Europa

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V » El tren

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El soldado está dormido. Heda se aparta de él. Se quita de encima del pecho un brazo aislado, exento. Retorcido. Al hacerlo, no siente nada. Sólo el zumbido del aire ya lejano dejándose caer en sus oídos. Los impactos que se espacian cada vez más. Tiene los músculos agarrotados. No se puede desentumecer. Hay un mundo líquido ahí afuera, inasible, rodeándola. Se deforma cuando intenta moverse para tocarlo. Cuando intenta incorporarse para ponerse en pie, se aleja. El sol en las vías. El humo en el bosque quemado. El reflejo del tren en el cristal del apeadero sobre el río.

Sus bragas, arracimadas alrededor de los tobillos, están manchadas de grasa y de barro. Intenta quitárselas, dejarlas allí. Oye ruidos de pisadas, botas que hacen crujir las hojas y las ramas entre los árboles. El rugido de un motor. Mueve la mano y tira de las bragas, que ascienden rápidamente por la piel lacerada de los muslos. Hasta que una punzada de dolor le hace sentir el cuerpo otra vez. Pesado. De carne. Desea salir corriendo. ¡Hazlo! Los dedos agarrotados por el frío, pero ya no importa el dolor. Correr. Correr hasta que el ruido del motor quede atrás, y la música de la radio en la guerrera del soldado, y ella caiga exhausta contra el suelo, como un saco de borra, llamando la atención del ojo amarillo con sombrero que la observa desde el cielo.

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