelo. No te he traído al mundo para que te maten.

—Obedece a tu madre —dijo papá.

Pamuk obedeció. Se quitó el uniforme del soldado y lo colgó de nuevo en la percha dentro de su armario. Se movía por la casa como un niño encerrado. Ya no recogía pájaros ni los enterraba en el patio de atrás. Heda sentía lástima por él. Era tan joven. Pero nunca le dijo nada ni se acercó a él.

Un día, papá llegó a casa con el médico. La madre lo miró con una mirada sobresaltada, de reproche, pero calló. Mientras el médico desnudaba al soldado y lo auscultaba, palpaba sus costillas y su abdomen, ella lo ayudó a sostenerlo. No se mantenía erguido. Después, cuando el médico se fue, la madre comenzó a guardar la ropa de cama y los manteles en la vieja maleta.

Papá la miró sin comprender.

—¿Qué haces?

La madre siguió guardando servilletas.

—No dejaré que nadie se lleve a mi hijo.

—Nadie se lo va a llevar.

La madre ni siquiera lo miró. Parecía de piedra. Ausente. Sus propias manos, pensó Heda, parecían asustadas de ella.

—Anda, vamos a cenar —dijo papá. Y la estrechó entre sus brazos, sin que las manos de la madre dejaran de moverse y de doblar y guardar ropa.

El soldado murió esa noche. La madre lo lavó y lo vistió con ropa de Pamuk. Luego quemó su uniforme en el hornillo de la cocina. Papá trasladó su cuerpo hasta el patio trasero, y Pamuk lo ayudó a enterrarlo allí. Parecía blando y caliente, como un pájaro recién caído del árbol.

Ir a la siguiente página

Report Page