Europa

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III » Knopf

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Llueve. La lluvia cae rítmicamente sobre el cristal de la ventana, una emisión en clave. También zumba sobre el tejado, una riada, un río desbocado que fuera a llevarse por delante las antenas, los tiros de las chimeneas, la ropa de las cuerdas.

Pamuk regresa de la fábrica más contento de lo habitual. Prendido en un bolsillo de su camisa trae un pedazo de tela. Es un corazón con su nombre bordado dentro de él. Lo ha hecho Ibbet.

—Es como el que bordó para ti —dice Pamuk—. ¿Te acuerdas?

Ibbet borda muy bien. También cose. En la tienda donde trabaja le han pedido que haga más. Se venden bien, dice Pamuk. Heda mira el corazón en el pecho de Pamuk y piensa en la pobre muchacha que se ha enamorado de su hermano. En su ingenuidad. En su juventud. Piensa que la vida es extraña. Y perversa. Que tan pronto un muchacho es capaz de traicionar a su padre, de arrastrar al abismo a su familia, como de enamorarse de una niña que borda tontos corazones.

—Ven a la taberna hoy —dice Pamuk—. Te sentará bien salir.

Por qué no, piensa Heda. Ha dejado de llover. Ya no tiene fiebre. Tal vez Tobbías esté allí.

Cuando llegan, alrededor de la mesa están congregados los mismos muchachos de la otra vez, cantando canciones del país. Tobbías también está. Se levanta a traerle a Heda una silla que coloca junto a la de su hermana Ibbet. Ibbet se ha soltado el pelo. Está bonita. Sonríe todo el tiempo a Pamuk. Pamuk sonríe mirando alternativamente a Heda y a Ibbet, y también sonríe a Tobbías. Tobbías sólo la mira a ella.

Pronto aparece un hombre que dice ser capataz en la fábrica de papel. Se trata de Knopf. Heda se siente enferma. Le gustaría marcharse. Sin embargo, es mejor que permanezca allí. Tal vez Knopf no la recuerde. Tal vez nunca la viera con Vanÿek. Tal vez Vanÿek nunca le hablara de ella a Knopf. Aparta la vista, pero lo observa. Su cara está picada de viruelas, como la de Vanÿek. Es desagradable. Su voz suena por encima de las demás, como una alarma antiincendios. Habla de turnos y salarios. De injusticia. También de huelga. En la fábrica habla de lo mismo con otros. Algunas veces lo ha oído armar alboroto detrás del almacén.

—Una huelga es lo último que queremos —dice Tobbías.

Knopf lo mira con desdén.

—Nos tratan como a perros porque nos comportamos como si lo fuéramos. Nos quieren lejos de aquí.

—No —dice Tobbías—. Las huelgas no son buenas.

Knopf bebe despacio un trago de su jarra de cerveza. Mira con desprecio al resto. Tiene la boca ávida, de campesino envidioso. Solivianta los ánimos de los otros diciendo lo que quieren oír. Busca su aprobación. Tobbías levanta el vaso y brinda por la proximidad de las Fiestas.

—Por la Navidad —dice.

Todos ríen, se palmean la espalda. Al rato, cantan un villancico de su país.

Pronto, cuando todo el mundo está borracho, Tobbías se acerca a Heda y la toma de la mano. Heda lo sigue fuera del local. Hace frío, pero se agradece. El vaho formando pequeñas nebulosas delante de la nariz. Tobbías enciende un cigarrillo y juntos miran la luna. Luego, él pasa el brazo alrededor de su cintura y la atrae hacia sí. Sus ojos se achican tanto que parecen dos cabezas de alfiler. La besa. A Heda le late deprisa el corazón.

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